El
hombre es un dios cuando sueña, y un mendigo cuando reflexiona.
Hölderlin
Érase
un hombre tan pobre, tan pobre, que sólo tenía dinero.
Y,
a su vez, érase un hombre tan rico, tan rico, que vivía feliz sin
dinero.
Un
día, el hombre pobre pagó un coche, pagó gasolina, pagó un
chófer, pagó una carretera, pagó un hotel de cinco estrellas con
todos los gastos pagados y pagó un fin de semana con 48 horas para
irse a 100 kilómetros de un terreno de 100 kilómetros que había
comprado después de comprar 40 años de hipoteca con el dinero de 40
años de tiempo con el que había comprado las compras.
Ese
día, mientras el hombre pobre sacaba dinero del cajero que estaba a
100 kilómetros de su terreno de 100 kilómetros, pensó que su
terreno no estaba lo suficientemente vallado y que podía colarse
alguien en él sin pagar.
Por
eso, mientras tenía esa idea, decidió pagar una valla gigante y una
casa en medio de ese terreno, para poder pasar allí más tiempo y
comprobar si alguien saltaba la valla y se metía en su terreno sin
pagar. Tras unos meses de pagar pagos, durmió en su casa junto con
100 mayordomos y 100 rastreadores de bosque nocturno con linterna.
Uno de los 100 rastreadores de bosque nocturno con linterna vio, por
casualidad, que un joven muy ágil trepaba a un árbol y que vivía
en una cabaña-nido que se había construido encima. Enseguida, el
rastreador de bosque nocturno con linterna llamó al hombre pobre,
que estaba a punto de tomarse su cuarta pastilla para dormir.
De
ese modo tan extraño, el hombre pobre pudo encontrarse con el hombre
rico, y tuvieron la siguiente conversación.
- ¿Qué
haces en mi terreno?
- ¿Te
refieres a este árbol bajo el que le juré amor eterno al latido de
mi propio corazón?
- Sí,
lo he pagado después de comprar 40 años de hipoteca con el dinero
de 40 años de tiempo con el que había comprado las compras. Si no
te vas de aquí, llamaré a la policía.
El
hombre rico sonrió, cogió una mochila cosida a mano y un palo de
su cabaña-nido, dio un salto y se marchó silbando lejos del bosque
nocturno rastreado por rastreadores y vallado con vallas.
El
hombre pobre pasó los siguientes diez años rastreando el bosque a
través de sus rastreadores, pero no lograba volver a encontrar al
hombre rico, al que hubiera querido denunciar o poner una multa para
que le pagase.
Un
día, sin embargo, el hombre rico regresó. Esta vez tocó a un
timbre de la enorme valla. El hombre pobre le vio a través de una
cámara. Entonces, el hombre rico y el hombre pobre tuvieron la
segunda conversación.
- ¿Qué
quieres? -dijo el hombre pobre.
- Te
he traído un regalo- respondió el hombre rico, con una sonrisa.
- ¿Qué
clase de regalo? ¿Dónde lo has comprado?
- No
lo he comprado.
- ¡Ah!
¡Eres un ladrón! ¡Llamaré a la policía!
- No
lo he robado. Te he traído un regalo que me regalan todos los días.
- Es
feo regalar lo que te han regalado y más feo aún si tienes tanto
que te sobra. Un regalo así no tiene ningún valor económico.
- Depende
de lo que entiendas por economía.
- ¿Y
cómo es ese regalo?
- Te
espero fuera de la verja, si te atreves a venir a buscarlo.
El hombre pobre sintió
miedo y un temblor frío le recorrió el espinazo. No quería salir
de su terreno solo, y menos en compañía de ese joven extravagante.
Por eso, decidió quedarse allí dentro, en su propiedad. Hasta que
la muerte les separe.
1 comentario:
qué bueno. Corrosivo y fino
besos!
Vicky
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