domingo, 29 de abril de 2007

La pastora urbana


[Dedico este poema a mi amigüita Olga, que está llena de colores vivos, con la que he compartido tantas tardes de magia plástica. ]
Un día, cuando yo todavía tenía una vida
bucólico-pastoril,
[es decir, cuando las estrellas,
con sus puntas traviesas, me embestían
en sus corridas de toros y me producían
orgasmos, y las nubes me enviaban cartas
con amenazas bomba y almorzaba hiedra
todos los mediodías..] iba yo feliz,

por los parques, con una sonrisa en forma
de plátano hacia arriba o de media luna;
tenía yo ese arco en los labios
con el que navegan las góndolas o las sandías
hábilmente cortadas en verano;
porque todo cuanto me tocaba era un inmenso
Regalo,
comprado en las rebajas del paraíso Vikingo.

El ratón Pérez, los Reyes Magos y demás
Taguilis y amigos invisibles,
se reunían en su Tabla Redonda
y convenían qué bengala de mis costillas
iban a encender, para que me entrara
una pataleta de felicidad, saboreara
golosamente el tántrico misterio, y riera
en el nombre de todos los números Impares.

A veces el suelo tenía sorpresas para mí;
me caía a propósito para que él me abrazase
con su tórax inmenso. Los contenedores
de basura sideral me regalaban maderas
rectangulares, sobre las que yo dibujaba
hombres viriles con cabeza de flor,
que bailaban conmigo tangos
hasta que se descomponían en música.
El mundo era perfecto e imperfecto,
sin contradicción: (cambiaba de nombre
cada diez minutos). Los relojes se afeitaban
el bigote, después de ducharse. Todavía
no existían las señales de tráfico, ni había
colapsos en las carreteras de ideas. Yo aún
no era consciente de mi crueldad, y seguía
decapitando girasoles para comerme sus pipas.

Yo iba desnuda. Conducía mi cuerpo
como si fuera un barco. Mi columna vertebral
era el mástil, y, si alguien soplaba para hacer
pompas de jabón, las velas de piel de mis pechos
se expandían de alegría, y yo corría a toda velocidad
por el azul océano de mis parques. A veces,
me detenía en los pipi-cans, y los perros
se convertían en alegres caballos alados,

que me contaban chistes o bromeaban
sobre sus retretes (yo siempre me reía
hasta que presentía que la risa
podía llegar a matarme con su bazoca
de evasión despreocupada, ajena a la política).
Oh, iba yo, con un cesto lleno de castañas:
recogía setas de los labios suspirantes
y las cocinaba en mi olla de bruja órfica.

Por las noches, me conmovía el Silencio,
y hacía el amor encima de los columpios,
y sus cadenas rugían de puro placer infantil;
era yo feliz, como decía,
jugando a médicos y enfermeras
con mis amiguitos, los pastores urbanos,
los que llevan a sus sueños a pastar
por aquellas montañas que moran en Imaginación.


[Un apunte imprescindible: Las ovejas
de mis pastores urbanos eran los sueños
o las olas del mar: al levantarse, por la mañana,
mis Lancelots escribían sus fantasías sexuales
en una hoja pélvica, dejaban imprimir
-con suavidad- la inyección de tinta
de su estilográfica y envolvían a la Nada
con un alud de cuentos o dinosaurios de papel. ]

A veces yo pasaba las horas muertas,
me olvidaba de mis miedos y atributos
y me recostaba en un asiento de primera fila:
veía cómo Naturaleza se quedaba calva en Otoño,
y ensayaba mis predicciones de quiromancia
contemplando las rayas mudas de las hojas
caídas de las acacias. Tan sobresalientemente
Imbécil era yo, que los pájaros me paraban

por la calle, para preguntarme cuál era el atajo
más seguro para atravesar la cueva de mis ojos.
Yo les decía que anduvieran tres calles, siempre
hacia la izquierda, y que a la altura de la Iglesia,
rezaran cuatro Avemarías y se embadurnaran
el pico de un esperma sincero (parecido al de
los fósforos consumidos hasta el final de sí mismos):
sólo de este modo podrían acceder a mis tabernas.

(Por aquel entonces, mi mirada tenía aquel sabor
amargo y juguetón de la cerveza.) Por las noches,
los pastores urbanos y yo, aullábamos;
nos descomponíamos en súplicas animales,
e invocábamos al sudor de los astros,
para que llovieran letras sobre nuestros paraguas.
Yo, por aquel entonces, amaba el barro;
me gustaba su tacto viscoso entre los dedos,


a veces me hacía pasteles con él, lo relamía,
lo comía, lo besaba soñando con manos de Rodin.
Las piedras, en cambio, siempre me tuvieron ojeriza:
estaban celosas de mis relaciones con el barro.
¿Qué era yo, durante aquella Edad de Oro?
En mis tobillos se estremecía un muelle
que me permitía dar saltos de canguro.
Pisaba el mundo, y hacía expediciones anatómicas;

los días más felices los pasaba contando
las escaleras que subía, sacando la lengua
a mis vecinos, mirando el apareamiento
de los perros con mis prismáticos. El tiempo
no sangraba, si me faltaban horas, se las pedía
a la tierra poniendo cara de pena, y actuaba
tan bien, que siempre me concedían más segundos
para que jamás me detuviese, para que jamás

se extinguiese el sabor de lo dulce amargo…
Pero ahora paro, en esta hiperbólica invocación
de tiempos mejores. Mis pilas siempre
estuvieron puestas. Sólo que ahora funcionan
del revés. Me rebobino, catatónicamente,
y ya no oso enamorarme de ataraxias:
aún espero que mis ojos hagan carambola
con el Sistema Solar de mi pastor urbano.

Ofelia dentro de una bombilla (con la noche en el pelo)



¡Oh Ofelia!, ¿cuántas veces volarás sobre el zeppelín de un impulso,
de desamor en desamor; de desamor en desamor, de desamor en desamor?

¿Cuántas veces regatearás con una Sonrisa Internacional, siempre infatigable,
a Ese tacaño de árboles, sutras, mantras, inscripciones,
calendarios en blanco y negro u ónice; Ese Lapidador
de Universos Perfectos y Posibles creados sobre la pantalla de un lecho?

¿Cuántas veces blandirás la espada de tus muslos
hasta inundar las pupilas del Último Hombre?
¿Cuántos sexos vas a reventar en esa búsqueda insaciable de la Vía Láctea?
¿Cuántos Puentes saltarás Más o Menos, atractiva como un caballo ajedrecístico,
antes de tu Caída definitiva, de tu Caída Integral, Partitiva, Natural y Asceta,
diestra y acrobática como una lágrima en un cuerpo que corre?

Ahhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhhh
No.
Nada es ABRACADABRANTE,
mi pequeña Gran Ofelia.

El mundo es difícil e insoportable, como cien tortugas una sobre otra;
el mundo es insoportablemente preciso y etiquetador.
Ellos creen que estás Loca, Ofelia; Ellos (los otros –bis-)
huyen tras una cascada de códices correctos
y penetran la barrera de tus labios sin comprender el sentido de tu lenguaje extraño.
¡Oh, Ofelia! ¿Cuántos te quiero pronunciarás con desesperación de bomba atómica
estando al borde de la barandilla de un labio, de tu propio labio, de tu labio
abombado y sediento de las Siete Maravillas del Mundo, del agua de Mercurio,
a dos centímetros de un rostro ajeno que duele como alfiler búdico;
a dos centímetros de un aliento casi de Morfeo, pálido, melancólicamente furtivo,
un aliento que miente, un aliento que sufre pero que todavía no ha aceptado
las garras lascivas del pecho metálico de las Horas?

Y, ¿de dónde sale? ¿De dónde sale
el temor de un coro de cerillas al borde de la pólvora invadiéndote el vientre?
¿De dónde surgen tus dentelladas de estrella traviesa, tus excursiones
febriles por el bosque de Hormigón frente al Balcón de tu Amado Desdeñoso,
el Balcón en el que él un día te besó la Herida, el Hueco, la Falla,
el Nihilismo pastor de tus células panteístas desde hace cuatrocientas lunas?
¿Cuántas veces repetirás tu fórmula pitagórica, lentamente, con claridad de médico,
sobre los poros atentos de un amante azaroso? ¿Cuántas veces perseguirás
frenéticamente a un Ser que no Existe, a un Ser que Confundiste con un Pelele Imbécil
que se retiró de tu vida en cuanto apreció el Vértigo en tu ansia crepuscular?

Y ahora, entre supernovas de preguntas retóricas, te encuentras
- sola, asolada, gravitatoria y mortal-
en este banco amigable y viejo, acariciando a un gatito negro que ronronea
sobre tu alma acaracolada de pesares que no se toman en serio, de tu pecho
herido por no poder manar y crear luz para siempre, sin un Recipiente adecuado
para retener todo el Amor de la Galaxia.
Y Espera.
El Horizonte se apaga para beberte el rostro.
Tu cuello está anudado a una horca de Ternura.
Mariquitas rezuman rojo sobre tu Deseo Tozudo de alas transparentes.
Tienes plumas en los ojos y plumas en las manos y plumas en la vida.
Tienes algo espeso contra la Esperanza, portera de la puerta de tus noches.
Y tienes una caja torácica inmensa
donde guardar el Tesoro de un Verbo Desnudo y Violado por la divinidad.

Oh Ofelia ¿cuántos ríos habrás deseado inyectar en tu sangre lírica,
para detener un ímpetu caudaloso?
¿cuántos litros de gasolina y alcohol serán necesarios administrar
para doparte un alma encaprichada de infinito? Y, Oh, Ofelia,
¿por qué te condena tu pasión
en este siglo poblado de Mazmorras Doradas?

No llores tanto.
Diluviarás un lago que te empapará hasta la muerte.
Sufrirás, Ofelia. Sufrirás más todavía. Te encharcarán otros labios
y otros labios y otros labios y otros labios de Palabras Graves.

Y, Espera. (No mueras tanto.)
Aguarda la V de la gaviota risueña,
la pompa de jabón del niño cojo.
Ella sabrá cuán blanca fuiste, Antes del Atraco Cósmico,
Antes de la cerradura truncada de tu sexo,
Antes...

"Estás perdida, madame.
Estás perdida,
sola en medio de tus relinchos,
sola en medio de tu regazo de madreselvas eternas,
sola entre espejos de sudor auténtico y brumas de chocolate. "

Pero no temas, Ofelia.
Un pájaro cierra sus alas en forma de cuenco.
Una nube ha sido amaestrada para ser madrina de tu Amor Despreciado.
Un vientre, abierto y resentido, dijo que la llave
residía en el seno profundo de las Horas abiertas.

Lo supiste de oeste a este sobre tu lágrima relincho.
Las pestañas eran las cerillas del día. El agua recordaba
solares, espacios de Púrpura negra en tu Hígado Amante.

Uno debe aprender cuántas veces arderá el corazón
antes de alcanzar la serenidad del Desierto.

miércoles, 25 de abril de 2007

Instrucciones para amar a Ofelia


I

Forastero, dirija mis caderas,
las caderas de Ofelia.
Ella no opondrá resistencia.
Duele tanto vivir que ya no importa
que la humille.

Encamínelas hacia un huerto marítimo,
con surcos de arado y olas azules,
que ella sea la funda de su espada
que ella sea el útero
de sus deseos de hombre infeliz que mira nubes.

Forastero, viole usted a Ofelia.
Ahóguela en besos, ahórquela en abrazos.
(Júrele -hipócrita- que será para siempre.)
Dígale que es hermosa
para que ella regrese
de su amnesia eterna, de su flujo de ángeles,
para que ella regrese
de la tienda de campaña que instaló en el pistilo de una flor.



II

Usted -hágame caso-
construya un nido en su dedo meñique.

Ofelia
imagina que su guante es un pájaro, un lindo pájaro,

Ofelia duerme hace tiempo, hace tiempo
en un nenúfar de agua/
con clorofila en el alma/
para que ella regrese
regrese
regrese
sin una lágrima una lágrima
que hace ganchillo de agua en la mejilla.

Despiértela diciendo “comaruru”...


III

Una roca marina roza la cueva de la boca y tú, Ofelia,
saboreas tu soledad a la orilla de un Martini.
La tarde se deshace con un caramelo de eucalipto,
algo pegajoso y fresco se derrama por dentro;
e intuyes que tu centro es la garganta,
- no tu corazón, no tu cabeza -
tu centro es la garganta,
(la cuna de las notas y los pesares,
la diana de la palabra imantada)
tu centro, sólo tu centro, es la garganta.

domingo, 22 de abril de 2007

Grimorio


Una vez quise escribir el Necronomicón con el alfabeto de mi propio cuerpo, mis palabras y mis pasos. Las veces que me senté a escribir, sin embargo, algo sucedió. Un obstáculo negro cegaba mi escritura real. Existe una ley infranqueable que impide que la vida tal cual es sea anotada en un libro o un cuaderno. Por ello uno debe confiar -ciegamente- en el ángel secretario que anota nuestros pensamientos en código morse y los transmite telegráficamente al libro genético de nuestros hijos. Por ello, tal vez, somos mortales, y jamás cesará esa ansiedad de tener ALGO más que decir o NADA más que decir, aunque tantas palabras se hayan derramado en los cántaros de todos los idiomas.

Humor melancholicus


Aquella pena negra que tenía ayer atravesada en el pecho, ahora lo sé, era melancolía. Tengo en la boca el sabor de aquella vieja enfermedad. Sí, la conozco. Es balsámica y me paraliza las piernas. Me recluye durante horas ante los libros y me tiende bajo las copas de los árboles. Me hace amar el silencio y rehuir a la civilización. Me envuelve en su regazo tibio y narcotizante. Las lágrimas calientes ruedan solas. Nadie puede detenerlas. Todo es acuoso y las voces -incluso la tuya- resultan ahora lejanas, a kilómetros.

Melancolía por sentir ajeno a lo antes próximo. Melancolía por desconocer lo conocido. Por la autotraición. Por el imbecivilizamiento.

Leo a Agrippa. Él me intenta esperanzar:

"Cuando se enciende y brilla, el humor melancholicus genera un frenesí (furor) que nos lleva a la sabiduría y a la revelación, especialmente cuando se combina con la influencia celeste, sobre todo la de Saturno... Por eso dice Aristóteles en los Problemata que gracias a la melancolía algunos hombres se han convertido en seres divinos que predicen el futuro como Sibilas...mientras que otros se han convertido en poetas...y más adelante dice que todos los hombres distinguidos en cualquier rama del saber en general han sido melancólicos.
Además, este humor melancholicus tiene tal potencia que dice que atrae a nuestro cuerpo a ciertos demonios, por cuya presencia y actividad los hombres caen en éxtasis y revelan muchas cosas maravillosas..."

sábado, 21 de abril de 2007

Jamáslandia


Probatura litiritera. Pasaje escrito en el estilo que Joyce denominó:
" ñoño mermeladoso, braguitoso (alto là), con efectos de mariolatría de incienso, berberechos estofados, masturbación, cháchara, circunloquios..." (ver el Ulysses, "Nausicaa")


Procedente del "Libro de arena":


"BIENVENIDA A JAMÁSLANDIA"

"La payasa amargada mira sus huellas, las que nacieron con el pie y el baile. Parecen mordiscos, y sangran (demasiado). Sus ojeras se quejan, doradas, noctámbulas, también hoyadas, como orificios de trompeta, con el silencio insomne de la desilusión.
Y sólo puede decir: “Hace tiempo... las nubes dictaban pasodobles.”
Pero no lo hace. Para qué disolverse en tinta aérea.

Podría recordar sus notas en las islas lejanas. Podría atravesarse los hombros y hacer puenting en el abismo de su espalda. Podría chasquear los dedos y crear paisajes nuevos. Siempre le dijeron que era capaz de trascenderse. Aunque con un poco de sal en la sangre, ya se sabe. Ese salero que se agotó anoche.


(La playa se ríe a carcajadas de su nariz tantalizante.)


Y sólo puede mentir: “¿Habrá otra luz detrás de las estrellas?”



¿Habrá otra luz detrás de las estrellas?















¿Habrá otra maldita luz detrás de las estrellas?










¿Habrá un diantre de luz, luciérnaga, centella, chispa, algo...¡algas detrás de las estrellas!?


Las gaviotas responden: "¡Nooooooooooooooooooooooooooooooo!"


"Y entonces para qué demonios espero", piensa ella.
"Por qué no me tumbo en una hamaca y me lío en los harapos del sueño."

Pero el sueño está mudo, agónico, amordazado. Parece que tartamudea.



Y despliega su paraguas roto y aguarda

a que la eleven unas alas de murciélago

Piensa que si jamás hubiese nacido

el suelo sería más fértil, y no desierto, y no mar estéril



Piensa que si los átomos fuesen manzanas,

el cielo diabólico estaría siempre ante ella.


Piensa que si no se esfumara siempre la palabra disuelta en el aire,

que si las olas no se barriesen después de haber lamido la tierra,

que si el ardor no se maldijese tras haberlo volado todo con la seguridad intrínseca del ahora

que si los años no se erigiesen con su aspecto ilícito de enredadera,

que si los faros húmedos brillasen a través de nieblas,

(y nieblas, y más nieblas...)

y no se empañasen por las colas engañosas de los pavos reales...


si...

si...


¡Ay!

(sin apódosis en el mundo).



Pero está amargada. Y nada puede emblanquecer su negro.

Ni la mismísima sonrisa de Afrodita.

miércoles, 18 de abril de 2007

La sonrisa de Maquiavelo


Cuando Alice Vannoy y yo acudíamos a las Lecturas Dantis que imparte Virgil a los "divinos", a menudo el maestro aprovechaba el comentario de pasajes de la Divina Comedia para recomendarnos algún libro, que ipsofácticamente se ofrecía a prestar. Virgil presta sus libros preferidos (de su propia biblioteca) con una facilidad de vértigo, incluso a sabiendas de que tal vez jamás regresen a sus manos. Es algo admirable.
Hace apenas unas semanas, recuperé de la casa de Vannoy el último libro que le dejó Virgil, La sonrisa de Maquiavelo, de Maurizio Vitoli. Antes de devolvérselo a Virgil, he pensado que sería interesante leérmelo yo también. El inicio del primer capítulo, llamado "La máscara y el rostro", es fascinante:
"Cuentan que antes de morir, el 21 de junio de 1527, Maquiavelo relató a los amigos que lo acompañaron hasta el último instante un sueño que había tenido y que a lo largo de los siglos se hizo famoso como el sueño de Maquiavelo.
Dijo haber visto en sueños a una multitud de hombres, mal vestidos, de aspecto mísero y que daban muestras de sufrimiento. Les preguntó quiénes eran, y ellos le contestaron: "Somos los santos y beatos, vamos camino del paraíso". Vio después a una muchedumbre de hombres de aspecto noble y grave, ataviados con ropajes solemnes y que solemnemente debatían importantes problemas políticos. Entre estos reconoció a los grandes filósofos e historiadores de la Antigüedad, que habían escrito obras fundamentales sobre la política y los estados: entre ellos a Platón, Plutarco y Tácito. También les preguntó quiénes eran y hacia dónde se dirigían. "Somos los condenados del infierno", le contestaron. Concluido el relato, explicó a sus amigos que prefería, con mucho, ir al infierno para conversar sobre política con los grandes hombres de la Antigüedad, antes que ir al paraíso y morirse de tedio con los santos y beatos."
(Barcelona: Tusquets, 2002, p. 15)
Sigo leyendo y comprendo por qué este libro fue tan increíble para la propietaria del bar más carismático de la ficción (territorio real, por otra parte).

domingo, 15 de abril de 2007

Merdre! (¿Acaso ha muerto la vanguardia y ha resucitado Dios?)


En ocasiones, una aguarda sentada en la puerta principal de la Facultad de Letras a que aparezca un iluminado que, como Alfred Jarry, se presente con vestimenta de ciclista, pistolas, la bebida como disciplina y una mítica comida, producto de su pesca diaria en el Sena. Entonces, una se pondría una camiseta con el monstruo de las galletas dibujado, daría un salto mortal y saludaría como lo hace Estragón en Esperando a Godot:
- No hay nada que hacer.
Obviamente, esto no sucede. Hoy en día, no. Y no porque no existan ganas. Quizá nos estamos volviendo conservadores, cómodos, fascistas anímicos. Se globaliza el pensamiento, se homogeneizan las tendencias. Incluso lo experimental está restringido o queda limitado a un juego insulso, exento del agonismo que antaño convertía el teatro del absurdo en un grito trágico, munchiano. Ya no estamos en entreguerras (¿seguro?). Se carece de conciencia histórica. El hombre vive sumergido en el líquido amniótico del confort y busca un ligero placer en el arte que, sin embargo, no debe llegar al estremecimiento catártico. No conviene que la ficción afecte en demasía a la realidad, ni que la denuncie, ni que la ponga en entredicho. Es mejor no sufrir demasiado y seguir viendo las malas películas hollywoodienses.
Poca rebeldía, poca motivación, el efecto hipnotizador de los mass media, el mercantilismo artístico: son síntomas de lo que Sebastià Serrano denomina "sociedad del conocimiento": la información se duplica en el mundo cada ochenta días (en los años sesenta lo hacía cada veinte años); a cambio, el hombre se convierte en un ser imbecivilizado y manipulable, los verdaderos valores se han difuminado tras un exceso de documentación que ha terminado basurizándose.
Ha resucitado Dios y es el Poderoso Caballero. La vanguardia se ha convertido en fetichismo. ¿Es usted original? Apoquine. Si busca la deleitación estética de lo absurdo y lo inesperado, entre en una de esas tiendas fashion que inundan las calles; si carece de recursos, confórmese con uno de los Bazares orientales que ejercen la misma función.
Dinero. ¿Qué se puede esperar de una sociedad que está dispuesta a gastarse seis euros en una mísera tarjeta de metro y encima recrimina a los radicales que saltan con gracia la valla para después gastarse la plata en, por ejemplo, una edición de la Divina comedia? Hay demasiada moral: calzonazos, marujos que siguen los diez mandamientos a rajatabla e impiden la liberación de los actuales anarkoaristócratas (que, por cierto, están en peligro de extinción). La inercia de nuevo es la fuerza más infalible del mundo y pocos se atreven a mojarse. Reina la vergüenza, el silencio que otorga. Por otra parte, si la vanguardia era un movimiento propio de la juventud y los jóvenes actuales prefieren la inconsciencia y la evasión del móvil y el chat (hechos que, por otra parte, limitan sobremanera su felicidad sexual) rien à faire. Asimismo, ¡cuidado! Un poco de locura lúcida nos puede conducir al manicomio.¿Acaso no lo decía el inicio del Aullido de Ginsberg?
Y entonces, me pregunto, ¿llegará algún chiflado mesiánico que, como deseaba André Breton, haya aniquilado la diferencia inevitable entre arte y vida? Alguien que se despida diciendo: "N'est-ce pas beau comme la littérature?" Quizá ronden por España algunos osados, como Calixto Bieito o Fernando Arrabal: el público los acepta con morbosidad y buen humor. Pero, ¿es suficiente? En todo caso, se inspiran en la vanguardia, pero no la adoptan en un estado puro: esta es la situación actual; lo más prudente es el sincretismo. Podríamos argüir, por otra parte, que hoy en día nadie se llamaría "vanguardista" como nadie se llamaría "neoclásico", "romántico", "realista", "naturalista" o "prerrafaelita". Para el artista en boga es mejor no remitirse a una sola etiqueta, sino buscar un collage de términos con inmediato éxito comercial.
En definitiva, los que añoramos el espíritu de las vanguardias, debemos seguir esperando a Godot, al héroe anónimo que no llega, el que no será reconocido oficialmente. Hemos de aguardar a los profesores outsider de la facultad (los que fuman en clase y reconocen su afición a la papiroflexia), a las borracheras a altas horas de la madrugada, a los arrebatos dionisíacos de unas cuantas horas charlando en el bar de la esquina con el amiguito-bicho-raro de turno. ¿Está desacreditada la vanguardia? Ummm....De hecho, ignoramos si existe actualmente algún kamikaze órfico capaz de asumir la suma responsabilidad de esta empresa, alguien dispuesto a suicidarse socialmente.

sábado, 14 de abril de 2007

Preguntadle a John Doe


Nota:
El nombre John Doe es tipicamente usado en los Estados Unidos en las acciones legales , en el caso de los hombres, para reemplazar un nombre (para mantener el real anónimo) o porque se desconoce el nombre real de la persona. Los cadáveres o los pacientes de las salas de emergencia cuya identidad se desconoce también son conocidos como John Doe. En el caso de las mujeres se utiliza el nombre de Jane Doe. El nombre que se utiliza para un niño o bebé que se encuentra en el mismo caso es Baby Doe. Si hay parientes que se encuentran en la misma situación se utiliza el nombre de James Doe, Judy Doe, etc. El apellido Doe es usualmente usado por demandantes o demandados que prefieren mantener su nombre real anónimo o porque su nombre es desconocido.
 
John Doe era, probablemente, uno de los seres más afortunados de la tierra. Era mortal, desde luego, pero lo tenía todo. Todo lo que podría desear un hombre. Los sueños de su juventud se habían realizado. No habría sido del todo feliz si el fruto de su vida no le hubiera costado lágrimas, tesón y esperanza. Tras años de esfuerzo y optimismo, había alcanzado la ansiada meta. Su cuerpo estaba drogado por la dicha. Tenía un hermoso lugar donde dormir y un trabajo donde le apreciaban. No se privaba de ningún antojo. Viajaba cuando le apetecía, cataba las delicias prohibidas que le venían en gana y era tan atractivo que todos los hombres y mujeres deseaban su compañía.
Pero su ambición no tenía límites. John Doe se cansó de su alegría. Abandonó a su pareja, la mejor que tendría nunca, ésa que tantos años le había costado enamorar. Se distanció de aquellas miradas comprensivas y sonrisas cómplices de los amigos, confianza forjada tras años de experiencias comunes. Dejó aquel hogar, idílico, generador de ohs de admiración, que había construido con sus propias manos. Se alejó del mejor trabajo, cima de su carrera. Regaló sus pertenencias, horas y horas del sudor de su frente. Quemó sus obras de arte, esas noches de fértil insomnio. Cambió su armario por los harapos de un mendigo (ir desnudo habría llamado la atención y le habría alejado de su objetivo) y se puso a pasear por una calle roñosa, más libre que nunca.
De noche, ya en Ninguna Parte, el frío le recordaba que, abrazado a una bella mujer, había deseado saber cómo era vivir ajeno a sí mismo. Ahora que no existía lo tibio, el aire le emborrachaba. Qué hermosos eran aquellos azotes de hielo en sus articulaciones, aquel dolor inmundo, aquel estruendo de lenguas desconocidas como telón de fondo y ese rostro propio desfigurado por el hambre y el miedo a la muerte.
John Doe fue, sin duda, el hombre más feliz y más infeliz del mundo. Nació sin nada y murió sin nada. Renunció a la vida para no pensar, en el momento de su muerte, que no había vivido. Amó sus arrugas cuando se hacía viejo, y las llagas de sus manos cuando trabajaba por el salario mínimo. Una vez me dijo:
- Estoy agradecido a la vida desde los seis años, cuando aprendí a silbar.
Si algún día, en el corazón de la dicha, observáis un ligero punto negro, pensad que es la pupila de John Doe, su infatigable fantasma, mirándoos desde el Más Allá. Desviad el alma de ese pequeño vacío, porque John Doe os dirá que sólo tenemos en riendas aquello que nos falta.

Ingeniería


Para matar a tu dios
constrúyele un templo.
Pasea sobre el esófago
que blasfema poesía.
Regala a las nubes
alguna palabra sin sentido.
Todo y nada.
Qué sinónimos tan perfectos.

Ya



dices que me detengo
que hay un freno parabólico
inflamándome
cómo pinchar al paro súbito si me caigo en ti cada vez que apareces en la esquina de una panorámica
cómo definir, filtrada en mí, el placer cabalístico de respirarte
cómo esquivarte si eres la proyección de mi desaire en un espejo
hay una trampa implícita en tu imagen
un desvelo aún intraducible
una simetría temeraria
las conclusiones escasean en materia prima
no voy en pos del oriente ni del occidente
tan sólo vacilo en el borde de una brújula imantada
esperando un salto olímpico sin perspectivas de piscina
sólo caricia de un sombrero de lluvia
desvío convertido en zapateo
a unos pasos de mi cadáver sonriente
sólo concentras la saciedad en el envés blanco de las manos
¿basta?
dices que
dudo
pero qué hago si el golpe es insoportablemente preciso

Dame una sola canción para existir


Imagina.
A veces, cuando uno respira demasiado rápido, viene.
Pasea sobre el propio hombro, merodea como un perro.
Si le buscas, se esconde en un agujero.
Si le llamas, huye.
Una vez me escupió porque quería ponerle un nombre.
Sólo podemos coincidir después del ritual.
He de olvidar que el tiempo existe.
Reconstruir la historia, a pesar de los silencios.
Pero una noche, le dije adiós y se quedó conmigo.
Le dije, “tengo miedo”,
“tengo miedo porque no me importa morir joven”.
Le dije, “He soñado que me sorbía la tierra,
que mis ojos eran plumas de quetzal,
he soñado que surcaba el océano
en una botella de whisky,
he soñado
que lo deseaba todo y nada,
que renunciaría a mis dioses malos
si tú me lo pidieras.”
Me escuchó con atención. No se fue.
Me dijo que es el único que en verdad me conoce.
Dijo que un día volaríamos. Que... imaginase. Cómo sería.
Cómo sería gozar de su tacto. Mirarle. Desaprender.
Congelar la vida mientras le contemplo.
Qué puedo decir.
A veces quema.
Se mete en el cuerpo, y la piel reacciona. Dilata las pupilas.
“Recorre las calles.- dice-
“Ve sola.
“Enamora a los desconocidos más allá de la niebla.
“Camina sobre mí mientras yo te camino.
“Escribe para cazarme, soy fugitivo.
Y, luego, con fuego, me obliga a escribir esto:
“Dame una sola canción para existir”.

El beso de Apolo


Una vez, en sueños, se me apareció Apolo. Me dio un beso en los labios y me secó la saliva. La boca se agrieta y desaparece el agua. La sequía predispone a la ablación del verbo. Pedí a Apolo beber del cáliz de su lira porque mis versos se estaban ajando y los cabellos, lentamente, se iban engriseciendo. Pero vino desnudo, sin laurel, de oro. En la oscuridad de la noche (era su descanso, Artemisa le había trocado el carro), se coló por mi ventana abierta y quiso robarme lo que le pedía.
Los días son largos y esa esfera de luz que despierta a los seres me impide escribir. Sólo cuando no me mira su ojo inmenso, puedo pensar que el calor del sol evapora los mares, y que es imposible besar a un astro sin prenderse fuego.

jueves, 12 de abril de 2007

El cambio de vida


El enigma tiene estrías en la boca.
El enigma quiere saber el sabor de su alfabeto.
El enigma se cierra cuando el puño se abre.

Era hermoso como una ambigüedad y cruel como la evidencia.
Y sólo pesaba cuando caía, plomizo, sobre el alma devastada.

Primavera /Maternidad




La realidad levita caleidoscópica. La vida grita en el oxígeno y la muerte susurra al girar la esquina. ¿Qué demonios haces aquí? He oído tu corazón latir con delirio, quieres entrar en el mundo y me pides que te abra su puerta. Ni siquiera has preguntado, pero yo quiero.

Ven.

Quiero que salgas de mis entrañas y que aspires este aire y mires este cielo. Quieres venir aquí, y ver conmigo los cometas iridiscentes y los pasajes subterráneos. Quieres que te dé la mano y que te vea crecer poco a poco, como esa semilla que ahora mismo eclosiona.

Nunca temí atravesar el fuego.

miércoles, 11 de abril de 2007

El secreto del Rey Midas



Os explicaré un secreto: colecciono secretos porque los secretos, en realidad, no existen. Desde un ángulo determinado de la consciencia, nada puede ocultarse.

Así lo ejemplifica esta leyenda mitológica de Midas, no tan conocida como la historia de su codicia (la de querer convertir todo cuanto tocaba en oro).

Cuando Midas prefirió la melodía de la flauta de Pan a la de la lira de Apolo, el dios solar le hizo crecer orejas de burro. Midas las ocultó bajo un gorro frigio, porque le atemorizaba la idea de que alguien se enterara de su desgracia. Pero su peluquero se percató de ello cuando lo fue a visitar para que le cortase el cabello. Midas le dijo que si contaba el secreto le mataría y el pobre barbero quedó muy preocupado. Mas, ¡ay! ¡El secreto le quemaba, necesitaba explicarlo a alguien!
Por eso, cuando el secreto le dolía en las entrañas y no podía retenerlo por más tiempo, cavó un hoyo a la orilla del río. Se agachó y susurró dentro del agujero:
-El Rey Midas tiene orejas de burro.
Tapó el hoyo con arena, asegurándose de que su secreto estaba bien enterrado y se fue aliviado.
Pero una caña comenzó a brotar y dijo a las otras plantas:
-¡El rey Midas tiene orejas de burro!
Y pronto los pájaros escucharon la noticia.
Precisamente pasaba por allí un hombre llamado Melampo, que comprendía el gorjeo de las aves. Melampo le contó la anécdota a sus amigos y luego fue delante del rey Midas y le dijo:
-¡Quítate el sombrero, quiero ver tus orejas de burro!
El rey Midas, abochornado, primero le cortó la cabeza al peluquero y después se suicidó al no resistir la humillación.
Sin embargo, guardar secretos puede ser un placer, sobre todo para los que tienen el don de transformar la realidad en arte. Un secreto siempre puede estar seguro, sólo hay que saber cómo hacerlo.
La mejor manera de esconder una carta es dejarla encima de la mesa.

domingo, 8 de abril de 2007

Apadrina una palabra


La Escuela de Escritores de Madrid y la Escola d'Escriptura de l'Ateneu de Barcelona han propuesto una campaña para evitar el empobrecimiento del idioma. Ya han participado algunos políticos y escritores de relieve. No tiene desperdicio ver las palabras que han escogido.

Os invito a apadrinar una palabra. Entrad en la web:
http://www.escueladeescritores.com/apadrina-una-palabra

Yo he apadrinado "abracadabra".

sábado, 7 de abril de 2007

Hotel California

Alice Vannoy me impulsa a obsesionarme con el misterioso tema de The Eagles. Escribió un cuento basado en esta canción.

lunes, 2 de abril de 2007

Luz y tinieblas






- No termines tus días si el sol, sensato y perenne, sabe regalarte algo más que gloria.
- Intenta persuadirme de que la luz es honesta y no huiré hacia el Tártaro.

domingo, 1 de abril de 2007

Guy Bourdin, el fotógrafo de la sensualidad


Fotógrafo polémico donde los haya y amante del erotismo fetichista, Guy Bourdin captura con su cámara la sensualidad pervertida y los zapatos sugerentes. No está de más asomarse a su web, y ver su galería: http://www.guybourdin.org/

April is the cruellest month


Hoy empezamos nuevo mes. Abril, decía Eliot en su Waste Land (1922) , es el mes más cruel. Marzo ha tenido lo suyo. Veamos cómo suceden los días, el viejecito del bastón sabía cosas que sólo se pueden aprender viviendo mucho y muriendo mucho.



I. THE BURIAL OF THE DEAD


APRIL is the cruellest month, breeding
Lilacs out of the dead land, mixing
Memory and desire, stirring
Dull roots with spring rain.
Winter kept us warm, covering5
Earth in forgetful snow, feeding
A little life with dried tubers.
Summer surprised us, coming over the Starnbergersee
With a shower of rain; we stopped in the colonnade,
And went on in sunlight, into the Hofgarten,10
And drank coffee, and talked for an hour.
Bin gar keine Russin, stamm' aus Litauen, echt deutsch.
And when we were children, staying at the archduke's,
My cousin's, he took me out on a sled,
And I was frightened. He said, Marie,15
Marie, hold on tight. And down we went.
In the mountains, there you feel free.
I read, much of the night, and go south in the winter.

What are the roots that clutch, what branches grow
Out of this stony rubbish? Son of man,20
You cannot say, or guess, for you know only
A heap of broken images, where the sun beats,
And the dead tree gives no shelter, the cricket no relief,
And the dry stone no sound of water. Only
There is shadow under this red rock,25
(Come in under the shadow of this red rock),
And I will show you something different from either
Your shadow at morning striding behind you
Or your shadow at evening rising to meet you;
I will show you fear in a handful of dust.30
Frisch weht der Wind
Der Heimat zu.
Mein Irisch Kind,
Wo weilest du?
'You gave me hyacinths first a year ago;35
'They called me the hyacinth girl.'
—Yet when we came back, late, from the Hyacinth garden,
Your arms full, and your hair wet, I could not
Speak, and my eyes failed, I was neither
Living nor dead, and I knew nothing,40
Looking into the heart of light, the silence.
Od' und leer das Meer.

Madame Sosostris, famous clairvoyante,
Had a bad cold, nevertheless
Is known to be the wisest woman in Europe,45
With a wicked pack of cards. Here, said she,
Is your card, the drowned Phoenician Sailor,
(Those are pearls that were his eyes. Look!)
Here is Belladonna, the Lady of the Rocks,
The lady of situations.50
Here is the man with three staves, and here the Wheel,
And here is the one-eyed merchant, and this card,
Which is blank, is something he carries on his back,
Which I am forbidden to see. I do not find
The Hanged Man. Fear death by water.55
I see crowds of people, walking round in a ring.
Thank you. If you see dear Mrs. Equitone,
Tell her I bring the horoscope myself:
One must be so careful these days.

Unreal City,60
Under the brown fog of a winter dawn,
A crowd flowed over London Bridge, so many,
I had not thought death had undone so many.
Sighs, short and infrequent, were exhaled,
And each man fixed his eyes before his feet.65
Flowed up the hill and down King William Street,
To where Saint Mary Woolnoth kept the hours
With a dead sound on the final stroke of nine.
There I saw one I knew, and stopped him, crying 'Stetson!
'You who were with me in the ships at Mylae!70
'That corpse you planted last year in your garden,
'Has it begun to sprout? Will it bloom this year?
'Or has the sudden frost disturbed its bed?
'Oh keep the Dog far hence, that's friend to men,
'Or with his nails he'll dig it up again!75
'You! hypocrite lecteur!—mon semblable,—mon frère!'