(Hoy he recuperado este cuento que escribí con quince años. Mis hermanos se acordarán...)
PECECILLO
DE PLATA : Insecto del o. tisanuros, de pequeño tamaño -máximo 3 cm. de longitud-, antenas
largas, sin ojos, dos cercos caudales y
un filamento terminal articulado. Su color es plateado, no sufren metamorfosis
y se desplazan con rapidez. La especie
más característica es “Lepisma saccharina” que se alimenta de papel .
En medio de la
oscuridad, por casualidad, se encontraron.
Ella creyó que
era testigo de una visión y que, al despertar, él desaparecería. Pero, inmóvil,
le esperaba.
El forastero,
invadiendo dos centímetros de una de las cuatro paredes de su guarida, rompió
el silencio:
-¡Demasiado repugnante! Con
creces sé que pensaste: “cada vez que contemplo el escurridizo extraño,
quisiera machacarlo con un mortero”.
Ella arqueó las
cejas.
- Yo no lo sé.
Soy…desdichada por mi ignorancia. Ocupo mis horas pensando sobre mi alma.
-¿Quieres explicarte?
- No te molestes, no
necesito que me comprendas. En cualquier instante podría fumigarte, mi piedad
no afecta a los invertebrados errantes. ¡Lejos de aquí! ¡No puedo reprimir una
innata violencia al constatar tu presencia! ¡Que te piso!
Pero “Pececillo de Plata” se
había esfumado entre las brechas gastronómicas de la enciclopedia, renegando
sobre la naturaleza de su lamentable estado y el poco éxito de sus argumentos.
“Desgraciado soy y me
resiento…
¡Prueba a volar sin viento!
Ella es variable como la Luna
¿Quién puede alcanzar su
fortuna?
Sólo se estremecería ante lo
humano.
¿Por qué sonríe cuando yo le
hablo?
Ciertamente… ¡Loca está!”
“Lepisma saccharina”, que
así se llamaba el quejumbroso animal, decidió olvidarla. Cenó las palabras AMOR y ACONDOPLASTIA. Sin embargo,
reprimiendo sus necesidades físicas, no sin cierto interés, empezó a acariciar
las letras impresas con sus sensibles
antenas. Él mismo se sorprendía de que su principal fuente de alimento
enriqueciera además su intelecto. Esa era una de las razones por las que se
encontraba allí, merodeando por la paradisiaca biblioteca que albergaba la
muchacha. El Edén eran aquellos libros infinitos y polvorientos, que habían
forjado los preciados sueños de ella y el alimento de él. Ya que, pese a
odiarse bestialmente, hasta el punto de que le insecto transmitía infecciones a
la joven cuando enfurecía y ésta a su vez le amenazaba con aplastarle contra el
suelo, ambos estaban solos en esta vida y, dentro de sus rarezas, se escuchaban
y comprendían.
Tras el empalagoso manjar,
el insecto todavía dudaba.
“¿Debo estudiar?- pensaba -.
¿Debo saciarme de historias y cuentos, reprimiendo mi extremada gula?”
Materialismo y devoción se
debatían en un torrente de maniqueísmo. El dilema se dividía en dos extremos:
¿vicio o espiritualidad?
“Soy un horrendo bicho.
Nunca conseguiré nada, no alcanzaré mis metas porque nací siendo pequeño. Ni
siquiera me otorgaron alas. Mis ojos están sepultados. ¿Cómo será el ocaso?
Sólo me valgo de unas largas antenas que me desvelan la simbología de las
letras profundamente escritas sobre el
papel.¿Para qué iba a buscar nada? ¿Para que una niña insoportable me demande?”
Mientras discurría acerca de
un posible descubrimiento, notó un suave roce con la punta de sus antenas.
Éstas primero se retrajeron, espantadas por la desconocida sensación. Al tiempo
comprobó que se trataba de la misteriosa voz de la muchacha.
-¿Me perdonas? No debí
ahuyentarte, debí captar la fragilidad de tus sentimientos. Ruego que me
disculpes…- Él dibujaba resignación. No contestó. Aguardó a que ella
continuase.- No sé de donde procede, mi mente no quiere asimilar…pero, haces
regresar a mí una extraña preocupación.
- Tal vez esa preocupación
sea una pregunta sin respuesta - contestó él.- He viajado mucho. Ahora estoy
aquí, pero no tienes ni idea de cuánto suelo he recorrido. He vagabundeado
entre el asfalto buscando algo que siempre estuvo en mí. He conversado con mi
propia sombra para encontrar una sola señal que alivie mi desesperación. Y
ahora, vienes tú y me restriegas tu superioridad. Primero me amenazas y ahora
me esclavizas. Me llamas insecto, ¿y tú que eres? Permaneces invisible mientras
ves pasar a los demás. Espectadora, no te comprometes.
Ella no le dejó terminar.
Extrajo el poco odio que le quedaba e intercedió apuntando con la bota de su
pie izquierdo.
1 comentario:
Hola!
Vaya... es tan curioso e interesante esta perspectiva sobre el pececillo de plata. Es profundo en cuanto a la humanización del insecto con la humana, me encantó.
Este relato es un pequeño tesoro escondido en todo el mundo de la información cibernética.
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