Real como la vida misma. Sàgar se despierta a las siete. Vale. Lo entretengo un par de horas con juguetes varios (le he comprado un palo de lluvia, le encanta la percusión), mientras las ojeras siguen colonizando nuevos territorios de mi cara.
Luego, vamos a la calle. Allí seguirá la marcha. Paseos infinitos buscando la sombra. Se ríe a carcajadas cuando el viento mece las copas de los árboles. Mira las palomas y se pone risueño. Le hacen gracia los perros, las nubes, las pompas de jabón de otro niño, todo lo que brilla y se mueve.
- Así da gusto pasear contigo.
Para más inri, se duerme. Ohhhh. Saco un libro y me pongo plácidamente a leer un rato. Soy la tía más feliz del mundo.
Voy a tomar un café al Bar No-Name de Sant Adrià, una plácida terraza a la sombra, y me atiende esa camarera de unos sesenta años, coleta de pelo rubio platino, delgada de cuerpo magro, curtida, echá p'alante. Tiene algo de brujilla. Empatía con el dolor ajeno y observación clínica. Todo un ejemplar de feminidad. Currela y matriarca. Bastante atractiva para su edad.
Hoy no me ha sacado el tema y yo misma le pregunto.
- ¿Cómo van los nietos?
- Hoy el pequeño está con el padre.
- Ah, ¿pero su hija está separada?
- Sí, es que lo tuvo con 18 años.
- Bueno, ahora tenemos menos aguante. Casi todos mis colegas con hijos están separados de sus parejas. ..
Me mira fijamente y me suelta:
- Bueno, yo me separé con treinta y dos años. Estaba embarazada de dos meses.
- ¡Vaya! Con lo sensible que está una embarazada.
- Llevaba con mi marido desde los veinte años. Le quería mucho. Pero se fue con otra, y le perdoné, y luego con otra...
- No lo sabía. Lo siento. Es usted una luchadora. Y mire, ha sacado a todos sus hijos adelante toda sola.
- Sí, cuántas noches pasaba sin dormir, dándole la mano a mis niños. Y al día siguiente, a servir copas y fregar escaleras hasta que me mareaba. Y aun así, muchos meses no tenía dinero. Muchos decían que me juntara con otro para que me ayudara económicamente, pero salí escarmentada. Me pegaba unas palizas...
Me sorprende que me haya explicado antes lo de los cuernos que lo de las palizas.
- Y yo no me daba cuenta. Estaba enferma. Cuanto más me pegaba, más le quería... Una vez casi me mata... Estuve ingresada en el hospital dos semanas... Era una enfermedad, yo le quería mucho.
- Sí, hay tantas mujeres... les hacen daño y aún disculpan al que les zurra. Se llama Síndrome de Estocolmo. Pero usted al final decidió separarse... y fue valiente.
Se enciende un pitillo. Yo otro, para acompañarle.
- Le dejé porque no me podía pegar embarazada. No quería que hiciera daño a la cría. El amor de una madre supera el amor hacia una misma.
Luego me cobra el café, me da el cambio. Ya pica el sol y se pone a abrir las sombrillas de la terraza.
Me alejo del Bar No-Name con una sensación extraña. Qué vida más dura. Que se pudra Hollywood.
Luego, vamos a la calle. Allí seguirá la marcha. Paseos infinitos buscando la sombra. Se ríe a carcajadas cuando el viento mece las copas de los árboles. Mira las palomas y se pone risueño. Le hacen gracia los perros, las nubes, las pompas de jabón de otro niño, todo lo que brilla y se mueve.
- Así da gusto pasear contigo.
Para más inri, se duerme. Ohhhh. Saco un libro y me pongo plácidamente a leer un rato. Soy la tía más feliz del mundo.
Voy a tomar un café al Bar No-Name de Sant Adrià, una plácida terraza a la sombra, y me atiende esa camarera de unos sesenta años, coleta de pelo rubio platino, delgada de cuerpo magro, curtida, echá p'alante. Tiene algo de brujilla. Empatía con el dolor ajeno y observación clínica. Todo un ejemplar de feminidad. Currela y matriarca. Bastante atractiva para su edad.
Hoy no me ha sacado el tema y yo misma le pregunto.
- ¿Cómo van los nietos?
- Hoy el pequeño está con el padre.
- Ah, ¿pero su hija está separada?
- Sí, es que lo tuvo con 18 años.
- Bueno, ahora tenemos menos aguante. Casi todos mis colegas con hijos están separados de sus parejas. ..
Me mira fijamente y me suelta:
- Bueno, yo me separé con treinta y dos años. Estaba embarazada de dos meses.
- ¡Vaya! Con lo sensible que está una embarazada.
- Llevaba con mi marido desde los veinte años. Le quería mucho. Pero se fue con otra, y le perdoné, y luego con otra...
- No lo sabía. Lo siento. Es usted una luchadora. Y mire, ha sacado a todos sus hijos adelante toda sola.
- Sí, cuántas noches pasaba sin dormir, dándole la mano a mis niños. Y al día siguiente, a servir copas y fregar escaleras hasta que me mareaba. Y aun así, muchos meses no tenía dinero. Muchos decían que me juntara con otro para que me ayudara económicamente, pero salí escarmentada. Me pegaba unas palizas...
Me sorprende que me haya explicado antes lo de los cuernos que lo de las palizas.
- Y yo no me daba cuenta. Estaba enferma. Cuanto más me pegaba, más le quería... Una vez casi me mata... Estuve ingresada en el hospital dos semanas... Era una enfermedad, yo le quería mucho.
- Sí, hay tantas mujeres... les hacen daño y aún disculpan al que les zurra. Se llama Síndrome de Estocolmo. Pero usted al final decidió separarse... y fue valiente.
Se enciende un pitillo. Yo otro, para acompañarle.
- Le dejé porque no me podía pegar embarazada. No quería que hiciera daño a la cría. El amor de una madre supera el amor hacia una misma.
Luego me cobra el café, me da el cambio. Ya pica el sol y se pone a abrir las sombrillas de la terraza.
Me alejo del Bar No-Name con una sensación extraña. Qué vida más dura. Que se pudra Hollywood.