[La vieja de los gatos, ese arquetipo universal]
Se ha instalado en el pueblo una vieja loca pordiosera que nunca pide limosna. Los niños dicen que bebe agua de la lluvia. Otros la han visto robando manzanas de los árboles y matando lagartijas a pedradas.
Una vez que ella dormía la siesta en un banco de la plaza del pueblo, me senté con un libro cerca de su sueño, y en cuanto le vi desperezarse, me acerqué con toda la educación que pude. Le ofrecí un cigarrillo que ella no supo rehusar, pues el vicio podía más que su orgullo, y mientras se lo prendía, entornó sus ojos hundidos y habló antes de que yo osara decirle nada.
- Te preguntas cómo diablos llega una a convertirse en una escoria humana, en una sabandija. Si prometes no darme consejos ni transmitirme tu asquerosa lástima, te explicaré la razón.
Asentí sin mediar palabra y me resigné a su olor repulsivo, sin importarme lo que pensaran los vecinos que me miraban al pasar con cara de extrañeza.
- Tú que me ves como una mendiga horrible, difícilmente creerás que hace años fui una mujer bella, inteligente, felizmente casada con un hombre apuesto y fiel. Lo tenía todo, y estaba acostumbrada a que todo el mundo me admirase o envidiase. Una vez perdí algo de todo aquello, y esa pérdida era tan pequeña que me sentí mediocre en el dolor. Y entonces decidí ser la mejor perdedora de todos los tiempos.
Hizo una pausa para ver el efecto que tenían en mí sus palabras de chiflada. Y luego, añadió:
- Mi secreto es el perverso placer que yo sentía después de cada pérdida.