Juan abrió la puerta. El coño estaba allí.
El coño mostraba su cerradura tras la cerradura de aquella puerta.
Había, por tanto, una doble puerta. Una puerta blindada que se abría
y que desembocaba en otra puerta blindada que debía abrirse.
El sueño de Juan era sencillo y triangular como un coño.
El sueño de Juan era una pirámide invertida. Para él los misterios
egipcios, la iniciación de Eleusis, la serpiente del kundalini, el
botón rojo, el regalo de Santaclaus, los deseos de la lámpara de
Aladino: todo, absolutamente todo, se detenía en ese inmenso coño
cósmico. El coño que quería tocar, comer y follar con todo su ser.
El coño que aún no había encontrado.
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