- ¿Dígame?
- Sí, mire, le llamamos de la Oficina de Asuntos Melancólicos.
- ¿No querrá decir "Oficina de Asuntos Exteriores"?
Y de nuevo, la Melancolía se vengó de mí, y probó un último argumento antes de esfumarse.
- Sé consciente, Maga, de que aparezco para escribas un poema-para-todo-el-mundo. No es nada personal. Te desahogarás con versos y luego me marcharé.
Y, en fin, lo entendí, pero odio toda esta burocracia poética.
Necesito que la Oficina de Asuntos Alegres me escriba una carta.
A la Alegría le escribiré un planeta. Se lo merece, la pobre. Nadie le hace demasiado caso.
1 comentario:
A veces me da por pensar, dado mi temperamento mezquinamente melalcóholico -y más a estas horas brujas en que los surcos de los poemas se deslizan abotargados entre una maraña de dedos y miradas oblicuas- que quien debiera escribirnos debiera ser la Halegría. Un cordial y ronroneante saludo.
Publicar un comentario