jueves, 31 de mayo de 2007

El arte psicodélico



Los enteógenos han cambiado el mundo y el curso de su arte. Curiosa interpretación del embarazo y del parto de mano del pintor newyorquino Alex Grey.





La emancipación de la Musa



[Cuadro: La Musa (1935) de Pablo Picasso ]


Cuando Lisi deshizo el fósil en el que estaba incrustada metafóricamente, el mundo cambió. Pasaron siglos para que sucediera: Lisi había sido diseñada por el sueño de un arquitecto jónico y paródico llamado Quevedo, que en su poesía amorosa seria, como todos sus coetáneos, hacía las veces de agricultor obsesionado con los ríos oculares, el huerto en las facciones y los desastres forestales faetónticos. Ella permanecía hierática, con sonrisa de koré, dentro de una descriptio puellae sin movimiento. Los endecasílabos la encadenaban a un espacio breve, encerrado en sí mismo.
Una tarde, yo dudaba entre comprarme unos zapatos nuevos o leer sonetos. Me tumbé en la cama que preside mi cuarto desastrado, y entonces la vi, en su jaula de oro, con esa belleza pasiva y neoplatónica, pintada sólo con tres colores (blanco, rojo y dorado):

RETRATO NO VULGAR DE LISI
Crespas hebras, sin ley desenlazadas,
que un tiempo tuvo entre las manos Midas;
en nieve estrellas negras encendidas,
y cortésmente en paz de ella guardadas.
 
Rosas a abril y mayo anticipadas,
de la injuria del tiempo defendidas;
auroras en la risa amanecidas,
con avaricia del clavel guardadas.
 
Vivos planetas de animado cielo,
por quien a ser monarca Lisi aspira,
de libertades, que en sus luces ata.
 
Esfera es racional, que ilustra el suelo,
en donde reina Amor cuanto ella mira,
y en donde vive Amor cuanto ella mata.
Yo la deseé lésbicamente y ella miró airada hacia otra parte, en señal de desdén. “No me quiere”, pensé, y salí a la calle para comprarme unos mocasines blancos y negros demasiado ridículos, pero fieles. Por la noche, a mi regreso, ella parecía triste. Sentí una repentina compasión y decidí hablarle:

- ¿Quieres cenar algo?
Ella me mostró las cadenas de los versos. Le dolían los acentos en las muñecas. Me fijé en las leves rozaduras de su piel de nieve, y entonces recordé a esa pandilla de manipuladores filológicos que la habían violado en las notas a pie de página.

- ¿Te han hecho mucho daño? – le pregunté.

Lisi calló y, flor de histeria, mudó su nombre y saltó a un libro de Rubén Darío, para que su silencio pareciera estético. Allí, la triste princesa suspiraba tanto por su boca afrutada que quise hacerle un regalo. La saqué de su jaula mientras dormía y la metí en uno de mis archivos de Word, donde podía gritar y hacer el loco, hacer el amor e irse de fiesta como una valkiria vanguardista.



Lisi despertó por la mañana (como tantas otras veces) y notó cómo la tocaba la luz de sol. Descubrió que el amanecer no era mitológico, sino simplemente la salida del sol y la llegada del café a los labios. Y entonces, en una mañana cualquiera en un piso de las afueras, Lisi se dio cuenta de que podía vivir en versos libres, y ser mucho más de carne y hueso en los poemas del siglo XXI.
La musa que inspira figurativamente al poeta es ahora una mujer emancipada, con derecho a voto y una formación universitaria. Lisi puede ser libertina y esotérica, morena y profana, y se columpia feliz en versos donde es más que un cuerpo hermoso. A nadie le gusta cuando calla -pérfido Neruda, machista- porque ella es acción, pulsión apasionada e inteligencia reflexiva. Los tiempos cambian y también sus divas.

martes, 29 de mayo de 2007

Monólogo de un asesino



[Pintura by Wis - Wieslaw Sadurski, artista Zen]

He matado a una mariposa nocturna con una papelera. Tenía que vengarme. Tenía que aplastar a esa mariposa nocturna que volaba en círculos alrededor de una bombilla. Ahora estamos a solas, mi conciencia y el cadáver de ese insecto. No sé si ha sentido dolor. Su muerte era tan ajena a la mía.

Cuando he llegado a casa me estaba esperando. Estaba allí, inmóvil y pegada a la pared. Yo quería estar solo. No he soportado su compañía. No quería que nada se moviera para que no pasara el tiempo. Cada vez que batía sus alas sentía los segundos clavándose en mis células como cristales rotos.

He asesinado a un ser vivo. Le he asesinado porque volaba en círculos alrededor de una luz que le habría matado. Me recordaba demasiado a mí mismo. Lo siento, le he dicho, la muerte no es lo que parece. Ni siquiera importa.
Por las mañanas salgo a correr y agoto mi cuerpo para que no golpee ninguna cara. Por las tardes me siento en el banco de algún parque y leo a autores muertos para no conversar con nadie. Cada vez que hablo con alguien acabo pensando que es imbécil. Luego me siento culpable por albergar tan mezquinos sentimientos. Y, finalmente, llego a casa y deseo quedarme a solas mientras fumo un cigarro tras otro, el idóneo insecticida antes de la inminente papelera.

Es una vida triste y oscura, porque antes fui un hombre feliz. Aquellos que han sido sumamente felices en su juventud, malcriados en la bienaventuranza, no son capaces de encajar la derrota cuando llega. Quizá este sentimiento amargo sea la maldad. Uno siempre teme a la gente malvada. Hasta que una mañana, al mirarse al espejo, descubre que el demonio está dentro de sus ojos.

domingo, 27 de mayo de 2007

Madame H a través del espejo


Al Hombre del Saco



["Después de habernos unido en la copulación , te arrancaré el alma con caricias."

Aurora consurgens (anónimo, S. XVI)]



Cuánto duelen las palabras.
Ellas siempre resucitan a Lázaro, el asesino
de la realidad cuadriculada, el harapiento
que hizo definitivo el milagro y despertó
a los monstruos paganos hacia el monoteísmo.
Las palabras matan, pero no oso destruirlas:
vuelven a ti, desorientadas palomas mensajeras,
como Ítacas fósiles de este llanto manuscrito.

El dios con minúsculas sabe dónde llegaré,
quijotesca discípula de la locura, Tántalo
de manzanas edénicas, alquimista empecinada
en transformar los metales viles de la cotidianidad
en el oro parisino de Saint Germain.
Tras el Desastre, trabaré mis costillas violadas
con una promesa falsa y hedonista,
y diré "Estoy vengada del Yang destrozavidas".

Hasta entonces, paseo desnuda y remota
por un Templo mental: hay almocárabes de hielo
que penden de cúpulas góticas y ángeles fríos
con el sexo hipertrofiado convertido al tantra.
Correteo por pasillos leprosos, entre relojes derretidos,
perseguida por una pupila egipcia de rebeldía y maremoto
sobre la que caímos durante una circunvolución caprichosa,
protegidos por el párpado del titiritero Abraxas.

Tengo miedo. Soy malvada, y triste, y de cuero.
La Realidad patrulla con su ojo ciclópeo y fatalista.
Grabé tus mentiras acuosas en mi corazón de hierro.
vi que mis brazos sólo podían abrirse en una flor de Loto
acústica; ardía, ardía, ardía en dirección a Plutarco:
sólo Dadá, Merlín, Ofelia y Sartre tenían pañuelo
("Quién te ha visto y quién te ve ", me increpaba,
aspirante al vuelo Anti-Nirvana.)

Pero Resucitaré, porque también -como todos los pobres-
soy Fénix.Mentiré,con la voz curtida y la palabra cínica:
sólo serás - lo temíamos antes del parto- el Pretexto,
la gasolinera de mi peregrinación hacia la Nada,
el Muso Tonto del espejo -¡ay Lewis Carrol!- . Diré
-arrepentida y servil como la mujer decimonónica-:
"Zángano..." C'est tout. Condenada a escribirte
y no a gozarte; con cariño, comprensión y paradoja:

Madame H.
(¡Soy sólo ficción, soy sólo ficción!
¡Un titiritero me tensa los pechos!)





[Nos acompañan los objetos imposibles de Jacques Carelman]

Cielo sobre cielo


Cielo sobre cielo

Ignoro si fuiste cierto. Parezco de mentira
y la Ficción engulle al mundo. Te insulto,
hablistana y parabolana, con una resaca
molesta y confeti en las vocales tónicas.
¡Fuera!, ¡Sí, Tú, el legañoso Homo Nadiens,
cuya cabeza es un gran aspirador! ¡KO, KO, KO!
No sabéis, oh Demás, oh Demás, lo que YO SOY:
os habéis tragado mi guión de Hembra disgustada
.

Te insulto después de los fieltros de Barrabás,
las peregrinaciones de bolsillo, las albadas
en la Meridiana, el vino en la sangre,
la tragicomedia como DNI
y el pasamontañas - plus agé- número veintiuno.
Incrustada de pleno en la quinta dimensión,
removido un sinfín de platonismos, ¿puedo hablar
- ja, ja, já- de eternidad con tecnicismos?: Khar sini[1].

Olfateo tus versos antiguos que sobreviven
con marcapasos: un raíl inaguantable
de abstractos, una tira ingenua de extremidades
de espuma: ¡cuánta cursilería encima,
cuánto afán en la mentira con puntillas,
cuánta sed de espectrogramas! ¿Ibas a ser tú
el Opus magnum? Los más bellos senos
del mundo s'entrouvent pour crier NON.
Cinco, cuatro, tres, dos, uno... ¡fuego!
Ahora Otro agita su cabellera de sol negro.
Nos besamos de pie en los portales,
in the night of loveless nights,
y excitamos la ira de los transeúntes
Ermitaños que, gustosos, abandonarían
su ascetismo castrato para incrementar
el lenguaje analógico de Los Enamorados.

Ahora ronronea el alma juglaresca,
liberada a lo cátaro, recuperada tras el kilómetro
de serenarse, la medicación de las horas
y el inestímulo y la sobremuerte. Pero Hoy
descubrís, oh Demás, oh Demás, mi deseo mundano
de engullir un opio con los muslos, de capturar
el beso de un astro descarriado
y cabalgar al fin la serpiente termostática.

[1] Metal utilizado en la antigua China para fabricar espejos muy especiales, que poseían el poder de curar las enfermedades de los ojos cuando el paciente se miraba en ellos. (N. de A.).

Tierra sobre tierra


Tierra sobre tierra

Había Desengaño pero aún no había muerto
la Falsa Esperanza. Acudías ampliándote
como un mar que nunca se quiere atravesar.
Con teselas gaudinianas, mirabas. Sólo vi colores
fríos, de fondo mediterráneo submarino. Dragón
escamoso
[1], te besé -Mercurio- y mantuviste
la temperatura del deseo. El vientre del caballo
[2]
evitó la extinción del dinosaurio psíquico.

Invoqué el conjuro de la vida cuando mis ojos
se distrajeron con el azufre del camino.
En tu viejo hueco sonrieron los Otros
rostros antiguos (eran antorchas babélicas,
escalé sus pesadillas, sostuve mi aliento
sobre el fuego de una cerilla.) Aquí me dolía
el plexo solar. Ninguna palabra igualaba
al pensamiento. Era ardiente, jamás consumida.

Este Yo Futuro al que ya no le dueles, Tú pasado,
se enternece pensando que pensaba
"el Paraíso Perdido está en tu vértebra hundida".
Quizá sentirlo era la madurez. Tal vez debía saber
que los sueños son dibujos propios en el vitral
de la retina, que Urizen escarbó su tumba
con letras sefardíes y que vivimos en un corral
de deseos gestionado por el Granjero Imaginación.


Aún he de acostumbrarme al NO y al NUNCA
- me duele literalmente el pecho infarteado-.
Paso horas dándome baños con pétalos de rosa,
peinándome trenzas y poniéndome vestidos
de princesa lánguida. Escribo vestida así, tiendo
las manos ante el único puente que me une a ti:
el humo de Bette Davis. Enfermo poco
a poco y secretizo. (Sé que se puede morir de Esto.)

Aún tengo miedo de cruzarme contigo,
hombre nacido para que yo te duela, porque
¿y si perdiera los papeles? ¡Ay loca loca loca
de mí! Quizá... sé que no podrías soportarlo
-simple, coloquial, rotundo, cierto-:
Cargue yo sola con Esto. Sísifo sostiene, en realidad,
los testículos de un Gigante llamado Resignación
y odia un mundo de zodiacos opuestos.


[1] dragón escamoso: En Las moradas filosofales, Fulcanelli utiliza esta expresión para denominar la Primera Materia o materia Lejana de la Piedra Filosofal, especificando que se compone de "dos partes de tierra virgen (...) y una parte de agente ígneo -el fuego secreto- el cual es ese aguerrido caballero armado con lanza y broquel."[2] vientre de caballo: término alquímico . Sustancia apta para mantener una temperatura constante y suave.

Agua sobre trueno



Agua sobre trueno

No creo ya en el eterno retorno. Existe,
alguna vez, la paradoja: pero es ligera
como una lija en las rodillas. (Se ha suavizado
la lluvia.) Los labios retoñados sonríen con dor
crepuscular : dor, esa era la palabra rumana,
la intraducible, -como nosotros mismos-
"una nostalgia tan grande que duele".
Un bichito detrás de la ventana.

Ahora ya sé lo que es decir y hacer. Ya no
hay una vida disléxica, que Desea y se queda
Con Las Ganas. (Sé que son confusas
mis imágenes. Desalientan, y a veces resultan
pretenciosas y oximorónicas.) La reina de las picas,
sarasa y astrológica, ha aprendido -lo decíamos-
el NO del mundo. Su cabellera es una densa
serpentina de Medusa: ¡horrible Desencanto!

Toqué fondo. Fue astronáutico, como llegar
a un planeta nuevo. Un viaje a los infiernos
del Inconsciente -dice Jung, pensando en Dante-,
al arcano XV del Tarot. Caí, caí, caí y llegué
a Caí(n). Vi el templo de lo que punza
y nos contradice. Vi un sí con todo -el orgullo,
la moral, la dignidad- en contra; un matrimonio
del cielo y del infierno se llevó a cabo.

Fuimos los pretextos de la locura, un nudo
de orillas opuestas de un mismo río.
Pero, agradezco que una vez yo te llamase, clownica
y suspirante, vikinga e infeliz- : [Y llegaste, ¿no?]
"¿Eres un psicópata?", te decía, y reía -jajajá-
como la novia de Chagall en un puño de óleo.
Rugía la velocidad, luciérnagas urbanas a mi izquierda,
hacia el carnaval de árboles y perros y extranjeros soñados.

Curiosos recuerdos de infancia. Ahora que beso
a Otro de pie en los portales. Ahora que despierto
con Otros pensamientos, y fumo tabaco de liar
y te tengo en la boca como cuando te insultaba
a conciencia ("sabes a cenicero"). Ahora que
llevo dos trenzas y hago mímica en las Ramblas
y conozco a septuagenarios famosos merlinescos y...
[¡*****, tal vez salga de mi pobreza eterna!]
[1]

[1] Es una indirecta jocosa, mis estimadísimos lectores y verdugos.

Montaña sobre agua


Montaña sobre agua

He visto la llave maestra que abre las puertas
de los rostros, conozco el esperanto del alma,
porque todos te besan, dolor, porque posas
tu guiño dandy sobre mi ceño cansado de arrugarse.
El dolor es intrínseco; el dolor amuebla y habita
las salas de mi bajo vientre, porque todo cuanto amo,
muere (excepto las estatuas de Bernini.) Dime por qué,
dolor, me llamas con esa caricia de látigo dulce.

Tenías razón (repetida frase): viviremos después.
Diremos que no fue cierto. Diremos que era
un holograma de perfiles cibernéticos. Veremos
a Otros más atractivos por la calle; Otros
que escriben mejor, Otros que follan mejor
el Cuerpo (que no discuto que pudiéramos,
tristes niños perdidos, cuánta humillación
en el tintero. Ay, mi Peter Punk adolescente. )

Otros que parecen adecuados para nuestros
mamiferismos, útiles para la serenidad,
muelles hacia la gloria y el flow. Otros que no
nos hacen perder las riendas, los papeles,
la chaveta (¡LA CHAVETA!). Otros, -sí, sí-
más mejores, y adecuados y sencillos
y sumisos... tabulas rasas de costilla y junco,
nómadas sillas que asentirán para siempre.

Pero. Pero tendremos aquello que nos falta,
por encima de nosotros mismos,
lo abrazaremos muy fuerte, muy fuerte. A veces
lo soñaremos. A veces, aunque todos
(los cómplices diarios) crean que fue Banal:
Entonces, Controlaremos.
El mapa del Destino estará en la palma de las manos.
La vida entera tendrá una constelación privada.

Lloran los pasos al desenterrarse, en fluidos
infiernos, creados por palabras de los Otros.
Son todos blanco, y yo, negro; qué oscura
mi noche, qué ahogado el lamento en el balcón.
Recuerdo. Se afilaban las lágrimas, caían
en punta, y la retina y el mundo eran acuosos,
insensiblemente reales. Ahora miro a través del mar,
la amenaza ruge en cada parpadeo: soy Otra.

sábado, 26 de mayo de 2007

Agua sobre cielo


Agua sobre cielo
Pero hace tiempo que salí del blanco y el negro.
Periodística. Soy un laberinto de colores
con collar de perra, correas en las caderas,
danza del vientre por aprender, flamenco
en la garganta, una falda soberbia y sólo cinco
años para los veinticinco,- la edad de mi plenitud,
según los Estadistas-. Me entretengo mirando
la forma de las nubes; soy otra voyeur de sueños.

Bailo junto a los árboles de Vallvidrera. Ellos
me preguntan por ti. (Las hojas son bocas
que carcajean. El jabalí me olfatea las piernas.)
Travestizo mi mandíbula, casi parezco eufórica.
Ya ya ya ya recuerdo cómo me deslicé en la Duda.
Ella me mostró los ciento volando, y yo ansié
que nunca dejasen de danzar para mí en el viento.
(Qué haría con un pobre pájaro en mano.)

Ahora que vuelvo a pensarte, por culpa
de la artosis,
[1] yo que me creía invulnerable,
con la distancia creadora, yo que pensaba
que me reiría de los nosotros de Antes, temo
enloquecer. Recorro las puertas lunáticas,
resbala el oleoso acueducto del ojo vecino,
pretendo saludar con la naturalidad de las puestas
de sol, pero el invierno hiela mis cejas amantes.

Mis vigías del alma, no apuestes, dijeron,
no mires a ese hombre que buscas.
Hay repulsión, desdicha, malentendido consciente.
Escapo por el sendero del hemisferio izquierdo.
Aprendo cábala, alquimia, coágulo y vida.
Borro tu teléfono y el mensaje
[2]que tenía
preparado para cuando llegase a... ("Estoy
en París y camino sobre todas las nubes del mundo").

Duermes en mis párpados alucinados. Sólo
me queda de ti Manuel Rivas y una poca gasolina
que se agotará tras la última línea de este amanecer
incombustible. (Ningún resto de galaxia en el útero.
Ninguna ópera ahogada en los oídos.)
Me obligo a inventarte para no morir del todo,
porque si no te conozco, no he vivido;
si muerto sin conocerte, no muero porque no he vivido.[3]

[1] Artosis es la "enfermedad del arte"; se trata de un neologismo inspirado en la literatosis de Onetti (dícese de la "enfermedad de la literatura"). Nótese su parecido con la antipática artrosis.[2] El poeta ha de ser reflejo del tiempo en el que vive. Escribo bajo el barómetro de lo auténtico. Siento apelar a esta tecnología pagana, guardiana de nuestros caprichosos secretos.[3] Cernuda me improvisa los últimos versos...

Cielo sobre agua


Cielo sobre agua
En otra época, me habrían degollado los gitanos.
Me habrían impedido llorar junto a King Crimson,
enterrarme en un sombrero anacrónico
o quemar dos cerillas hasta el final de sí mismas.
En otra época -digo- habría tenido sífilis,
mi pobreza no sería esta pobreza de pacotilla
(no tendría para comer los ladrillos de mi arte)
y habría buceado en nuestra ordalía imposible.

Con todo, he nacido bien, con veinte dedos,
y sé que tengo cabeza porque llevo sombrero.
Hoy también se fotocopian un poco los atardeceres,
pero las auras de los vivos ya no son violetas.
Ya no aguardo a las seis de la mañana con paperas
metafísicas, ni busco tréboles de seis hojas
(más de cinco, más de cinco) para escribir
m'has esquitxat i m'he impregnat de tu: ******.

Me enrollo en las sábanas blancas de mi cuarto
(que huele eternamente a aguarrás). Muero,
normal, como todos, sin resistirme. He aceptado
lo Intrascendente. He lanzado mi curriculum vitaeal mundo (¡chica pobre de cuello aristócrata!)
Ya no río ni lloro sin teatro. ¿Se desvaneció la magia?
No lo pensé Antes de Escribir Esto.
Permanecía en un amnésico amniotismo.

Desde el hormigón durmiente, desde mi posición
de pieza huérfana de puzzle, siento la Soledad
como un bálsamo. No desespero. Contemplo,
nihilista y feliz, lobotomizada. El rostro
se me encharca de respuestas. (Contemplo
con ojos de gata bajo un mechón de pelo negro).
Zaratustra y yo sonreímos ante el pasaje:
Sólo creería en un dios que supiera bailar.

[¿Qué dices, corazón? ¿Te dueles? Se pasará.
El tiempo basta. Callará todo. Detrás del párpado
se recuesta un símbolo. Lo que deseas no se seca.
Aplaude solo. Lejos es cerca. ¿Qué insinúa la curva?
Se pasará. El tiempo basta. El compás se cierra.
El puño se difumina cuando la mano se abre.
Lo que pierdes no se ha soltado. Ayuna. Mira.
Raíz es rama. ¿Qué dices, corazón? ¡Habla!]

Tierra sobre agua


Tierra sobre agua
Te pienso y te piensa cuanto toco piso huelo leo
canto miro veo. A qué viene lo tardío, a qué viene
este vino reposado. Quizá sabrá mejor. Quizá
podamos escaparnos por el rabillo del ojo hacia
lo quimérico, lo que no existe si un marciano
no lo persigue y después lo aplaude. Y tú...
Lo sé. Lo medito con mi ropa interior vieja,
inscrita en el paréntesis de ( )Brossa.

Si por mí fuese, ya habríamos escalado las pirámides,
tendríamos en los ojos todos los lagos de Escocia.
El Tannhäuser dormiría en el tranco de nuestra casa.
Los rumanos cantarían nuestros versos en el metro
y serían invitados a banquetes de mafiosos
conmovidos. Iría por el mundo con mi peluca azul
llena de trenzas, sonreiría repartiendo caramelos
y monedas de chocolate. No habría uff en los sueños.

Lo pienso mientras me pierdo en el laberinto de Horta,
dolida y feliz, con un río de niños tirándome
de la falda. Lo imagina mi vientre tejiendo pajaritas
de papel pinocho. Lo veo en los atardeceres,
nadando entre la clorofila, rebozada de tierra, hojas,
ramas y susurros de robles. Lo invento ahora mismo,
frente a mi esperma de letras, fecundada por la escritura,
con el beso cálido de un café con leche.

Miro el toldo de la mañana, limpio los barrotes
de mi Cárcel de Reading. Junto a la blue note,
cómplice de mis viajes repentinos, cuento
la arena de la playa. Calada a calada, me fumo
a mis fantasmas. El agua está helada, pero qué
diablos. Me zambullo en ella, llorando
por no sé bien qué, - teatral, ¿no?- con una historia
deformada en la médula. Le digo, tengo frío y nostalgia.

Nostalgia azul. qué bien que hayamos vivido
Aquello. (¡Ojo! Ya no es Esto; es Aquello,
y pobre el que confunda su Eco atomizado).
Quiero pintar un cuadro sobre la ventana
de mi celda. Chuparé los pinceles, porque el blanco
sabe a azúcar, el marrón a chocolate, el rojo a fresa,
el amarillo a limón, el verde a menta
.¿Soy una niña golfa?
No: "Madame libre, toujours tu chercheras la mer!

Agua sobre Tierra


Agua sobre tierraLos deseos se cumplen. "Ten cuidado,
tu aguijón escorpíneo te envenenará el alma".
Me repugna esta pose de mujer abandonada.
Saldré a la calle con los ojos más pintados
de negro. Subyugaré a los demás transeúntes
moviendo más las caderas. Bailaré la danza
de la fertilidad desviada, preciosa y horrible.
Silbaré muy fuerte. Diré: "Dejadme en paz".

Hidrógeno y keroseno, el Escorpión y la magia
me han adiestrado. Una lágrima tatuada canta:
He nacido para revolucionar el infierno.
Quiero que sufran de amor. Quiero ( ¿y si sólo
quiero?) que me deseen y que no me tengan nunca.
He de ser malvada, maldita, de cuero falso.
Bailo hacia el éxtasis. Soy curva y cavernícola.
Remiendo mi pobreza. Mi nombre es "jamás".

Soy un pájaro encharcado. El tiempo no existe;
sólo un canto cronometrado de sirena. La risa
es el lenguaje del alma. Retiro los ojos de la boca
y entro en las niñas de tus dientes ¿Y si un iris fuese
la bomba nuclear que temíamos? Tercera guerra
mundial supurada en el vacío. Tus manos no terminan
donde empiezan las mías. (Horizontes Cuadrados.
Tradición de melancólicos aullando a Saturno).

Mi nombre estuvo abierto. Pero hoy es anochecer
y jamás. Éste es el aquelarre de las niñas comemundos:
Estiro la voz, la afilo en una cuerda de violín. Soy
otro jajajajamás. No hay perdón terrestre, -curva-
no hay penitencias, no hay alivio en un país
donde no existe el pecado. No hay consuelo.
Sólo queda tragar la tierra. Sólo el exilio,
la fama póstuma y el maldito recuerdo. Inolvidarte...

Maldito. No hay cábala más complicada
que estos tristes ojos muertos. Mercurio,
mi dulce asesino, no eres un traidor educado.
Ahorcaste mi agua azul en el limbo opaco y gris
de mil metrópolis. Dolió la luz. Tras la partida,
desgarró el suspiro de la cremallera. Odié al blanco
que ensucia mi oscura daifa Melancolía
y aprendí estoicamente a joderme. (Pero) no hay fin.

Viento sobre cielo


Viento sobre cielo
Quizá no sepa resistir tan bien el dolor. Intuyo
que Esto es peligroso. La memoria viva de lo sentido
me está preparando para desvanecerme. Estoy
condenada a bla bla siempre. No me sirve de nada
verme hermosa, follada, acariciada, venerada
hasta la extrema unción por un Albañil metafísico,
galán pijoapartesco
[1]: Si la belleza fuera un segundo,
tú serías veinticuatro horas
. Aplaude un ángel de Alberti.

Hay gotas, lágrimas, en el espejo si no te cruzas
conmigo. Lo atravieso, no me importa perder
la propia imagen para hacerlo. Soy invulnerable
al resto del mundo. Te bla bla cobardemente.
(Alicia es feroz por débil.) Me acicalo durante
horas pensando que después te encontraré
en el Tronco de un árbol mágico. Luego
me avergüenzo de mí misma. Enloquezco, miserable.

Necesito llegar astralmente hasta ti. Me bla bla
todas las noches. No sé de donde nace este deseo
profundo. ¿Me abrirás los brazos si me presento
en tu cama? ¿Sientes mi presencia llorosa
en tu bla bla? Estoy en ascuas, atanor
[2] suicidio;
tal vez debiera bla bla de nuevo. Pero también
veo a ese Demonio larguirucho -ése que "No Existe"-
el que me frena las piernas con su mortal lascivia.


Le insulto, le escupo, le bla bla que no me ha ganado
y que no me importa. Le demuestro durante
meses que bla bla perfectamente. "Me falta el amor,
pero me sobra el talento." Eso me bla bla,
imbecivilizada, con ojeras de leer y de escribir,
con agujetas de contemplar la luna y reírme de las Parcas,
obcecada en el desierto en miniatura de un reloj de arena.
Siento que envejezco. Soy joven, y envejezco.

El Demonio prosigue, mujer, no eres buena:
encantas. Entre el cuello y las clavículas
se ha crucificado un hombre opaco. Cada vez
se bla bla con más sigilo. El sol no puede aclararse.
Está desvelado por su propia luz. La noche
no puede entubiarse. Está fusionada con su sombra.
Ulises, regresa, lo suplico. Mi telar hace muecas.
Regresa, Detonador de los Mundos de Vidrio.




[1] Agradezco infinitamente a Marsé la invención de este adjetivo en la inolvidable Últimas tardes con Teresa.[2] Atanor: Término alquímico, que en griego significa "inmortal". Se llama así en alquimia a la torre/horno que se construye para que se mantenga siempre el fuego continuo y contenga, en su momento, la Piedra Filosofal o el Elixir.

viernes, 25 de mayo de 2007

Cielo sobre las aguas de un estanque


Cielo sobre las aguas de un estanque
Ya está. Al fin lo he aceptado. Estoy sola, y lloran
los polvos mágicos concentrados en la mejilla;
hago malabares con mariposas en las auras
mortales, siento el corazón mascando la sangre
a ritmo de yambé y, sin embargo, qué sola estoy,
cuánto brillo concentrado en la tiniebla de mi abrigo,
cuánta ansia abortada en estas botas viajeras
sin testigos, cuántas noches de melodías consumidas.

Soy matérica (un ombligo epicúreo). ¡Dejadme
en paz! Imprimo una canción de dedos. Rompo
las vitrinas de los ojos con el hacha del deseo.
Sé que ya Nada. ¿Me revolcaré
en Esto hasta que muera? (¿No era Aquello?)
¿La metadona aliviará mis sueños
y volverá opaca mi mirada? Dadme el pasotismo
yonqui. Quiero olvidar lo inolvidable.

Dadme dorada cerveza, rebozadme de espuma
los labios. Quiero olvidar (lo in...) Violad
mi cuerpo en escorzo. ¡Doledme! Quiero olvidar (lo in...).
Dejadme desnuda y magullada, otorgadme
la inconciencia. Quiero olvidar (lo in...)
Ellos vuelven y me embisten el cráneo, errores
imposibles: ¡Insultadme las clavículas! ¡Antipetrarquistas!
¡Enamorados al cuadrado en tierras de Dante!

Beatrice llegó con sus caderas de cosmos pitagórico:
¡manos en alto! ¡Al fin no estás solosolosoooolo!
Qué fácil es olvidar aceleradamente las sirenas
de cloaca, arrojarte tras los labios tristes
de Madame H (la acéfala, la lepisma perdida
en las bibliotecas prohibidas, engullendo, bulímica,
necronomicones dispares, palabras románticas,
nexos cursis latinos, vientres de compuestos químicos).

Invierto mil noches en salivas reventadas, vomito
el sabor de la anarquía. No te veré más. Esto es
la muerte en vida. Pero tranquilo, no te perseguiré
con paraguas marypoppianos, ni pintaré graffitis
lascivos frente a tu balcón, Romeo enjulietado.
Viviré después. Besaré otros labios, y otros labios,
y otros labios. Iré a los Fines del Mundo,
amazónica, con otra libreta de hule en el bolsillo.

Tierra sobre cielo




Tierra sobre cielo

Te mueves en mi Bola de Cristal como una anémona
marina que se agita en su prisión. No oiré
tu luz nunca, estás a miríadas del incendio
amoroso, sordo al vals de sueños-humo. A veces
camino y veo cómo cantan los pájaros-palabras
que se encadenan en mis manos. Acompañas
mi silencio y siembras hiel en mis codos, haces
que la soledad reviente en mi hombro, tan extraña.

Pero aquí estoy entre la multitud de las Ramblas.
Todo se acaba, el mundo está nombrado. Estoy
cansada, te he mirado hasta el agotamiento y tú
te has vertido en mi estanque. Vuelvo a ti en alguna
parte del día porque has pronunciado mi nombre,
y yo te he seguido, cruzando el espejo de lágrimas.
Pero ahora he enfebrecido. He exprimido mi vacío:
soy la cáscara de la naranja. Mi corazón está aguado.

Siembro semillas acuosas, credos de una religión
extinguida: pareces el viento frotándome el iris,
los faros de los coches y la carretera interminable.
Qué triste: cuánta libertad si no hubiéramos muerto;
lamento estar maniatada a esta estación de plomo,
a este dolor sin filtro. El STOP octogonal,
rojo e inmenso como el primer beso, me incendia
la sonrisa del sexo. ¿Es demasiado tarde para querer?

Yo, que trazaba un atajo para llegar a dios en cada gesto,
tan despiadada con mis botas, abandono y renuevo.
¿Qué he encontrado? Ça dépend. Viens, agent de police!
Je suis capable de tuer. Je peux faire un gâteau
de chair. (Chirurgiènne d’amour. ) Citron amer.
Le poisson de tes yeux. Eau, elle est la vie. Pleure.
Pleure dans tes pièces. Pleure dans la salle de bain.
(Dans la salle de séjour, dans la cuisine.) Tout s’est perdu.

Persigo al que tiene una libélula-luciérnaga en el sexo,
percutor de mis clavículas en nácar, sobre estos
huesos de pájaro hambriento, cansado de lunática
carambola. Mirada lapislázuli. Beso curtido.
Lluvia de marrón otoño vientre alfombra de tibio.
He oído suspirar al diafragma de un atleta apuesto
y he de poseer su tragedia silenciosa. ¿Podré
besar sus raíces? ¿Nutriré su vacío con mis fosos?

Cielo sobre tierra


Cielo sobre tierra
"Mis curvas son el Holocausto.", así miento
a los hombres crédulos. La mano de un tiempo
ciego resbala sobre las cuerdas. Aún reconozco
tu silencio de zafiros, tu crueldad silvestre.
No eres un Príncipe Azul. Yo sólo podría amar
a un Príncipe Negro. Me llamas en cada tramo
de este laberinto. Y yo me siento viva si oyes
mi llanto hipócrita (Teseo era un estrábico tonto).

Sonríes enmascarado por una fabulosa mueca,
mientras oigo remover las manzanas edénicas
y la tentación desliza una pierna sobre otra .
Las sirenas de las cloacas afilan su lengua de pincel,
dibujan bodegones sobre la carne, hierros retorcidos
sobre un Sáhara infestado de pirámides.
Nuestros ojos son jeroglíficos falsos,
el pájaro vuela y parece un pájaro.

¿Levaré el ancla de tu viaje a Ítaca? Ojalá
te salve de la belladona de tu biblioteca. Leerás
mi nombre imposible entre las páginas de un sueño.
Pero, ¿y si no lo consigo? ¿fusilamiento a priori?
¿Talasoterapia en las mejillas? ¡No! Un ejército
endemoniado me manará del vientre, y me
abalanzaré sobre tu sexo como un proyectil.
Mis piernas te sonreirán a través de un cascabel.

Como un Atlante resignado, sostendré
en los hombros toneladas de deseo. Seré la novia
de un Ser Sordo y Maravilloso. (La ausencia de fe
es cuesta arriba.) El místico ateo construirá
los peldaños de su ascensión a la atmósfera. Y yo...
¿abracadabraré la rutina y cambiaré el mundo?
Las pestañas de la noche nos rozarán juntos;
(sueño troceado, te vi nacerme en los pechos.)

Su rostro en movimiento como una bicicleta
cross, qué sabor de ovni tiene él en las pupilas,
qué viaje prometido de taxi barato, qué cañón aliadófilo
entre sus ingles, qué ojos atlánticos que permiten un baño
a ciegas y un buceo, qué gemido transparente
me circula en la sangre, qué susurros de Concorde
cada vez que le escucho respirarme:
Hombre de Hierro, llorado en las tabernas.

Cielo sobre fuego


[Jacques Carelman, de la serie Objetos imposibles]
Cielo sobre fuego
Pero el beso que yo te di fue un árbol plantado
y, tus dientes, meteoritos de la luna,
fueron trampolines de palabras minerales.
Te llamé, pálida maga de hechizos mojados
como las alas de las libélulas verdes de los lagos;
e hice de tu cuerpo una sombría hoguera
de noes, de imposibles, un amuleto de nuncas
un ramo de olvidos agudos, mortales e imprudentes.

Yo te esperaba lo mismo que se esperan los navíos
o las horas puntas del reloj que marca los horarios.
Y, sin embargo, eras tú ese gran aborto matinal
que me lapidaba los sueños; eras tú la enorme
ventana del rascacielos más alto, apto para el suicidio,
idóneo para la contemplación del vértigo instantáneo.
Conocí en tu aliento el olor del aguardiente:
¡yo veía mi Fin dibujado en tu saliva!

Pero acércate, créete mis alas de mentira. O moriré
sin tragedia, con un buen calzado y los pecados
de dos décadas. (Me siento tan sola, y sé que es
burdo decir "Yo" después de Ockam.) Quién sabe
si el viento destroza a las campanas
aunque ya nadie escuche los cristales del vacío.
¿Comprarías un gramo de mis lágrimas? Ven,
no pretendo amueblar el sol a bofetadas.

Ven, déjame acariciarte, como si existieras.
Sé que te duele mi colmillo raquítico en el rollex,
pero quiero que mires mi lecho para ver si duermo.
Pellízcame, hasta que hierva la sangre,
pellízcame, mirándome, recórtame del aire
con las tijeras de tus pupilas, y entonces, sí, seré,
viviré en ti, arropada por la cueva de un pulmón;
activa: me encenderé si pasas página.

Tus dedos son el roce que enciende el fósforo,
oh, y duele, (mientras me lees, ¿cuántos besos
podrías darle a Ella, que te espera, hierática Koré,
con los labios cortados?) te irás, y comprenderé
tu silencio, pero...¿te irás? ¿dejarás de ser mi Amante,
ahora que nos arropa la sábana blanca de esta hoja?
¿No gozas al ver desnudas las pálidas terminaciones
de las almas en extinción? ¡Si soy sólo ficción...!

jueves, 24 de mayo de 2007

Ars urbis


[Graffitti de Bansky]

I


Sales de ti, espíritu agorafóbico,

para lamer el sol de las nuevas latitudes.

Hoy te decías :

“puede ser posible”

Y, sin percatarte,

yo te trepaba ansiosa por los ojos.




II

La calle es un río laxo de especies

demasiado poco sorprendentes.

Pese a todo, atraviesas con tozudez la brisa

y deslumbras un tímido grillo en tu hombro.

¡Qué fuerza estoica, mi cansado héroe!





III

Al final de los pasos de cebra

sueñan las señoritas que pasean sin bragas

por la bella ciudad de las falsas promesas.

Coquetean con las farolas encendidas:

cruzan la calle y, después, las piernas.




IV

Desterrado a un rutinario limbo de autómata.

La inspiración baila claqué en el borde de las colillas.

Bacanales de humo violan ese único Cielo.

Espíritu agorafóbico, ahogado sediento,

¡nunca sucederá nada mientras duermas!

La tragedia profana


[A Alice Vannoy, William Blake y Aldous Huxley

-Por Dios te ruego, marinero, dígasme ora ese cantar.--

Respondióle el marinero, tal respuesta le fue a dar:

-Yo no digo esta canción sino a quien conmigo va. ]
La droga reposa en la lengua del Nuevo Dante, que espera descubrir a dónde le llevarás, LSD, demonio de los que buscan más allá de las leyes morales de la ciudad. ¿Qué castillos de naipes fabricarás con sus sueños de hombre común? ¿Le engañarás con tus luces de neón? Llorará ante el holograma del paraíso perdido y luego le dejarás tirado, con resaca, y con esa angustia de no saber cómo se levantará mañana, pese a todo, cómo seguirá trabajando -¡mecánico pelele!-, pese a todo, cómo se aferrará a ese carrusel de rostros desconocidos que no le aman ni pronuncian su nombre de pila estremeciéndose. Pese a todo.


Con qué jeta AL DÍA SIGUIENTE encenderá el Nuevo Dante el pitillo del desayuno en el mismo bar de borrachos, con qué jeta cogerá los bártulos y se irá a leer a alguna Biblioteca con ansia de detener el occidental miedo a la vida, con qué jeta pensará que no ha tentado la ira de ningún dios, que no se ha violado el alma invocando ese saber que está vedado a los hombres. Todo, para no reconocer que ha escuchado, otra vez, aquella vieja canción del mundo. Aquella espontánea melodía, armoniosa y simétrica, que deshace las piedras con su fuerza órfica, que genera ondas magnéticas en la luna, que dota a los árboles de un lenguaje atávico y dilata sus pupilas drogadas con una luz atemporal y matemática.

El viaje le habrá revolucionado y será incapaz de explicarlo en tercetos encadenados. Callará como Paolo y le reventará todo por dentro. Alguien prosaico imaginará su historia, y la escribirá en jerga cotidiana. Sonreirá a Beatrice pensando en ese mundo desnudo que conoce sus nombres. Pero le matará la dualidad del otro lado. Le matarán los cajeros automáticos y la televisión encendida le matará, le matará la mirada opaca de los jefes y el desprecio de las minorías desgraciadas le matará. Sentirá ganas de escupir. Ganas de besar y ganas de escupir. ¿Quién podría vivir dentro de su cuerpo con tan opuestos impulsos poblándole? El Nuevo Dante vive las contradicciones de esta época. Hace tiempo que murieron nuestros dioses. Su misticismo se trempa en lo profano. El Nuevo Dante es un yonqui, como lo sería el Nuevo Don Quijote si algún punky se hubiera inventado su historia.

No sacarás nada que no esté en mi cabeza, Demonio Artificial. He iniciado este recorrido tabú porque quiero entregar otro fuego a los hombres. Pongo en la balanza todo lo que me resta de pureza, todo lo que me queda de inocencia, sólo para que me dispares con tu revólver. Llevas siglos haciéndonos sufrir, oscura Realidad. Qué más da morir de tedio o de un fanático autoengaño. Vanidad de laurel o de locura. Da igual. Se me desgarra el corazón cuando miro y toco un mundo que no comprendo. Bailo sin pensar, pero dentro una voz me dice lo absurdo de mi dolor y mi alegría.

Desde la proscripción cantan las bellas sirenas de las afueras. El Nuevo Dante pretende viajar desde la habitación inerte y penumbrosa, esparcir deseos sin moverse. Hoy todavía no se ha despertado. Bastardo de la realidad, todavía sueña. No pasa nada. Ha salido la luz del sol. ¿Has perdido, quizá, tu sustancia? ¿Cuánto tardarás en infiltrarte en las venas? Te ha tomado en la soledad y ve que tal vez muchos exageraban tus efectos. Se libra de su voluntad y espera la visita de algún ángel. Virgilio, el guía ensangrentado, dispuesto a hacer con Dante otra vez este viaje sin retorno, le mira de reojo. Virgilio no sabe si decirle que ya no es ni una sombra. Que ya no es ni un fantasma suspendido entre el cielo y el infierno. Que ya sólo es tinta de libro.

Las brujas murmuran que, tradicionalmente, los poderes mágicos se asumen en la luna llena y que los cuentos explican verdades evidentes. Quisiera notar en el veneno el sabor de las quimeras del hombre. Tal vez reposen en la Caja de Pandora, junto con todos los males del mundo.

Ahora le duele el dedo anular. Las nubes tras la ventana susurran "paciencia" al Nuevo Dante: que se vista con unos vaqueros negros, que mire por la ventana y reflexione. Hoy será un día largo. Sabrá por qué carajo estamos en este mundo absurdo, donde todos luchamos por dinero podrido, estatus sadistas, por afectos que estorben el vértigo de nuestra condición finita. Queremos que todos nos digan lo guapos y fabulosos que somos, que nos digan "te quiero". Si no, sufrimos. Sufrimos porque el iluso amor de los otros es un enorme parche para esta monstruosa herida llamada INCERTIDUMBRE.

No siento el veneno, todavía. ¿Cuánto tardará en matarme? Este amor enorme me destroza. Papel secante con un corazón dibujado. Cuando me pongo de pie noto que he empezado a flotar y que no lo sabía, que el día es hermoso y que no lo sabía. Siento todas las reencarnaciones dentro de la piel, todas mis almas anteriores bailan embriagadas dentro de cada uno de mis órganos. Vaya, recuerdo aquello que creí hipérboles poéticas. Las metáforas se vivencian. La imaginación, las sospechas, son al instante materializadas.


¡Llegó, llegó! Esta savia divina que le hace venerar la existencia, que desintegra nuestros ojos y los derrama en la belleza. Esta vitalidad inmediata, tan fuerte que empaña la mirada de Dante. Este veneno que le hace amarte, Humanidad, con una euforia que le incita a olvidar todos los Papas injustos de la Historia, su loca historia familiar, aquella muerte folletinesca del primer amor: todos, todos sus pretextos de melancolía ante la interrogación del perpetuo hombre de plástico. (Todo esto, de hecho, el Nuevo Dante lo habría conseguido con un poco de fe: un poco de fe, tan sólo. Pero quién iba a creerse nada, ¿eh? Ojos y oídos bulímicos de engullir propaganda. La fe forma parte de la publicidad y Dante sólo puede drogarse para creer en algo.)

El día es tan largo y tiene tanta energía (energía que -susurran- siempre ha sido nuestra) que ahora mismo el cronista paria tendría que dejar de escribir para que todos vieran la felicidad súbita que ese tripi ha procurado a Dante.

- Camina. Serénate. Observa.

He regresado. He visto muchos colores allá fuera. El fuego estaba dentro de la armonía de cada pequeño átomo de arena. Todas las plantas y los hombres extranjeros y la luna hablaban al unísono el mismo idioma. He tocado un tronco de árbol y a la vez -fijaos, digo "a la vez": el tiempo no existe- la energía caliente y fértil de la tierra. Sería difícil no fundirse ante esa serenidad absoluta, esa felicidad plena. En un instante creo que he dejado de pensar. Era Todo. Ojalá, Humanidad, pudiera explicarte cómo se puede viajar sin maletas. Sin consumir un billete de avión o de barco. LSD en los labios, dos euros en el bolsillo y la dirección de casa en un zapato. He habitado ese instante sin nombre y sin edad. He sido grande o pequeño, sin tamaño. He sido tanto que he llegado a no ser. Ahora regreso para que los otros insulten mi amoralidad.


El Nuevo Dante vive su tragedia profana. Me pregunto si mañana podrá levantarse y vivir la rutina opresiva de cada día. Quiero decir: me pregunto si hay marcha atrás. El recuerdo le confundirá. Creerá que ha soñado ser Job frente al mar. Creerá que ha soñado que la vida se refleja en las palmas de las manos, en la savia de los árboles, incluso en las arrugas de los viejos, en los clavos oxidados de las vías de tren. Le he traicionado. El Nuevo Dante habría eliminado aquellas gramáticas que no existen. El Nuevo Dante habría callado, como Paolo. El Nuevo Dante, ante las preguntas insaciables de los periodistas, habría mantenido el secreto
.

La mujer pájaro



A mi padre, mucho más humano que el de Kafka,
estoico sufridor de hijas rebeldes comemundos.

Hay un vuelo anterior a las jaulas, vuelo inocente como el desnudo paradisíaco, que en nada las jaulas perjudican, coartan ni limitan; hay un vuelo coetáneo de las jaulas, un vuelo enjaulado, digámoslo así, pero libre, no obstante, para volar dentro de su jaula, hacia los cuatro puntos cardinales.

Que este vuelo ha perdido su inocencia, nadie puede negarlo. Pero ha ganado, en cambio, la noble aspiración a volar fuera de su jaula. ¿Que para el logro de esta aspiración la jaula es un obstáculo? Sin duda. Pero es también conditio sine qua non para el caso de que esta aspiración se cumpla. Porque ¿cómo volará un pájaro fuera de su jaula, si esta jaula no existe?

ANTONIO MACHADO, Juan de Mairena

 


Oí un berrido de considerable potencia decibélica y dejé todo lo que tenía entre manos: un teclado antipático, que se negaba a tatuar el cuento deseado, una silla tapizada color marrón avellana, la pantalla blanca y desdeñosa del Daewo (mi robótica musa gongorina) y medio vaso de horchata, simpático y comprensivo. Como digo, lo dejé todo por aquel chillido de la jungla familiar y llegué corriendo hasta el imán de gritos, con la adrenalina pujante como el mercurio en verano. Entonces lo vi: irremediablemente quemado, de pie, con su cuerpo en calzoncillos y sudor, arrugado y quisquilloso. Mi padre estaba en el interior del cuarto de baño y en cuanto aprecié su aspecto rabioso y chispeante, lo relacioné con la reencarnación del viejo estornudabroncas de Kafka. Me aplastó con sus pupilas de pata de elefante y dijo:

- ¡Mira!

Estuve treinta largos segundos mirando el no sé qué que él quería que viese. El aire se hacía espeso a mi alrededor, irrespirable, contaminado por las fosas nasales bilioso-coléricas de mi padre. Las venillas de su retina se multiplicaban por cinco, se ramificaban como filas de hormigas rojas, y yo presentía que de un momento a otro sus ojos morderían. Predominaba ese silencio de electrodoméstico susurrante, la guillotina amenazadora del grito. Me encogí como un caracol tembloroso y achanté la espalda lo suficiente para que ésta pareciese el lomo de un animal herbívoro. Él insistió, doblando la intensidad del volumen:

-¡¡Mira!!

Miré: lavabo rosado, depresión sobre mármol blanco, pastillas de jabón redondeadas con olor a fresa, peine de dos púas rotas sobre el tocador, botes de colonia en los estantes (Faralah, Royal Ambree, Maximo Dutti, Nenuco rellenado de agua) gel Sanex, gomina, matacallos, pomada, pasta de dientes, leche solar Sun Milk 12 resistente al agua, cepillos de dientes (azul claro, eléctrico, marino, cianesco) con cerdas abiertas… bla, bla, bla…váter (olor perruno excrementício), rollos de papel de váter, escobilla de váter, un, dos, tres bombillas fundidas... Ah, y entonces me di cuenta:

EL CHAMPÚ ESTÁ DECAPITADO


Me encogí como un molusco cazador y puse cara de pena o de menor de edad. Pero ya era tarde, y el infierno florecía en las facciones del mundo:

- ¡¡¡Por qué coño nunca cierras el tapón del champú!!!

Cogí al champú con las dos manos y le enrosqué el tapón, temblando. Poner el chupete a un recién nacido berreante. Mi padre lo veía así, como una estúpida regla de tres: panteísmo materialista es igual a cada cacharro debe estar en su sitio, limpio y nutrido por el buen uso, pero mi hija despistada es una asesina de los objetos, luego…

-¡¡No eres una mujer hecha y derecha!! ¡¡Marrana, so marrana!!
Tragué saliva y regresé a mi cuarto, con la cabeza gacha. La pantalla de mi ordenador seguía muda, a costa de pureza, maquillada por la blancura de Microsoft Word. Me la quedé mirando fijamente y, como no decía nada, escribí:

- Cómo quieres que te ame si nunca me das nada a cambio.

Una transparencia (esa que sopla las ideas), me respondió directamente al pensamiento.

-Sólo sueno si me tatúas letras.

Yo continué con mis reproches.

-Siempre te acicalas a mi costa. En cambio, tú que me das?

-La contemplación de mi propia belleza. - respondió la pantalla.

-Eres una narcisista.

-Y tú una marrana. Siempre me embadurnas de basura barroca ultramoderna.

-No soy una marrana.

-Sí eres una marrana. Nadie te publicará jamás.

Hubo un cortocircuito rencoroso. Se borraron las frases y la blancura del ordenador. Dos segundos después, se abrió maleducadamente la puerta del cuarto: apareció Zaza, con el natural desarreglo casero (gafas, cabellos enredados, pies descalzos con las plantas negras roñosas) y con una cámara de fotos en la mano. Yo, por mi parte, adiviné los prejuicios del objetivo y me vi desde la omnisciencia: fea y despeinada, en bragas y una camiseta de algodón pintada con rotuladores de un ex Todo a cien. Zaza, desde sus catorce años, dijo:

-Déjame probar la primera foto del carrete.

La cámara me apuntaba como un revólver. Me quería matar. Quería estancarme para siempre en un cuadrado. (Enloquecí un poco). No quería que me aprisionara, y menos con esa pinta de chacha triste con dejes de artista o autista y moño de Antonia. Le arrebaté la cámara de las manos y la tiré por la ventana del cuarto. Zaza se quedó quieta, pensativa, traicionada. Después de unos segundos de asfixiante silencio, exclamó:

-¡Me has perdido como hermana!

Me resigné a su portazo y me tiré en la cama, que se erigía en un rincón del cuarto como un altar de fracaso. Busqué a Murphy de Beckett y lo abrí con lascivia y desesperación.

Al cabo de dos horas sonó el interfono y Amour subía caballunamente las escaleras que conducen a mi ático sin ascensor. En cuanto lo vi asomar por el marco de la puerta, pensé: "¡liberación!" Sus ojos gatunos tenían en mí el efecto de un trineo adornado de cascabeles, me subían el nivel de feniletilamina y me deslizaban por un tobogán de plumas de ángeles lavadas con detergente de ultra blancura. Así de hiperbólico y ñoño y cursi era mi amor. Pero, puesto que los obstáculos son la principal especia del sentimiento humano, ocurrió lo peor: cuando Amour y yo nos disponíamos a fugarnos y él ya tenía mi mano cogida como a una cometa iridiscente, sucedió algo. El símbolo de mi pseudoindependencia brilló por su ausencia:

¡No encontraba las llaves!

¡Mi Can Cerbero de tres cabezas (Portal- Buzón - Ático) había desaparecido! Puse unos ojos como platos y toda yo me convertí en vajilla. Con dicha fragilidad de cerámica, me aproximé a mi padre, que yacía apaciblemente en el sofá del comedor, frente al televisor, y con los pies sobre un cojín escandaloso (esto es, verde fluorescente, a juego con nada). Veía con cara de póker un programa de preguntas y respuestas en el que una mujer interrogaba a víctimas ludópatas sobre famosos, películas, premios nobeles e ingredientes del gazpacho. Pasé furtivamente por el lado del saco progenitor de gritos y gruñidos, fingiendo que no pasaba nada. Pero me caló enseguida.

-Qué buscas.

Amour puso cara de circunstancias y se sentó junto a él, en el sofá negro pseudopodizante. Respondí, con voz de dibujo animado:

-No busco nada.

Mi padre continuó sugestionado por el sonido de Casino y las imágenes sensuales de las ruletas, labios y senos del televisor.

- ¿Quién es Lope de Vega?

-Será un jugador de tenis.

Ladeé la cabeza de un lado al otro, con pose de aspersor que está en el corner del césped. Hablé escupiendo, sin querer, también como un aspersor:

-Es un escritor, papá.

-Y yo qué cojones sé de estas tontadas.

Las llaves no aparecían por ningún lugar. Amour buscaba disimuladamente entre los módulos del sofá, sin resultado. Al cabo de cinco minutos me santigüé ateamente y me dispuse a formular la pregunta suicida:

-Papá, ¿has visto mis llaves?

Mi padre abrió unos ojos de búho y los apartó del televisor.

-¿Me estás insinuando que las has perdido?

No respondí.

-¿Mi niña me está diciendo que ha vuelto a perder las llaves?
Intenté ponerme razonable y hablé como un abogado pragmático.

-No te preocupes, puedo hacerme una copia.

-No puedes. No tienes dinero ni pienso dártelo. Si te vas y llamas al interfono, no te abriré la puerta. De manera que te quedarás encerrada para siempre.

Amour seguramente pensó que esta afirmación podía perjudicar a sus relaciones sexuales. Por eso intervino:

-Tranquilícese. Yo mismo puedo dejarle el dinero para que se haga la copia de las llaves.

Mi padre se puso imposible.

-No.

Amour bajó la cabeza y se marchó con una rapidez grotesca. ¿Regresaría algún día? ¿Volveríamos a encargar croissantes gigantes de chocolate? ¿Bailaríamos de nuevo sobre la punta de las rocas de la Mar Bella? ¿Ronronearíamos juntos otra vez, en los trancos de las mansiones antiguas? La respuesta la tenía mi padre: "NO". Y mi mente, desde entonces, empezó a nonear de manera enfermiza.

Así empezó mi enclaustramiento, mis tremendas horas de caracolismo. Como a esa Nashtenka de Dostoievski, mi padre, tan terrible como una abuela ciega, me prendía a sí mismo con un imperdible metafórico. Abandoné la Universidad de este modo estúpido, por una simple estampía de llaves, y ningún ser de este mundo tenía la autorización paterna para rescatarme. Ni siquiera Zaza, que había quedado muda desde el episodio de la cámara fotográfica, y sólo me hablaba a través de gestos obscenos (levantando el dedo medio de las manos): síntomas de una prototípica psicopatía familiar adolescente. Luego bajaba los ojos, murmuraba algo inaudible, y se llevaba la mano a los bolsillos de su pantalón rapper. Yo intuía vagamente que Zaza tramaba algo, semejante a un asesinato en serie, pero no me preocupaba. Estaba demasiado obsesionada con mi libertad.

Durante mi primera NOCHE NO BLANCA estuve pensando en cómo salir de semejante infierno. El ático era demasiado alto como para saltar al vacío. Quise colarme en la terraza de al lado y rogar al vecino que me liberase, pero no estaba lo suficientemente cerca y la certeza de una caída al vacío me paró los pies. Esperé a que mi padre se fuera a dormir, y en cuanto escuché sus correctos y selváticos ronquidos, me acerqué furtivamente al teléfono fijo, que reposaba en la pared del comedor como una lepisma gigantesca. Marqué el número archiconocido y me respondió una voz relajada y familiar, que parecía tambalearse en el trampolín que va del sueño a la vigilia.

-No estás sola. -dijo. - Tienes a Ophiel escondido en una estantería.

Colgué el teléfono y me dirigí a mi cuarto, pero para mi sorpresa mi padre estaba despierto, plantado ante mí como un semáforo en rojo, y ahora me miraba buhísticamente, impidiéndome la entrada.

-Por qué mierda llamas por teléfono.

Fingí naturalidad.

-No he llamado.

Entré en mi habitación, sin esperar a que el monstruo respondiese, y trabé la puerta con una silla. Escuché un golpe, que decía onomatopéycamente: "se ha roto la conexión telefónica". Mi padre profirió, a continuación, un par de gritos desatinados, pero pronto se oyó un bostezo largo y convincente, que lo condujo hipnóticamente a su cama de matrimonio mutilado. Sana y salva, respiré tan hondo como cuando se masca menta, y lancé mi cuerpo-proyectil al blando colchón de la cama. Antes de dormir, sin embargo, recordé lo que mamá me había dicho sobre Ophiel y en adelante revisé uno a uno todos los libros de la estantería. Me empeciné tanto en mi búsqueda que mi estómago se hizo cada vez más pequeño y mi corazón, mi cabeza y mis pulmones crecían cada día un nanómetro. Todo lo demás era un decorado borroso.



Sólo una noche, después de haber leído la última palabra de El Criticón, di por satisfecha mi búsqueda. Una brisa luminosa se infiltró a través de la ventana del cuarto, y luego apareció una figura diminuta, algo así como un duendecillo viejo, cuya piel era rugosa y verde como la corteza de los Platanus hibrida. Llevaba un sombrero de copa, unos pantalones a rayas y un chaleco negro con un clavel en la solapa. Por si fuera poco, también abrazaba a un enorme hipopótamo de peluche, que me guiñó un ojo en cuanto le vi. Ophiel saludó con la mirada, dio un paso al frente, y, con la solemnidad de un bufón divino, dijo:

-El pájaro que puede abrir la puerta de su propia jaula no tiene por qué quedarse dentro de ella. Morirá de hambre, pero volará durante unas horas. ¿No te parece evidente, niña tonta?

Corrí hasta la puerta de la calle, y la abrí, tan sólo girando la manecilla. Me encontraba sin llaves, ni dinero, ni posibilidad de regreso. Pero, ¡libre! ¿Cómo no lo había hecho antes? Mi estómago había desaparecido y mi corazón, mi cabeza y mis pulmones, eran muy pero que muy grandes. Y Ophiel, mi amigo invisible de la infancia, había regresado.



***


Recuerdo aquella vez en la que me encontraste por las Ramblas y me viste con un sombrero de copa en la cabeza y abrazada a un hipopótamo enorme de peluche. Te acercaste a mí con cara de verbena de San Juan, como si tus ojos fuesen un recipiente biodegradable. Me dijiste:

-¿Cómo se llama usted?

Y yo saqué un lápiz de ojos del bolsillo y te escribí mi nombre en la frente. Desesperaste un poco, porque yo no mediaba una palabra y sólo tenía una sonrisa internacional en los labios. Corriste hacia el Chrevrolet Corvette que paraba momentáneamente ante el semáforo por una de esas millonésimas posibilidades de la estadística, y te miraste en un espejo retrovisor del coche magnífico. El conductor te vomitó una bronca de cuidado por tocar su ballenato metálico, pero tú regateaste el sermón con una elegante mueca sarcástica. Luego regresaste hacia mí, jadeando, con cara de enamorado tonto. Gritaste:

- ¡Airam!

Me cogiste el lápiz de ojos del bolsillo, sin pedirme permiso, y me dibujaste el símbolo del infinito en la mejilla. Acto seguido, miraste tu reloj de agujas, y entonces me dijiste, riendo:

-Los señores cabezotas deberían afeitarse el bigote de vez en cuando.

¿Te referías al reloj? Pensé que podía ser un buen diálogo para mi novela, y me apunté mentalmente tu frase. Continuaste un rato ante mí, joven e irresistible, con las pupilas dilatadas. Me preguntaste:

-¿Por qué llevas un sombrero de copa?

-Para cerciorarme de que mi cabeza sostiene algo. - respondí. Por la maleza neuronal, me rondaba un poema de Anton Pann.

-Y… ¿Por qué estás abrazada a un gigantesco hipopótamo de peluche?

Di un saltito en el aire, como si me alegrara en demasía aquella pregunta, y entonces pronuncié aquella respuesta tantas veces ensayada:

-Para romper el decoro.

Pero esa frase triunfal no fue suficiente. Después continuaste mirándome más de lo previsto, hasta que me sentí cansada, desgastada e incómoda. Ibas a decirme algo, pero me abrumó tu boca entreabierta y me marché corriendo. Me estuviste persiguiendo un buen rato, hasta la parada metropolitana de Plaza Cataluña. Por el camino se me cayó el sombrero de copa, aunque apenas me había dado cuenta. Cuando estaba a punto de coger el tren, apareciste tú, con mi preciado sombrero negro y un chantaje irresistible en la manga. Señalaste tu propia cabeza y entonces dijiste:

-¿De dónde has salido?

Me callé y, para disimular mi desconcierto, viré radicalmente de tema. De súbito - no sé si lo notaste -, cambié mi rumbo empedernido, aflojé la cuerda de mi independencia, me invitaste a un helado, te hablé de mis estudios, contamos chistes y adoquines, pisamos la catedral, caminamos y caminamos, dimos de comer a un sinfín de palomas venenosas y, hacia medianoche, dejé que me cogieses por la cintura. Luego desaparecí, hacia ese lugar donde van a parar las llaves perdidas. La mujer pájaro jamás tendría estómago ni jaula. Nunca más.
[Nota: Este cuento fue publicado en la antología Sobras completas editada en Barcelona por el Aula de Escritores en Mayo de 2006.]

miércoles, 23 de mayo de 2007

Odas chúrrico-telúricas a la mujer kitsch



[Nota inicial: El churro es un juguete literario, atroz y completamente amoral, prominentemente sexual, un monólogo interior de corte irreverente, inspirado en los manifiestos dadaístas de Tristán Tzara, el psicoanálisis de Freud y los libros de autoayuda. Con humor y libertad...Hace años me habrían enchironado por esto.]

Para una Betibú alucinógena, de veinte centímetros,
el souvenir perfecto de la orgía con gafas de Lolita,
medias de rejilla, guantes de Rita Hayworth, tanga de leopardo,
tacones de aguja y libros lascivos abiertos de par en par
-como ventanas- y violados por un viento borracho.
A ti, que me conociste defecando en un retrete intelectual,
bohemiando con los pantalones bajados.
A ti, del gremio de las prostitutas del arte,
devorada lésbicamente por las musas en tu más tierna edad.



acotación inicial

(Estos churros telúricos no pueden ser recitados por un rapsoda sin peluca o sombrero esperpéntico. Se requeriría el rugido permanente de un vibrador en la mano derecha -momentánea antorcha de una estatua de la libertad depravada por el arte y por el sexo-. Asimismo, es obligatorio superponer la ropa interior y hacerla visible. Bragas desafiantes sobre los pantalones con una S de "superheroína", subrayadores de los ovarios tiránicos de la mujer kitsch. Por otra parte, si el público pudiera comer churros mientras lee o escucha, Dios descendería feliz a la tierra y nos encularía a todos con sus rayos solares.)



DIOS ES TRAVESTI EN PRIMAVERA

Dios es travesti en primavera:


recubre a los árboles florales con las pelucas afro de Rocky Horror Picture Show, nadie puede resistirse e ipsofácticamente los lunáticos se introducen un lirio fragante por el culo: me recuerdan a ti, Betibú, mujer de cabellera impecable y labios rojos como el ano de Ginsberg después de ser empalado por una Venus fatal de tranca enhiesta y vello púbico untado en miel, mujer que sólo amas a los hombres que gruñen por ti en las aceras, a los músicos chalados que se pintan bigotes azules, consumen birra a cien kilómetros por hora y reconocen- sibaritas- un hedonismo de cuero negro y zapatillas de peluche, vulnerables a tu coquetería fetichista.

Dios es travesti en primavera:

defeca en nuestras bocas frases de nenaza entortolada; nos produce campanas diarreicas y ninfomanías científicamente inexplicables. De súbito, nos engulle el pseudopodio del catre, follamos compulsivamente con soñatortillas calientacoños bemoles de orgasmos pentagrámicos, y entonces estrangulamos nuestras gargantas de cisne modernista con collares de perra -con o sin tachuelas-, jadeamos como putas inseguras de todo excepto de los puntos G de la anatomía membranácea y acudimos - quizá sí, quizá no- a un Centro de Planificación Familiar donde una cuarentona coitóloga nos receta una patada hormonal, mientras evoca inconscientemente las obsesiones congénitas y congenitales de Catulo, Safo, Sade y Diane Di Prima.

Dios es travesti en primavera:

los kamikazes órficos coreamos el estribillo del follituri, cada rama de árbol es como una polla, cada madriguera de ardilla es un coño cósmico; así nos sorprenden las farolas, los dedos, toda criatura erecta; nos regocijamos acuáticamente en una hormona submarina y amniótica,recitamos versos e introducimos la caricia intravenosa, recogemos el hachís de la mirada, nos emporramos de rimas inexistentes, embadurnamos nuestros labios de letras lubricadas y jadeamos al son de un afrocubano sóngoro cosongo, enfermas de amor, bembas ante la mirada atónica de Dios (que es, por cierto, negro y toca el saxo), ansiosas por la embestida lasciva de las nubes, los ríos, las piedras y los charcos, divas de una libertad iconoclasta. Las reinas del mambo son discípulas...del churro.

Y: Dios es travesti en primavera:

la corteza de la tierra se recubre de nata y fruta dulce, podemos lamer todas las superficies pélvicas que se revelan en ángulo recto; es necesario ser cómplice de la ebriedad insomne del mar que estimula todos los sexos de sus intrépidos nadadores; cada neologismo es un tentador helado de chocolate, vainilla y tiramisú, un elegante postre de champagne y trufa, envuelto en puro -repito- chocolate blanco, adornado con perlas plateadas. Seríamos imbéciles si no supiéramos organizar a tiempo una anárquica orgía untada de colores venecianos, si no mariposeáramos lingüísticamente hasta dejar extasiada a la sintaxis, resentida por barroquismo e innovación, flexible tras todas las combinaciones posibles del Kama Sutra.