A mi amigo Daniel Bernal Picazo
Conozco a un fotógrafo que en vez de objetivos utiliza subjetivos. Es un tipo tan alto, tan alto, que siempre le cuentan ese chiste malo de que todo le llega al estómago caducado. En realidad, todo cuanto retrata tiene un toque encumbrado, de vista de pájaro, de ángel que come palomitas mientras congela la belleza infinitesimal de un gesto, un movimiento, un paisaje, un gato, un trozo de noche desaliñada que quiere peinarse con una caminata.
Un día, una de sus fotografías se le puso a hablar:
- ¿Es verdad que una imagen vale más que mil palabras?
- Observé en las vitrinas de la noche y vi a un gato de peluche
que acompañaba en todos sus números a un payaso viajero. El viajero tenía en su mochila puestas de sol irrepetibles,
siestas en cines, sonrisas en trolebús, mares de arena gruesa, grasa de
bicicleta, malabares llenos de rozaduras, una bola de cristal efímera y
un secreto para la que sonríe cerrando los ojos para no
ver que la ven dentro de una foto. Los subjetivos de la cámara cazan imágenes de claroscuros que se apuestan a la ruleta rusa ocho disparos a un disparo que vale más que mil palabras: el disparo que mata la realidad objetiva: un realicidio.
- Sólo llevamos 220 palabras.
- Pero el objetivo de mi escritura tiene un zoom de 50 mm. Es un objetivo subjetivo. Se parece a la poesía.
1 comentario:
grande!
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