Estimado cómplice secreto de las
profundidades mágicas e invisibles, blablablá...
En mi vida he tenido encuentros con
seres no humanos que he identificado como separados de mi ego porque
me han permitido hacerles pruebas. Otras veces, he visto que la
experiencia procedía de una suerte de creación imaginaria. El
asunto de separar la creación propia de la ajena es lo que más me
cuesta de discernir racionalmente. Y, sin embargo, sé que, en el
fondo, separarles a ellos de mí es tan absurdo como distinguir el
agua en función de los recipientes que la contienen. No obstante,
ambos sabemos que aún vivimos en un mundo donde es importante el
Catálogo de las Vasijas, aunque sería más interesante discernir si
el agua va clara o turbia. ¿De manantial puro, del grifo o
contaminada?
Veamos si puedo describirte algo tan
complicado para nuestro raciocionio y tan sencillo para el alma-niña.
La conciencia que jugó conmigo en
Orrius y me enseñó maravillas era más grande que la mía
ordinaria, más evolucionada, sin duda. Ocupaba el bosque entero y si
yo fuera de alguna religión monoteísta, habría dicho que era
"dios". ¿Por qué? Me hablaba telepáticamente, pero
acompañaba sus mensajes con elementos sensoriales de mi alrededor,
que utilizaba a modo de símbolos. Podía meterse dentro de cualquier
cosa sin alterar su individualidad. Era como una música que se mete
dentro del oído, pero imaginando que nuestro cuerpo entero es un
tímpano y él/ella música. De todos modos, no sé por qué, parecía
más Ella que Él. Me eligió por CARISMA. Su carisma era tal que la
empatía lograba atravesar las paredes de los nombres. Dijo que yo
era como ella. Que yo era ella. Y eso me llenó de un gozo y de una
alegría infinita. Como si un pedrusco cualquiera descubriese que en
su esencia contiene el diamante.
Así, por ejemplo, el romero se me reveló como una entidad arquetípica simpática o psicopompo, algunos árboles (cuyo nombre no sé, soy urbanita ignorante de botánica) eran caleidoscopios infantiles y musicales. Me ofreció un palo que se transformó en varita mágica. Gracias a ese palo, pude jugar a ser ella y me convertí en una directora de orquesta de la Naturaleza. Así me enseñó su oficio: directora de orquesta de la música de la naturaleza, coordinadora de la belleza y comunicadora universal.
Así, por ejemplo, el romero se me reveló como una entidad arquetípica simpática o psicopompo, algunos árboles (cuyo nombre no sé, soy urbanita ignorante de botánica) eran caleidoscopios infantiles y musicales. Me ofreció un palo que se transformó en varita mágica. Gracias a ese palo, pude jugar a ser ella y me convertí en una directora de orquesta de la Naturaleza. Así me enseñó su oficio: directora de orquesta de la música de la naturaleza, coordinadora de la belleza y comunicadora universal.
Otorgaba poderes y enseñaba a quien
quisiera, a mí me ofreció dones que eran los “poderes mágicos”
que durante toda mi vida he suplicado al universo. Cuando le pregunté
acerca de mi destino, vi dentro de mi cabeza un pentagrama de color
azul y suspiré la palabra “Pitágoras”. Recordé las hojas del
roble y los libros antiguos, encuadernados con amor y
responsabilidad. Me recordé intérprete de símbolos arcanos y, para
mi sorpresa, me vi como una sacerdotisa creativa. Ese aumento de
poder, sin embargo, no venía acompañado de soberbia. No tenía
demasiado sentido tenerla, porque era simplemente expansión, no
posesión. Es decir, fue como iluminar una parte del paisaje que
antes estaba a oscuras, pero esa parte del paisaje siempre había
existido.
Piensa que para mí describir a este
ser es tan difícil como reconocer una lechuga dentro de la sangre
después del proceso de digestión. Luego continuaré. Me agota el
esfuerzo.
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