Alegría en la matriz
Al
fin te has descubierto, mujer, tras el abrazo
de
un rey sonámbulo. Ha llovido y tu útero
ha
supurado la sangre con la que se aman las montañas.
Al
fin te has descubierto, mujer, y tu cabellera
salvaje
se deshace frente al ocaso del numen;
sientes
los gemidos de la tierra
alzándose
a través de tu silueta curva,
los
consejos del daimon te hacen intuir con sutileza.
Al
fin naces y tomas conciencia de tu condición,
eres
una inmensa matriz dibujada en tinta china
y
todo cuanto contienes puede llamarse autóctono
de
ti misma. Sonríes y sabes que la música
de
las esferas asciende hasta crear un murmullo.
Tus
clavículas huesudas desafían
de
espaldas al poniente. Caminas desnuda
en
busca del varón que debe adorarte como a una diosa.
Callas.
El silencio es el lenguaje universal
del
místico. Ese es el murmullo concebido para resbalarte
por
la cadera. Te asomas a la ventana
que
guillotina al sueño; buscas la ofrenda
del
instrumento que imita el sonido de la lluvia.
Y
recuerdas. Fumas hachís. Las hadas te
pueblan
los
hombros y un mago te jura sidra eterna.
Una
espiral de humo te aproxima a Astarté.
Has
nacido, al fin, mujer, y se te ha revelado
el
secreto: morirás mañana porque ya has descubierto
la
belleza. Has acariciado la hierba verde
de
los parques con la mano izquierda temblorosa.
Te
has deslizado por el arpón de la duda
hasta
el vacío de la no respuesta y, al final,
has
sonreído después del llanto:
besas
palabras y esculpes pistilos en las letras.
Y
ahora, camina hacia la playa. Y ahora,
haz
el amor animal y suda y pare con dolor.
Y
ahora menstrúa y retuércete ante la sangre densa
que
se te escurre lentamente y como lava
en
el útero. Y deshaz tus trenzas, y libera
el esperma
de
tu amado. El báculo de Moisés te ha partido
en
dos, mujer, y ahora deliras
telúricamente:
has
nacido y, sin duda, alguien te llama gimiendo.
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