lunes, 25 de mayo de 2009

Escribir por escribir


Escribir con el universo en contra.



Escribir sin detenerse, sobre la cuadrícula azul de una libreta encuadernada en espiral y el bolígrafo de la propaganda farmacéutica.



Escribir antes de la salida del sol, y los párpados de los demás bien cerraditos.



Escribir sin ton ni son, sobre cualquier superficie que se preste: una guitarra reciclada, el filo de una navaja, la masa de un pastel de cumpleaños, un protector de enchufe.



Escribir sobre la arena con un palo. Escribir sobre las piedras con pintauñas. Escribir con purpurina en los zapatos viejos y las chupas desgastadas. Escribir tatuando. Escribir en la parte de atrás de los formularios.



Escribir sobre un códice membranáceo: un lápiz de ojos sobre la piel de alguien cercano.



Escribir sin estudio, en harapos, en los trancos de las casas junto al orín de los perros. Escribir en los bares que hieden a sociedad alcoholizada; concentrarse en ese ruido meditativo.



Escribir en las escaleras del Ritz o en la sala de espera de un hospital de enfermos terminales. Experimentar en lugares distintos, con su energía, su clímax. Hacer espiritismo con las nueve musas allí donde se esté.



Escribir para traicionar a las marujas: en las lavanderías, sobre los tetrabricks de leche del supermercado, en la cola del médico, en los parques mientras Sàgar juega con la arena.


Escribir en el insomnio. Escribir en el cansancio como si escribir pese a todo fuera inhumano.



Escribir con el vaho del vapor de ducha y el dedo índice deslizándose sobre el espejo vanidoso. Escribir con una cortina de lágrimas, el espíritu derrotado y la pregunta retórica de si seguir escribiendo servirá de algo.



Hablarle a una grabadora si se tienen las manos ocupadas. Escribir con todo tipo de utensilios y en toda clase de alfabetos. Escribir con sangre sobre las sábanas, con aire en los micrófonos, con mierda en las paredes de la cárcel. Escribir en el último hervor de una sopa de letras. Escribir biseccionando un crucigrama.



Escribir por escribir, como fin en sí mismo.

Escribir como si nada.

Escribir como si todo.

miércoles, 20 de mayo de 2009

Han kiling kiling kuri


[Train station by Asensi]

Te despiertas por la mañana con un mochilón y la disposición de ir un rato a currar a la biblioteca. Sales de casa silbando. Toda la gente del barrio te sonríe. Parece que te has ganado a esa peña huraña y currela a golpe de amabilidad premeditada. El que siembra recoge, te dices.

Llegas al metro.

- No se puede entrar. Lleva media hora parado. Alguien se habrá tirado a la vía.

Y entonces te das media vuelta, te imaginas durante una milésima de segundo a ese anónimo aplastado por una mole metálica de varias toneladas y decides regalarte un día libre. Vas a hacer deporte (el sexo y el baile son los principales, más baratos y agradables que ir al gimnasio), leerás bajo el sol en la terraza y dedicarás un sereno cuarto de hora a la meditación zen mientras preparas un gazpacho. Hay fresas con nata de postre, mira qué bien.

- Conocí a una tribu - te había dicho ella, periodista y viajera, hacía unos años, mientras tomábais un café después de una clase de francés para principiantes-... en ese viaje a África, conocí a una tribu que se saludaba diciendo Han kiling kiling kuri, que quiere decir "recuerda que vas a morir". Te juro que no he conocido a nadie más alegre.

Tú le pediste que te escribiera esa curiosa fórmula de saludo en una libreta. Esa libreta que refuerza tu memoria y te hace entender por qué hoy te has tomado el día libre. Sin reloj. Por algo estás en el paro, perra.

martes, 12 de mayo de 2009

Ahora sí ;)


[Verónica Tejeiro, Guiño del lenguaje]

Rebozada de sol y de parque, una servidora puso punto y final a algo muy largo hoy. Que sirva de precedente.

Se impone mucho mundo en la punta de los dedos, mucho mundo para ser re-corrido y re-tocado.

A mucha vida toca hoy. A mucho lo que me dé la gana a partir de este preciso ahora. Hasta cuándo esa libertad creativa de alas que se creían guillotinadas.

¡Pero, mira! ¡Pero si el pájaro vuela y parece un pájaro...!

viernes, 8 de mayo de 2009

Combo


[Kafka y su Carta al padre]

Una vez, no sé, le dio por ahi. Entró en mi habitación y me soltó lo siguiente:

- Vamos a escribir un libro: tú con tus pensamientos y yo con mi vida.

Me miró fijamente a los ojos, e intenté escaquearme de aquella presión infranqueable. El pulso taquicárdico de un escriba egipcio medio muerto de hambre tras la caída de su faraón Amenofis IV reverberaba en mi muñeca. Yo, Jimena Ibárruri en esta encarnación más endulcorada, atravesaba una adolescencia aparentemente dócil pero revolucionaria en las entrañas, incendiaria para con la tradición, rebelde en el secretismo remoto de uno mismo.

- Yo no soy biógrafa de nadie.- pensé.- Y menos de mi padre.


Obviamente, no respondí nada. Mi pluma calló sobre su vida como venganza íntima de los arbitrarios grilletes de su autoridad.

Pero, en el fondo, me equivocaba.

Pasaron los años. Crecí y me fui de casa, como sucede con los polluelos que abandonan el nido. Construí mi propio hogar y tuve un hijo, e hice abuelo a mi padre. Él estaba muy orgulloso de la sangre nueva en la familia y, dentro de su poco tacto, resultaba sorprendente verle sostener un bebé en brazos con delicadeza. Con la nueva vida, nuestras aristas se limaron como los cantos rodados del río. Los gritos se convirtieron en cordialidad diplomática, en un calar resignado en el otro, en un saber cuándo él se convertía en un Mr. Hyde tartamudo con dos copas de más y cuándo yo me atrincheraba en una torre de marfil obtusa, incapaz de ver más allá de los velos tupidos de la literatura. Sabíamos de nuestras irreconciliables incompatibilidades y simplemente aspirábamos a tolerarnos en cada encuentro. Una comida donde uno se mordiera la lengua ya constituía todo un éxito.


Y una tarde recibí una llamada suya. Me dio una noticia triste. Me puse a llorar amargamente.

- ¿Quieres que te vaya a ver mañana?

- No. Antes de que me metan en el hospital quiero correrme una juerga de aquí te espero. Dame este fin de semana para mí.

En ese preciso instante, entendí como nunca su decisión de viajar hasta el final de la noche en una ebriedad continuada, un baile tribal sin irrupciones, curvas y neón y alcohol y tabaco, desfase goliárdico ante la inminencia del cáncer y su criado, el miedo.

Me di cuenta de que ese fin de semana, cuya crónica me quedaba claramente vedada (los padres no pueden confesar a sus hijos, por pudor, muchas locuras perfectamente comprensibles), podía ser cierto que, algún día, escribiera con él un libro: él con su vida y yo, con una ristra impotente de palabras puestas en fila.

lunes, 4 de mayo de 2009

Estoy en la cárcel



[La más chula: la de Piranesi]


El ser humano está encerrado en una cárcel de espejos.


Hoy he visto a un tiparraco desdentado y paria. Somos de la misma especie temeraria, así que a los cinco minutos ya hablábamos de tú a tú en el metro. Al poco rato, me ha dicho que había pasado once años en la Modelo por robo armado y entonces hemos charlado sobre las miles de cárceles que existen en este, cuanto menos, puto mundo de azarosas torturas esperándonos, donde cada vez cuesta más fabricarse la propia suerte a no ser que uno esté atrapado en esa otra cárcel del confort y la comodidad de los chavos surtidos, de tengo para pagarme un gorro, un coche y un psicólogo.


A mí nunca me cuesta tratar con ex o inex convictos porque en una vida anterior fui un negro sangriento, un baraka ugandés llamado Mwanga que se cargó a mucha gente en el nombre de una idea. Conozco la crueldad humana. Y si ahora ven a una muchacha serena comelibros no es fruto del azar. Este comportamiento pacífico ha surgido después de miles de reencarnaciones fallidas llenas de expolios, violaciones, guerras y aberraciones del espíritu. Por aquel entonces, para mí la crueldad era el mal menor de la supervivencia: formaba parte del día a día. Despellejaba hombres como hoy otros despellejan terneras para que me las coma poco a poco fileteadas en un plato.


Hace apenas un siglo, por otra parte, estuve condenada a muerte en una mazmorra de la Prisión de San Quintín, contigua a la de Ed Morrel y Darrell Standing. Nos comunicábamos con los nudillos de la mano. Desarrollamos un alfabeto de golpes en la pared y manteníamos charlas sobre vidas anteriores y viajes astrales. Los tres bribones aprendimos técnicas de expansión espiritual con suma rapidez: nuestro chamán guía fue la siempre dispuesta camisa de fuerza. Después de esa experiencia aprendí a liberar mi mente, especialmente ante obstáculos insalvables.

Pero volvamos a ese trayecto en el metro y a ese tiparraco feo, delgado, sucio y extraordinariamente lúcido. La enumeración de cárceles no tenía fin.


- El trabajo para mí es otra cárcel. Y más el trabajo que les dan a los analfabetos como yo.


- Diego de San Pedro escribió sobre una Cárcel de amor. Cuando uno se enamora, el otro le atrapa en una tela de araña mental. Y ya no puede hacer nada.


- Yo creo que una vez odié a alguien como tú dices. Cada día imaginaba cómo le torturaría al salir de la trena. Mis manos estrangulándole, mis pies dándole puntadas en el estómago. Era un idilio. Era otra cárcel de pensamientos reiterados.


- Yo he visto a muchas mujeres que viven en una cárcel doméstica. Cinco metros cuadrados de cocina. Condena a trabajos forzados.


- La preocupación por el qué dirán: una mordaza.


- Los colegios parecen cárceles de niños.


- Los que siempre quieren ser guapos viven atrapados en una puta prisión que se pudrirá pese a los liftings.


- No menos cárcel es un hospital para un enfermo. Yo he pasado noches en la sección de oncología viendo cómo se moría mi madre. Es horrible. Es como estar en la cárcel.

- Cárcel la reja del horario del currante.

- La etimología de convento en alemán es "cárcel de vírgenes". Tiene guasa.

- Los bares son las cárceles de los canallas como yo que aún no han sido prendidos.

- Cárcel el archivo de Excel. Cárceles los códigos de barras y el IBSM y el número de DNI. Cárcel el marco donde se introduce una foto.

El gran teatro del mundo se ha convertido en una enorme prisión laberíntica. Y así hemos pasado el rato, hablando de cárceles, hasta que él ha bajado en Clot. Me ha guiñado un ojo antes de que se cerraran las puertas del vagón y me dejara sola, otra vez, en mi gran cárcel de espejos. Él, según me ha dicho mientras se despedía, está en libertad condicional. Yo, al parecer, también. ¿ O no? ¿O todavía estoy en la cárcel?