Cuando la pirata TAZ dio la espalda y empezó a caminar con el desaire de la búsqueda insaciable, Wu Wei se quedó a solas con todos su amantes.
Los amantes de Wu Wei eran bellos seres, cada cual manifestaba la conciencia de un modo distinto que el Príncipe sabía acariciar. Era tranquilo ese regazo de calma colectiva. Todo placer era exquisito. Nada que hacer. Todo estaba allí mismo.
Wu Wei sentía surcos de caricias por todo su cuerpo. Su piel era un territorio poblado de vida y de paisajes. Cada pierna era distinta, se enroscaba y retozaba en un nido de efluvios sexuales. Hombres y mujeres se extinguían amándose en aquel lugar, donde todo era libre y puro, sin nada que no hubiera estado siempre allí-aquí, en el ojo del huracán.
Wu Wei amaba igualmente a TAZ, que veía escurrirse por el marco del cuadro de su vida.
TAZ se marchaba.
De súbito, el Príncipe escuchó voces de guerra y llamaradas, su reino se estaba extinguiendo. En el olor a pólvora, se percibía la maldición de un poema de amor esparcido en el viento, que decía así:
Esperad, pájaros ebrios de la estratosfera,
ahorcadme en el vuelo insaciable del amor sin objeto,
deshaced mis nudos de borracha de estrellas.
Esperad, oh Lunas que crecéis despertando,
coronas de luz que siembran el misterio nocturno,
deshaced el llanto que ha caído jugando.
Esperad, oh egregores que me inundan de Soles,
con la mano que tiembla al desnudarse tocando:
deshaced mis temores con la trama de un canto.
¡Allá voy, firmamento!
¡Cómo duele alzar este ancla!
¡Ay, gravedad, me pesas!
¡Adiós, Wu Wei!
¡Esas luces caníbales que guían el barco
anuncian viajes donde juegan los dioses
y... con ardor de pirata, me despido de ti!
Wu Wei sonrió al descubrir aquello. Amaba a TAZ cuando miraba al mundo en vez de a él. Él quería ser compañero de viaje, soñar, crear, revolucionar y sanar con TAZ.
Escribió un mensaje en una botella. Se disfrazó de pirata y dibujó con su mente un disfraz mentiroso para demostrar verdad. Acto seguido, recordó que un brujo le había enseñado una fórmula para invocar al Caleuche, un buque de guerra fantasmagórico y encantado en cuyas ubres se gestan las fiestas del más allá, los placeres más recónditos y los misterios sagrados.
Había que atravesar el fuego.
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