domingo, 29 de julio de 2007

Walden (Fragmentos)


[ El 4 de julio de 1845, Thoreau se traslada a vivir a Walden Pon, a una cabaña que construye con sus propias manos. Allí pasa dos años. Amasa el pan que se come, siembra y recolecta sus propios alimentos, y en profunda soledad, tiene la fortuna de detener la alocada prisa occidental para sumergirse en una gozosa contemplación de la vida. Transcribo unos fragmentos de Walden (Madrid: Cátedra, 2006, pp. 138-142). Para ser leídos en las futuras reuniones del Club de los Poetas Muertos. ]


"No conozco ningún hecho más alentador que la incuestionable habilidad del hombre para elevar su vida por medio de un esfuerzo consciente. Ser capaz de pintar un cuadro en particular o esculpir una estatua es algo, así como embellecer ciertos objetos, pero resulta mucho más glorioso esculpir y pintar la atmósfera y el medio mismo a través del cual miramos" (...)

"Fui a los bosques porque quería vivir a conciencia, quería vivir a fondo y extraer todo el meollo a la vida. Dejar de lado todo lo que no fuera vida para no descubrir, en el momento de la muerte, que no había vivido. No quería descubrir lo que no fuera vida, porque vivir es caro, ni quería practicar la resignación a menos que fuera completamente necesario. Quería vivir con profundidad y absorber toda la médula de la vida, vivir de manera tan severa y espartana todo cuanto no fuera vida, abrir un amplio surco y arrasarlo, arrinconar a la vida y reducirla a sus términos inferiores y, si resultaba mezquina, coger toda su genuina mezquindad y hacerla pública al mundo; o, si era sublime, saberlo por experiencia y ser capaz de dar cuenta de ello en mi próxima excursión. La mayoría de los hombres, a mi juicio, se halla en una extraña incertidumbre respecto a si la vida es cosa de Dios o del diablo, y ha concluido algo precipitadamente que el principal fin del hombre es
glorificar a Dios y gozar de él por siempre." (...)

"Nuestra vida se pierde en los detalles. Un hombre honrado no necesita sino contar sus diez dedos y, en casos extremos, añadir los diez dedos de los pies, y dejar el resto. ¡Sencillez, sencillez, sencillez! Os digo que vuestros asuntos sean dos o tres y no cien mil; en lugar de un millón, contad media docena y llevad las cuentas con la uña del pulgar." (...)

"Las imposturas y engaños se consideran las más sólidas verdades, mientras que la realidad es fabulosa. Si los hombres observaran sólo realidades y no dejaran que los engañaran, la vida, comparada con las cosas que conocemos, sería como un cuento de hadas de las Mil y Una Noches. Si respetáramos sólo lo que es inevitable y tiene derecho a existir, la música y la poesía resonarían por las calles." (...)

"El tiempo no es sino la corriente donde voy a pescar. Bebo en ella, pero mientras bebo, veo el fondo arenoso y veo lo somero que es. Su delgada corriente se desliza, pero la eternidad permanece. Querría beber en lo profundo, pescar en el cielo, cuyo fondo está empedrado de estrellas. No puedo contar ni una sola. No conozco la primera letra del alfabeto. Siempre he lamentado no ser tan sabio como el día en que nací. La inteligencia es un cuchillo afilado, discierne y penetra el secreto de las cosas. No deseo estar ocupado con mis manos más que lo necesario. Mi cabeza es manos y pies. Siento mis mejores facultades concentradas en ella. Mi instinto me dice que mi cabeza es un órgano para excavar, así como otras criaturas usan su hocico y patas devanteras y con ella minaría y excavaría mi camino a través de estas colinas. Creo que el filón más rico está por aquí; juzgo por la varita adivinatoria y los finos vapores ascendentes, y aquí empezaré a minar."


viernes, 27 de julio de 2007

El miope impertinente



- ¿Cuántas dioptrías cree usted que tengo?
- ¿Cuántos gatillazos ha tenido?
- Cuarenta y siete y medio.
- Entonces nada merece la pena. Usted y yo, si me sigue, seremos profetas de nuestro tiempo.
- Profetas de qué.
- De la imbecivilización.
- Ya nada merece la pena.
- Sólo la cerveza es áurea.
- ¿La ve?
- Sí. Es miopía lo mío y a la cerveza siempre la tengo cerca.


(De repente, entra un encapuchado con una metralleta y mata a todo el mundo).

martes, 24 de julio de 2007

E en buscando aquesto




Introducción afónica
El cuerno del cartero de Münchhausen era más bonito que una bocina electrónica con el sonido en conserva; las botas de siete leguas, más bonitas que el automóvil; el imperio del rey Laurin, más bonito que un túnel ferroviario, las raíces curativas de la mandrágora más bonitas que un telegrama ilustrado, comer el corazón de la propia madre y entender el lenguaje de las aves, más bonito que un estudio zoopsicológico sobre la expresión rítmica del gorgeo de los pájaros.
Robert Musil, El hombre sin atributos
Qué fácil confundir un beso y un coágulo. Usted no podría discernir la ínfima línea que separa el placer severo del dolor liviano. Pero no genere esa mueca de disgusto en los labios. No tuerza el rostro como si un viento lo doblase. Sonría, a pesar de lo grotesco de la situación. Estoy frente a usted y veo de lejos su talón de Aquiles. ¡Ah, hombre maduro encorbatado, de irresistible americana y gafas de sol! No me impresiona esa barítona voz de gentleman, ajada por el alcohol y afectada por fugaces infidelidades de hotel de lujo. Ni su cortesía de implante, esa barata imitación de Humphrey Bogard. Ni su repentina melancolía de cigarrillo, que ahora mismo parece inundarle de negros humores.


Venga conmigo, a mi casa. Quiero enseñarle los dientes amarillos de los gitanos y los veleros de papel ahogados en el lodo. A veces sigo la corriente del río y veo cómo a medida que envejece se hace más opaco. Soy incapaz de imaginar su fondo. La turbulencia me impide atravesarlo de una sola ojeada.


Mi barraca con jacuzzi huele siempre a tierra húmeda. En invierno paso frío y por eso busco a hombres soñadores como usted, algo bohemios y presuntuosos, para que me inviten a cenar y disfruten del sexo en la precariedad suburbial. No me juzga pobre porque soy aseada y creativa con los despojos. El vestido lo reciclé de un contenedor. Nadie lo imaginaría. Usted ha quedado conmigo porque conoce mi fama. Esa historia falsa de mi vida, que me forjé en las aulas universitarias y se extendió de boca en boca desde los bares que suelo frecuentar. Todo una mentira. Cada vez que calzo mis botas negras con cordones me invento un nombre nuevo y un personaje. Imagino una historia distinta, con la que seducir a los crédulos desconocidos de la noche.


Mire las fábricas a los lejos. Su espectáculo de humo. Acaba de empezar, sin duda, el principio de una obra anónima, lanzada al vacío sin más por una puta de enrevesada anarquía ideológica. Nociva para el medio ambiente. La literatura ha nacido en estas calles. La murmuran las marujas en las colas del mercado y en las sillas inhóspitas de los cafés insalubres.


Mi mente, naturalmente, se estructura en torno a dos símbolos, las dos mujeres que conviven en mí. Me refiero a cuando existen dos individuos completamente distintos, que no obstante son complementarios. Uno es el héroe. El otro, el cobarde. Uno es en acto; el otro, en potencia. Uno es pleno y el otro desgraciado. Lo más jodido es que, tal vez, ambos, bellos y horribles al unísono, moran antagónicos en nuestra alma, y se van turnando pensamientos.
Existe sobre la faz de la tierra una tipología de seres excesivamente vulnerables, hasta tal punto que el viajero se pregunta en su contemplación desapegada del mundo si la flor delicada del camino, si la crepitante mariposa nocturna, si la señorita K, no deberían extinguirse en la siguiente generación, para no estallar en mil pedazos cada vez que un avión turístico surca ruidosamente los cielos. ¿De dónde surgen estas criaturas? ¿Han sido acaso producto de una hipérbole divina, provocada por la conjunción magnética de dos astros inverosímiles? Jamás he conocido a nadie más triste.
Aman demasiado la tierra que les hinca sus zarpas y les rasga la vida. Por eso no han sabido romper. Jamás han sido como los rebeldes o los espléndidos fugitivos, que en un impulso de valentía o de inconciencia -no sabría decir bien qué es- inician una rápida carrera hacia otros parajes, creando un pasaporte falso y olvidando a pasos vertiginosos cualquier resquicio de añoranza pasada. Los fugitivos han podido matar a la madre e incendiar su lugar de nacimiento para consagrar otro mundo en su país de llegada. La señorita K, en cambio, jamás abandonó, siquiera, el mantel azul sobre el que comía cuando era niña.

Estos olvidados despiertan sin el tacto de un abrazo o un beso. Nadie los toca ni acaricia. Notan esa carencia y les manan lágrimas. Necesitan el sexo para sentirse reales. No tenerlo les mata. La señorita K es una bella durmiente que duerme intacta en un palacio suntuoso cubierto de telarañas. Espera una señal supersticiosa, un beso simbólico del príncipe, para despertar del ensueño de su vida. (Es, en verdad, complicado: ¿cómo ignorar que la nacieron, la vivieron y la mataron los otros, siempre los otros?) Entonces, la brusquedad inclemente de los vehículos, el amoniaco letal de los cigarrillos prefabricados, el borde cortante de las puertas oxidadas o el desdén estrepitoso de los jefes de empresa, pueden sumir a la señorita K en un llanto imperceptible y continuado. Porque son motivos que quebrantan la música de su cabeza, la armoniosa secuencialidad de lo perfecto.
Pero, amigo Humphrey, existe sobre la faz de la tierra otra tipología de seres excesivamente vulnerables, a pesar de que el viajero desapegado podría juzgarlos como fuertes y resistentes, porque la naturaleza dispersó su frágil encanto con una coraza protectora. Las espinas del cactus, la quitina del grillo, el sombrero de Madame H, nos hacen pensar que estos seres son afortunados, porque disponen de un arma de defensa cada vez que estalla una guerra. Igualmente les duele ver la mediocridad del mundo, pero tienen unas alas sutiles en la mente, un sónar que les permite contactar con las utopías.


Madame H come los embutidos que penden de los árboles de Jauja, vive como princesa de la Tierra Media, es una vikinga de Walhala, teje luz con Beatrice en los Campos Elíseos. Madame H. lució el oro de El Dorado, conoció a los últimos pitagóricos en la Atlántida, levitó con Peter Pan sobre Nunca Jamás. Ha pisado Castalia, Tecnópolis, Bavia, el Parnaso, la Ciudad del Sol, el Bagdad de las Mil y una noches, el Más Allá mesopotámico, egipcio y tibetano. Ella dispone de una torre de marfil a su antojo, por ello es para mí tan fascinante.
Pero por encima de Madame H y la señorita K, está la Hembra sin Atributos. No hay dos sin tres, dicen. Uno más uno, tres, dicen. Soy esencialmente atea, pero entiendo la mecánica de la Trinidad. La Hembra sin Atributos tenía una Clark Nova de color amarillo: un escarabajo mecánico lleno de tachuelas. Quería exprimir el zumo de su espíritu hasta que su cuerpo se convirtiera en la piel macilenta de la serpiente. Se le ocurrió escribir después de ver a esos ancianos esperando a Dios bajo la luz del sol en las plazas públicas. El día del vigésimo cumpleaños de nuestra Hembra sin Atributos, Charles Aznavour había cantado desde las nubes escocesas de ese mundo platónico paralelo de la conciencia:
La bohème, la bohème,
ça voulait dire on a vingt ans.
La bohème, la bohème,
et nous vivions de l’air du temps.
Formalizaremos el saludo, a lo latino pedantesco. ¿Qué le parece, Humprey? Ave avete. Deseo llenarle de huellas dactilares. El saludo debe ser cariñoso, pero con un ramalazo agrio final para no caer en lo pasteloso. La palabra es cómplice. Es la mejor que he encontrado desde que me enamoré de un yonqui con la mirada de un Concorde. El hombre del mañana.
Es cierto: vivimos en el olvido de nuestras metamorfosis. Hace apenas un par de días, era un renacuajo que quería suicidarse porque veía despuntar dos patas traseras en su fiera aleta. Hoy, en cambio, me sé rana. He descubierto el placer de la tierra y el agua y me columpio en los verdes nenúfares de la transición. Ya no deseo morir, porque he nacido de nuevo. Algo murió en mí, y ahora estoy croando en la charca.
Cuánto duelen las palabras. Ellas siempre resucitan a Lázaro. Pero no oso destruirlas. No éstas, que le pertenecen. Sé que esta acción puede molestarle. Mis disculpas. Pero ese continuado silencio me hace suponer que le interesa mi historia. Libéreme de este amor literario, de este amor maldito, de este amor estoico, tan cansado ya, ¡tan roto, y maltratado, y sublimado! Dígame, Humphrey, que el mundo es grande y que no tiene sentido sentir nostalgia del sueño de Ícaro. Dígame silencio. Dígame lápida. Dígame que sea fuerte, que siga adelante, que madure y persevere. No sé por donde empezar. Voy a pedir un Martini. El alcohol me convierte en una niña enferma de melancolía.

miércoles, 18 de julio de 2007

IV

[Hooper, A woman in the sun]


Existía un lugar donde nada me tocase, ni siquiera la tierra.
Quise traicionar y arrepentirme ante la inmensidad del océano,
y a la vez ganar un dinero sucio, propio de mi baja condición. Pensé
a costa de una libertad de náufrago. Me corté los cabellos perversos,
puse esparadrapo en mis pechos, vestí los pantalones anchos y hombrunos,
puse un grácil gorro de lana en mi cabeza, calcé las botas militares,
estudié la consistencia del fango y quise eludir por una eternidad
el pendulear ingrato de mis caderas malnacidas.

III



La verdad se convirtió en mentira. La seguridad, en miedo.
Un viejo zorro envidioso desplumó mis ropajes de un zarpazo
matemático. Me señaló y dijo: "piensa". Me señaló y dijo: "eres mala".
Me señaló y dijo: "Serás castigada por amar demasiado".
El estribillo se tatuó en el oro más bello de mi mente. Dejé de escuchar
la voz aérea del amado. Lloré y el dolor me impregnó de Negro.
Ansié lo Negro. Quise el cobijo de lo Negro. Invoqué una cueva de Negro

para enterrar todos los luceros que manan del vientre. E hice penitencia.

martes, 17 de julio de 2007

II



Pero un día, la manzana. Pero un día, un mendigo me señaló apocalíptico.
Me señaló y su garfio rasgó mis plumas, y caí como Ícaro. Me señaló
y dijo: "piensa". Me señaló y dijo: "eres mala". Me señaló y dijo:
"serás castigada por amar demasiado". Mujer para un solo hombre.
Mujer: no para el mundo, no para el beso de los cielos. Mujer
para un solo hombre. Se derritió mi corazón y la cera cayó lentamente,
estalactita de fuego llorada. Llorada. El mendigo sepultó nuestro sueño
e inventó la moral. Y así me convirtió a su condición: mendiga pensadora.

sábado, 14 de julio de 2007

Plataforma petrolífera



Mientras soñábamos, las alas se extendían airosas en la espalda:
un callejón de Chagall y luceros pastel barnizaban un mundo bucólico
bajo los pies, desnudos de grilletes. La media voz de un hombre
alimentaba sin piedad mi sonrisa desmedida. Era feliz volando
sobre un jarrón de mitos báquicos y aéreos. Un tropel de almas
se asomaba a las ventanas más pobres; los enamorados se abrazaban
sobre el asfalto; los ancianos adoraban a los niños y los niños
jugaban para los ancianos. Soñábamos y éramos dioses. Soñábamos.

jueves, 12 de julio de 2007

La Zaza, musa radical















[La primera modelo para mis retratos (aún torpes, de novata que se compra una cámara digital y juega y experimenta) es una campeona inigualable, que a sus apenas 19 años, tiene muchas cicatrices de guerra y lecciones aprendidas en la calle. ¿Quién, que me conozca un poco, no ha oído hablar de la Zaza? ¡La niña de Peter Punk y sus magnéticos ojos brillantes!]


"Leerás errores y locuras; leerás y escucharás la ira y los restos de una libertad buscada y que aún no he logrado encontrar. Las canciones que más han rondado mi cabeza en alguna de las noches en las que sólo he comido calle sin sueño y sin ganas de caer al suelo. Con cansancio pero con resistencia."
"No posee arruga alguna por su corta edad, pero piensa que los enredos de su alma llevan décadas enlazándose. "

Estornudabroncas



[E. Munch, El grito (1893)]


Coge el relámpago en la mano...Se anuncia por el ruido de un trueno...(Ante ese espectáculo) mi corazón tiembla, salta fuera de su sitio. ¡Oíd! ¡Oíd el temblar de su voz, el trueno que sale de su boca! Lo hace rodar por toda la extensión de los cielos...



JOB 36, 32-33; 37, 1-4.





Cabrearse: ése era el concepto, el hilo,
el sentido de la trova de gritos, desguaces,
ases de picas subiendo por las escaleras,
reinas de corazones (descorazonadas),
acueductos de labios que fingían sonreír
o humillaciones de moza sumisa mochista
(esclava del mocho) visceralmente vulnerable
al alarido del Estornudabroncas. (Padre)

Al final él dirá tu pandilla de amigos exterminados
prostituta adúltera universitaria con tuh palabricah
corrompida incapaz de cambiarme los pañales
de la vejez ladrona de ADN doña inútil marisabidilla
pon parches en tu boca calla calla quiero matarte
bofetada por contestarme (no lo hagas) grito intimido
te parto la cara hijaputa subnormal subnormal subnormal
no te me subas malhablada no ayudas en LA casa...

Cuánto dolor en mi diafragma de vinilo . La esfera
de la pupila pulveriza ojos de gato. Recuerdo
vagamente la astilla de amar a un corcho fascista. Viajo
sobre el párpado de la pena. Toda la basura concentrada
en ( ). Edipo mujer por qué caminas por la zurda como
los hombres. Necesitaba... ¡Independencia! Pulmones
bandera. Simiente desplegada. Marina y mística para siempre.
Cuánto peaje para que la vena sea autopista.

I felt a Funeral in my Brain, una soga de tristeza
me amarra - galeote- a este calor de medianoche, siento
un trastorno y la nostalgia de ese sueño que es bueno
porque duele estar despierto. Cómo me grita Mr Hyde
sin atender las violetas pisoteadas. Allí escribe mi psiquiatra
un informe breve y florecido, donde dice (tercamente):
"Esta mujercita está enferma de vida." Subo risueña
los peldaños de la sonrisa del doctor Jeckill.

Dentaduras postizas. Nada es auténticamente bello. La moral
sigue gritando. Si en el camino hay falta de litio, dosis de tinta
para curar la melancolía de las barandillas. La lira
espermatozoide que inunda el cielo tras un cohete artificial:
debo irme al paraíso del eucalipto en el aliento,
déjame un rincón en Goam, sin escobas de inframundo
amenazantes, sin hiriente laguna de voces ascéticas.
Déjame ir, tus barrotes me arañan las muñecas.

Haz la prueba del algodón que demostrará
que la realidad está sucia, torcida, medio vencida
por lo nuclear, lo muerto, lo instantáneamente hervido
en una caza de brujas farsantes. Lo soso, lo aséptico,
lo tímido o anormal embadurnarán los labios de la noche
con su vaselina vírica y entonces los ideales deberán
ponerse a cuatro patas para que al fin, en la Barceloneta,
Don Quijote sea empalado por la cordura repentina.

Cuando me ahogué en el río de Heráclito



Efficiunt Daemones, ut quae non sunt, sic tamen quasi sint, conspicienda hominibus exhibeant. [1]

LACTANCIO


Soy infeliz. Inútil lata de Coca- Cola bajo una pezuña.
(Soy infeliz y ridícula y malvada... )
Amanezco en la noche y bostezo de día.
He despertado con el zumbido del mosquito en el oído
(tengo 47 picadas en todo el cuerpo; sin que los demás
me pregunten les miento diciendo que son 50).
Soy infeliz a las 10 a.m. No me despierto antes porque
pienso, barroca, que mi alma es insecticida en el mundo.

Deambulo mi nada y la exhibo. Mi dolor es travestido.
(Lo maquillo de fuxia y de rubio putón.)
Envidio el glamour de la luna.
Busco la seducción de la lágrima discreta,
porque útero e histeria proceden del mismo étimo.
¡El veneno nace de la cantidad, ya lo decía Paracelso!
Canto y me acomplejan mis notas musicales.
¿De dónde han surgido? Sé que soy infeliz yin desdeñada.

Perseguí un cometa llamado Deseo
-mi amigo Ib'n me obsesionó con sus burcas sufíes- ;
entonces era bella, me sentía grande, orgullosa,
y no demacrada raíz del árbol invertido punarmrityu.
[2]
Lo advierto: Tántalo pudo reventar de hambre.
¿Y si hubiera descubierto que las manzanas
estaban podridas? ¿Se habría convertido en un asceta

que trasciende en las visiones del ayuno?


[1] "Hacen los demonios que aquellos que no existen, pero casi existen, aparezcan para observar a los hombres".[2] Término que designa la "segunda muerte" aludida en los versos del Rig Veda.

lunes, 9 de julio de 2007

Captatio malevolentiae


Aquí, yo solo, entre libros de metal,
escritos dejé los secretos de la sabiduría,
secretos de oscura contemplación,
a fuerza de librar horribles combates
contra los monstruos que alimentan el pecado,
monstruos que habitan en el corazón humano (...)

WILLIAM BLAKE,
El libro de UrizenQué imbécil -mayúsculo-, el que pierda el tiempo escuchándome.
Aquel que carcome su vientre en la diarrea beatífica de la nada.
Aquel autohumillado con deseos abortados en la lengua y llagas en los genitales.
Aquel que destruyó su juventud en el templo de la sabiduría académica.
Aquel que bebe su dolor en el dorado brebaje de un barman pretencioso.
Me lloran los poros y el jeroglífico del ADN:
Siento una piedad inmensa por aquel,
el septuagenario de espíritu, el jubilado tonto.

Qué imbécil - lo siento-, la que acuña la rutina con restos de maquillaje malgastado.
Aquella que recita con voz de muerta su juventud hipertrofiada.
Aquella que deambula hasta desangrar el óleo de su entraña ficticia.
Aquella que mendiga sedienta de planetas y crepúsculos blandos.
Aquellas curvas melancólicas que se cubren con la armadura de la psicodelia.
Me lloran cataratas de regaliz rosa por la boca.
Siento una piedad inmensa por aquella,
la convertida en fiebre y en fetiche, la jubilada tonta.

Qué imbécil -mayúsculo- el que pierda el tiempo escuchándome.
Me lloran incienso, oro y mirra las pupilas bulímicas de mundo absurdo.
Me llora alquimia el sexo triste. (¡Cómo hiere ser espectador de esta lepra!).
Siento una piedad inmensa por aquel, el suicida de promesas relámpago.
Siento una piedad inmensa por aquella, yonqui tras la sobredosis de sí misma.

¿Qué haces aquí? ¿Qué te llevó a la orilla de esta música que destroza los tímpanos?
Imbécil por desertizarte en vez de estar bañándote en el mar.
Imbécil por fosilizar tu plenitud e incrustar el corazón en escayola.
Tú, embaucador de sueños nublados, que ignoras qué es bailar hasta el amanecer.
Tú, niñata temerosa, que has llegado hasta aquí sin un sólo beso en la mejilla.

Basura


(Prólogo a las Baladas de la carroña)



A todos los desarrapados del mundo.


Durante todo este tiempo me dolía tener los ojos abiertos. Intuía los cráteres, las espinas de los objetos mediocres. Tanta basura alrededor de los contenedores, con su función meramente acumulativa. Una decadencia también intelectual. Tantos diálogos infectos, repetidos hasta la saciedad, en bocas vacías, agujereadas por naturaleza. Cuando determinados tipos hablaban, confirmaba mi teoría de que la boca es un cero enorme enmarcado por una especie de ventosa.



La única trayectoria del ser humano es permanecer invariable y primitivo, pese a su aparente movilidad, pese al ansia del reloj y la estresante prisa metropolitana. Lo que llaman acción no es más que un esfuerzo que deja residuo. Si se continúa la historia de todos los denominados méritos, asoma el gusano. Nada más meritorio que la vida sedentaria de un árbol.

Habitaba en una fase barroca. No tenía la serenidad que confieren los años, y era demasiado joven e imaginativa como para pensar en mi decoro femenino. Mi cara reflejada en los ojos del otro era una calavera escheliana. Visualizaba a Eva lamiendo un cráneo mondo en vez de la manzana roja.

Cada vez que comía carne me imaginaba al animal en el campo e iluminado por la luz del sol. Protagonizaba el peor de los asesinatos: mi espíritu ignorante veía primero el corral y después el matadero, mi espectro amenazaba la felicidad de la res. Yo era una lengua babeante y tiránica a distancia. Había asesinado al pollo y después escondía mi culpa a través de la bula, el ticket de compra. Era aún niña y mi madre se preocupó sobremanera porque me comía el pollo llorando. Imaginaba un dulce animalito inocente picoteando pienso. Y me odiaba a sí misma y a la humanidad, que concebía como una plaga muy similar a las ratas de cloaca.

Recuerdo el hipersomnio o el zazenismo idiotizante. Horas tirada en la cama mirando al techo, sin la intención de mover un solo dedo. Asqueada de las famosas actividades que generan basura. Tanta forma, tanto horror vacui y casilla de horario se transformaban en un obstáculo, una molesta mota en el ojo. Bulímica de información y propaganda. Esos rostros sonrientes invadiéndolo todo con sus colores satinados. Bulímica de títulos académicos. Sólo buscaba el dulce calor de la manta que a veces recuerda a lo tibio del útero materno. Repito que entonces era demasiado joven como para pensar en lo exquisito. Todavía no había lobotomizado una parte de mi cerebro para vivir tranquilamente con un trabajillo estable y un techo de alquiler. Vivía en la prisión paterna (cualquier adolescente siente que vivir en casa de sus padres es una libertad condicional), escuchaba música estruendosa y me negaba a deshacerme de mis trillados pantalones tejanos.

Pero una tarde, después de tomar el café en casa de un amante poco serio, decidí ir a buscar los apuntes de francés para ponerme a estudiar. Me sentía un poco eufórica debido a mi vulnerabilidad a la cafeína. Bajé por un ascensor lleno de envoltorios de Mc Donalds y le dije a mi amante: “Mira qué guarra es la gente”.


Después llegué a la calle Meridiana y respiraba como siempre ese oxígeno en simbiosis con la supuración de los tubos de escape. Pero algo sucedió. Cuando llegué al semáforo, encontré un monopatín al lado de un contenedor de basura, y yo lo deseé, aunque me parecía irracional este deseo. Era un trasto, pero yo lo quería aunque no tenía intención de convertirme en una skater. Pensé que podía utilizar su vientre para pintar un cuadro bajo las ruedas y crear una pintura dinámica. Sin embargo, fui cobarde, y no recogí el monopatín (que, por cierto, estaba dentro de una bolsa a juego) por miedo a la mendiguez o por pereza peatonal. Sólo los proscritos –pensaba entonces, contaminada por la recta educación de la escuela- recogen la inmundicia que rodea los contenedores. Las miradas de los demás son flechas hirientes para el enajenado que toca aquello que otro ha repudiado.

Más adelante, en el siguiente basurero, me crucé con un cuadro cuyo cristal estaba roto: contenía la imagen de una mujer desnuda, de espaldas. La figura femenina alzaba los brazos hacia una mariposa extraña, también con cuerpo de mujer: casi satánica. También pasé de largo ante este segundo objeto deseado. Para adquirir el póster debía dar patadas al cristal del cuadro, en una acción semivandálica que sin duda llamaría la atención de los vecinos.

Llegué a mi casa y yo deseaba el monopatín y el póster de la mujer ante la mariposa celeste. Cogí el diccionario de francés, di un beso muy rápido a mi madre y a mi hermana y bajé rápidamente las escaleras de mi ático sin ascensor. Cuando llegué a la calle, miraba al suelo, buscaba basura. Vi el pomo brillante de un cajón y lo recogí de su orfandad absoluta. Me parecía la pieza brillante de un ajedrez inexistente. Como un peón dorado. Seguí la trayectoria de los contenedores del barrio. Así fue como supe que pertenezco al gremio de los que buscan entre los escombros algo brillante y gratuito, al margen del monopolio capitalista.

He descubierto, por otra parte, por qué pongo tanto empeño en basar mi arte en la transformación de la basura o de los sentimientos más bajos. Soy pobre y tengo la moral mártir del proletario. No tengo un puto duro. Se me cae el alma al suelo cada vez que veo lo que cuesta cualquier cosa. Normalmente la gente repudia la basura y paga por lo que no considera basura. Yo tuve que cambiar el chip. No puedo comprar x y reciclo y, que no es exactamente x, aunque, bien mirado, es casi x. Basta con imaginar y poner lo que falta.Ahora vivo para observar la basura y pienso en cómo transformarla en oro. Algo similar a lo que hacían los antiguos alquimistas. Las cosas más viles y sucias de nuestro alrededor, hábilmente combinadas y cocidas a fuego lento pueden transformarse en algo hermoso. Así opera la naturaleza, que abona los bosques con la podredumbre de las plantas y animales muertos. La alquimia es mi única manera de sobrevivir en el suburbio, de soñar al lado del río Besós lleno de ácidos químicos y peces de tres ojos.

jueves, 5 de julio de 2007

Extraterrestre


I

Estoy en un café
tomando un café.
Solo otro está solo.
(Eres tú, lector absorto.)

Me entristece este hermetismo.
Hieren las miradas ajenas.
Sus punzadas frenéticas
me recortan la figura.

Me he ido y sigo aquí.

II

Vuelvo a la escritura
porque regreso
al desconsuelo
de lo indeseable.
Me vampiriza la velocidad,
aunque me serena pensar
que la huida hacia el magma
está cerca.
Se posan sobre mí
ojos invisibles,
escorzos vivos.
Aún no he partido
y ya temo al reposo.



III

Tal vez -quizá- ¿lo ves?
La fotosíntesis.
Cruzo los brazos
como un árbol viejo.
Un camarero, tranquilo y oscuro,
con puzzle en las manos,
esquiva miradas adúlteras.
Imagino que soy conversa
(lo creo por mis labios
entreabiertos).
Vayámonos de aquí.
Los hombres han empezado
a disfrazarse con sus miedos.


IV

Mareada de ver
colores satinados.
Nadie parece (¿interesante?).
Risas frívolas.
Expresiones tópicas
(siempre previsibles).
A mí no me convencen.
No saben amar.
No brillan con fuego antiguo.
No gritan "cosmos" u "ósmosis".
Y no las quiero.
Porque no vibran hasta desaparecer.


V

Aguardo
la absoluta soledad sin miradas.
Conozco la jaula de mis ojos.
Conozco el lenguaje de los pájaros
(tan secreto que se esconde
en este silencio sin salario.)
¿Dónde están los soñadores?
¡He de encontrar a mi tribu!
¿Dónde?
El alma está desertizada.



VI

Entonces, aparece la nebulosa.
Entonces, entre el vapor y las greñas,
una espuma tibia
pide que la bebamos
y que pintemos encima
máscaras de papel pinocho.
Es más fácil pensar
que somos felices esperando.
Sigo removiendo el café
- y ya está frío-.



VII

Pero.
Habrá alguna manera de salvarse.
Una nave espacial
despega del plato de la taza.
La imaginación es su motor.
Los labios paladean otros mundos
e intentan nombrarlos con números.
El azar asesina lo bello,
que muere con elegancia.


VIII

He volado hasta el techo.
"Mira"
(Me matan los mismos lugares
desgastados).
"Mira"
(¿Se me ha vuelto opaca
la mirada?)

Compruebo que los demás ojos
se desvían cuando los miro.

Damos vueltas al café
(está ahogado).



IX

La vista fija -en un punto-.
No puedo soportarlo más.

Varios solos miramos
hacia la puerta.
También a las paredes
sin ventana.

Delante del café
se otea un océano infinito
donde estás obligado a perderte
para no parecer un imbécil.

Suenan teléfonos.
Todo es comprensible
si hay sintaxis.


X

Pero no puedo creerme
este mundo de cartón piedra.
Bebamos más café.
En su espuma se dibuja una galaxia.
Quizá podamos escapar
de este antro de lunes por la tarde
si un ovni nos abduce a tiempo.

Los amantes disléxicos


[Magritte, Los amantes]


Cuando él la acaricia, ella nota que le pinta rayotes negros en la piel. Quizá la abandone por una sopa de letras. Ella es su fetiche de inspiración: un objeto susceptible de ser poetizado. Pero la literatura no lo ha vuelto más comprensivo. Y quizá su querida se canse de esperar por las noches, cuando lo aguarda junto al semáforo y no viene. Ella se obliga a sí misma a escoger a cualquier transeúnte onírico de sus alrededores, y le recorta la cara con unas tijeras y le pega su rostro, para que se parezca a él sin ser él. Entonces se vuelve adúltera y hace el amor con el doble de su ausente.

La tela de los impermeables se está deshaciendo, ya no soportan el suplicio de la lluvia amada, se pudren como un preservativo desechado, tirado en un bosque de bolsillo ciudadano. Sí, ella no podía soltarlo, ella no podía soltarlo: sus sueños le habían prometido que él estaría al final de todos los túneles, en todos los vagones del metro, en todas las palabras de los libros, en todos los espejos. Una vez había deseado desaparecer, y él la siguió enrollado en una sábana y le preguntó en forma de mercurio luminoso si realmente quería insuflarse nada, y ella dijo que no, que seguiría viviendo, que tendría hijos y macetas, y árboles y carpetas con separadores; que viviría si él se convertía en dos montañas para retener su caudal nervioso en un trocito de tierra pirenaica.

Pero cayó de su silla metafísica y se hizo un chichón. Retirada la visión del polvo de estrellas, todo parecía nítidamente falso. Entonces decidió convertirse en heroína y desdeñar a los hombres malvados. Enero ya había pasado desde hacía mucho tiempo. No quería odiar, pero tampoco deseaba matar a todas sus arañas. Buscaría a algún hombre capaz de creerse sus mentiras, de engullirse con gusto sus falacias para que se proyectaran y se confundieran en una memoria despistada; buscaría a algún hombre que luciera su cara y llevase chancletas estivales, que se columpiase en los vasos de leche e hiciera guiños al sol; pero lo buscaría debajo de su almohada, en la mina de los lápices, dentro de las tazas de chocolate caliente.


Y sin embargo, él pensaba en ella a todas horas, sólo que con hilo transparente, y se cosía lentamente ese músculo tartamudo que late y repite siempre lo mismo como un tambor, sin notas, repiqueteo de canicas que chocan dentro del cuerpo. Él se cosía las heridas, y callaba como soldado que silencia su metralla en la pierna; porque ella siempre hablaba pero nunca hacía, y él siempre hacía pero nunca hablaba.

miércoles, 4 de julio de 2007

Flor de histeria



Y ella se arrastra por tus sueños, y tira sal por los ojos. Su dolor yace en ese hueco que existe entre las rodillas y el pecho. Se encoge, como un fuelle tranquilo pero extasiado. Se caen los segundos como vasos rotos, y ella no coge ningún pedazo. Se corta los dedos. Le sangran los deseos. Y así la cubre una máscara durante el día y una sábana durante la noche.

Quizá piense que ya no hallará ningún aliento que la haga vibrar. Y se contraen los labios. Y se encoge con la cara húmeda como un charco que refleja galaxias. Sólo tú la ves, junto a sus diablos, junto a miles de sombras que juegan al corro de la patata mientras plantean comérsela. Y sabe que va a morir: pero los días vuelan, y se siente vieja y tardía ¿Llegará tarde, siempre tarde? ¿Por qué todas las paradas están al otro lado del espejo? ¿Por qué desde los columpios sólo puede apreciar sus pies descalzos del pasado y esas huellas en medio de la selva…?

A veces estudia por las tardes y siente que es ridículo enfrascar tantos datos en la memoria. Los libros pesan demasiado. Algo le sabe a dinamita. Su taquicárdico corazón le habla pero tan quedamente que todos los oídos del mundo hablan por sí mismos para fingir que oyen el murmullo del corazón. Aunque su tic- tac es mudo, sólo tiene un punto de luz en el centro del ojo, el recuerdo de un antiguo amor de infancia frustrado, una luciérnaga de nostalgia como una bofetada de luz, y hay túneles, muchos túneles infectados de escritos a medio hacer, de murales indígenas sin colores ; y sólo tú puedes salvarla (sólo debes prestarle un pañuelo cuando la veas llorar en sueños). Su alma está apenada y la realidad la droga cada mañana para que no recuerde que tiene un vacío tan grande como el hueco de la Atlántida en el oceáno.

Sí, le dijiste que moriría y los días se aceleran tanto desde entonces que… busca un solo rincón del planeta en el que no se agolpen las horas; y por la noche mira al techo e intenta visualizar un agujero negro en el que arrojar los minutos que no pueden reciclarse en ninguno de los basureros de la tierra.