Érase una vez una insobornable pirata llamada Mo, que surcaba todos los mares del ideal, en un barco lleno de otros piratas, de heterogéneas estirpes y países. Ese barco era, en verdad, una especie de Arca de Mo, que contenía las más variadas imaginaciones, sueños y creaciones, a fin de sobrevivir a la Crisis y la posterior Extinción del Capitalismo, para después fundar y co-crear un paraíso sobre las ruinas del falso dios Dinero, un paraíso llamado Gaia basado en el amor y la gratitud, la devoción y la economía del don, un paraíso lleno de fiestas y festivales, alegría y exploración, sorpresa y misticismo, juego y entusiasmo, erotismo y creatividad.
Los piratas atracaban, a veces, en algunos puertos de la civilización tetradimensional, y allí llevaban a cabo su estrategia para lograr una ascensión de la consciencia al estado de Iluminación Solar: la Inspiración Pandémica, que consistía en conquistar el mayor número de corazones humanos a través de la ejecución de un Arte canalizador de la magia universal, que abarcaba cualquier clase de disciplina creativa: desde la poesía espontánea hasta el más intricando y fascinante triple salto mortal y acrobático, desde un espectáculo de marionetas hasta la ejecución de un acto psicomágico colectivo capaz de hacer llorar en catarsis a un ejército de oficinistas alienados.
Sin embargo, no era fácil regatear a los secuaces del falso ídolo Dinero, y los pìratas, a veces, se movían en los puertos como artistas callejeros y recogían a la gorra unas monedas para poder seguir llevando a cabo su estrategia. Padecían las contradicciones de toda transición y, si bien consumían al mínimo con una consciencia ascética y ecológica con respecto a los bienes materiales, vivían la superabundancia del alma, que se vestía con las mejores galas y esplendores de una imaginación bien equipada.
Ese era el hábitat de Mo. Un habitat acuático, un mar emotivo, una atronadora rebeldía necesaria para derribar los muros de la alienación.
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