sábado, 30 de junio de 2007

Sólo siempre nunca



[Divagaciones en torno a Nighthawks de E. Hooper]

[Él se mordía la lengua.
Ella suplicaba a los dioses
que la convirtieran en piedra.]



Berta W. Sprachen camina hacia el mar. Se ha dado un par de bofetadas ante el espejo. Brota una lágrima de sus ojos de puta buscona. Grandes gafas de sol enmascaran su mirada rabiosa. Pendulea las caderas histéricas, tiene la boca entreabierta, la mandíbula prieta y los ojos fijos pero ciegos, cubiertos por la brea del odio. Un graffiti le tapona las válvulas cardíacas. Paso firme y taconeo bajo el sol sangrante. Se pregunta por qué, a pesar de todo, todavía no ha encontrado el Sueño Tangible.


***

Una noche de ebriedad en Boston.

El tiovivo de los bares nocturnos culebreando entre neón sinuoso y una presencia masculina pegada a sus entrañas. Ella, sola por convicción empírica, como siempre, tomando una copa con natural autosuficiencia y escepticismo. Esa maldita apocalipsis en el escote, manchado de ceniza. Labios abombados con sensualidad consciente. Mujer ahogada en un cubata de Hooper. Entonces, una voz tibia barítona. Un hombre viril. Un Cósmico Bastardo.



Le tira el humo a la cara. El tipo sonríe y la mira con seriedad. Un par de Martinis a medias. Otro más. Complicidad ante los seguratas gorilas. El tipo le da la mano y se encierran en el lavabo de hombres para esnifar coca. Dejarse ir. Complicidad perversa. Dos cuerpos sudan en un metro cuadrado que apesta a retrete público. Entonces el desconocido le coge las manos. Ojos clavados como arpones. Duele. Sólo le coge las manos. Berta W. Sprachen empieza a odiarle. Romántico imbécil. Ahora cree que ella se dejará engatusar por cuatro frases sobre el destino. La mujer solitaria lleva toda una vida esquivando a ilusos románticos que la comparan con una princesa depresiva. Como si después la vida no continuara hasta la extenuación. Quizá los odia porque sí. Porque el amor es una putada.*


***


Ha llegado frente al mar. Se quita los pantalones y la camiseta, luego duda porque hay gente, pero también el sujetador. Y las bragas. Se mete en el mar a la primera oleada. Y entonces, como siempre, empieza a llorar mientras bucea hacia adentro, hasta que tiene que salir a la superficie para reclamar oxígeno como una bestia moribunda. Después, ya no ocurre nada. Pasa el rato, se desquita, sale como nueva. Entonces caen las gafas de sol. La imagen del Deseo se hace añicos. La olvida. Sólo siempre nunca.

* Frase prestada (Marçal dixit).

viernes, 29 de junio de 2007

La mujer de los placeres sencillos


Balancearse en una silla coja es un inconmensurable placer. Siente la diagonal de aire, la tensión, el tira y afloja de una única pata suspendida, tímida e intermitente que, como en un sube y baja de parque, desciende para ceder el turno de la levitación a cualquiera de las tres patas restantes, en un privilegio mediatizado por el movimiento caprichoso y ondulante de sus caderas, ahora a babor, luego a estribor. Ella, capitana y dueña de su navío infantil, se entretiene en un singular juego de fuerzas, desafía a la gravedad y se acerca un milímetro a la posibilidad de vuelo, sumergiéndose en equilibrios, deslizándose en este ir y venir, este azucarado mecer en los brazos de una madre, el contorneo de la tranquilidad, de la canción, de la nana de la vida: el detalle arrojado, punto de inflexión, reflexión, indecisión; su pequeña anécdota, su sutil instante, su reducido espacio.

Contempla el mundo desde su silla coja, aprecia la intensidad de sus colores con tanta entrega que casi logra olvidarse de mí misma, evaporarse como agua cansada; pese a que la evidencia palpita en todas partes y cada objeto evoca una imagen, un rasgo, un fragmento de la historia que nace y muere entre Eros y Tánatos en algún lugar de su inconsciente.

Y como si viese dibujado en el toldo de su casa el fútil pensamiento, y como si bebiese luz con los oídos al recordar sus palabras, todo emerge en torbellinos del pasado, y se remonta a aquel presente de carne viva, en que él estaba tan solo a unos centímetros de ella, y repetía dos veces…:

- Te quiero y quiero besarte.


Y agarrando este hilo del recuerdo, halla el globo de helio que simbolizó sus trece años, y ese vértigo y temblor de ver que cada día amanecía ella con una nueva sinuosidad en el cuerpo, como sin querer, mientras presentía el comienzo de una historia insegura que se repite cada noche antes de acostarse.

jueves, 28 de junio de 2007

Shakti
















































Cuando amamos mucho el mundo, los desconocidos nos hacen regalos inesperados, que recibimos con los brazos estirados y los labios entreabiertos como lluvia en el Sáhara. Lo que no se da, se pierde, dice un antiguo proverbio hindú. A mi querida Ana Loga, creadora de la máquina textual deseante (la editorial anagal: pedidme su catálogo en pdf, todavía no sé cómo colgarlo en el blog) que conocí mágicamente y por azar en el antro de uno de mis barmans preferidos, le dedico estas palabras. Ella me ha regalado este cuadro de Magritte, y lo cuelgo en esta pared. Y yo, a su vez, le regalo a ella y a vosotros estos cuadros míos, esta serie de shaktis o de diosas.

miércoles, 27 de junio de 2007

El último deseo





Estaba sentada en la barandilla del balcón de su recién alquilado piso. “Abajo, qué pequeño se ve todo”. Puso el dedo pulgar justo delante de sus narices y se sorprendió de que los perros del canódromo apenas se equiparasen al tamaño de la uña. A la izquierda, el mar se presentaba como una sola línea azul. “Ayer”, pensó, “me estiré en la orilla con las piernas abiertas.” Fue maravilloso. La espuma le cubría entera, y la ultrajaba como el semen de un gigante infinito. Enfrente se extendía la inmensidad, que se estiraba flexiblemente hacia ella para lamerle la punta de los pies, los muslos, los labios exteriores de su sexo. Después había estado paseando con una pamela amarilla sobre la cabeza. Sus huellas desaparecían tras el lengüetazo del mar. Había poca gente, sólo algunos ancianos madrugadores. En las rocas, las lapas se enganchaban formando una alfombra viscosa. La marea subía, y cada vez se veían más cangrejos asidos de las grietas inundadas. Había tenido que danzar sobre las puntas de piedra, con tal de no quedar atrapada entre dos olas que pugnaban para llevársela.





Desde el duodécimo piso se apreciaba prácticamente toda la ciudad. La autopista se ubicaba justo delante. Los vehículos hacían gran estruendo; pasaban a grandes velocidades. “El tiempo pasa más rápido cuando se viaja de esta manera. Los arbustos de sendos lados se difuminan como el verde vejiga de un cuadro de Turner.” Los semáforos eran lápices amarillos hincados en el asfalto. Las farolas, debido a la plena iluminación del día, descansaban con su ojo polifémida abierto.







Qué mundo en miniatura. Cuando niña, pasaba horas fabricando casitas a sus muñecas con las cajas de zapatos de su madre. Tardaba horas disponiendo el rincón para la cama, la pared en la que se apoyaba la estantería ahíta de libros; ponía una mesa pequeñita, junto con las sillas; y pintaba alfombras divertidas con pedacitos rectangulares de papel. Pero nunca se le ocurrió hacer una pequeña maqueta de la calle en la que viviría su muñeca, ni de los comercios a los que iría a comprar cada día, ni de los pasos de cebra que debería cruzar con prudencia para que los monstruos de chatarra no la atropellasen. Tampoco diseñó más muñecos para acompañarla, ni siquiera uno apuesto y ancho de espaldas que pudiera aliviar un poquito el espacio de la cama de matrimonio. Y así estaba. Sola en un mundo de cartón piedra.







Le colgaban las piernas, y sentía el suave aire del abismo acariciándoselas. “Si esto no estuviera tan alto, cualquier transeúnte me podría ver las bragas.” Esta vez se estiró un poco para alcanzar los prismáticos que reposaban encima de la mesa de plástico que había junto a la barandilla. El balcón era pequeño, y la mesa ocupaba prácticamente un tercio de su extensión. Se puso las lentes frente a los ojos. Primero miró la carrera de galgos mucho más de cerca. “El siete”, pensó. Sin embargo, el que traspasó la meta en primer lugar llevaba el cartel número seis. “Esto me aburre. Prefiero enamorarme desde las alturas.” Fijó la visión en el semáforo. Allí había algunas personas esperando. La mayoría eran mujeres de mediana edad, con sus carros y cestas, dispuestas a comprar comida en el supermercado, que quedaba justo a la derecha de su casa. Las cincuentonas llevaban blusas estampadas y faldas negras hasta las rodillas. Tenían todas el pelo corto e inflado por la permanente. Viéndolas, sintió rebosante su juventud y se quitó la coleta que le aprisionaba el pelo formando un pequeño moño. “El cabello largo para los indios americanos simbolizaba la fortaleza del espíritu.” El color verde sucedió al ámbar. La afluencia de coches se detuvo. Los tacones pisaron fuerte el puente de rayas blancas. La gente se apresuraba para llegar a la otra orilla: sólo tenían un minuto de plazo. Faltaba poco, las últimas personas pasaban casi corriendo. De la esquina, de súbito, emergió la figura de un hombre que corría. El semáforo ya estaba en ámbar. ¿Llegaría? Mas el tipo aceleró y batió con gran virilidad las piernas de manera que efectivamente llegó antes que el rojo. “Dios, qué vigor. Seguro que éste debe ser un as en la cama.” Lo persiguió con los prismáticos. Se había metido en una librería que había justo al lado de su puerta principal. “¿Y si…?” Se giró y saltó hacia la parte interior del piso. Abrió la puerta corredera de cristal, la cual hizo un particular chirrido. Fue a su dormitorio y se tiró al suelo para buscar las sandalias que indolentemente se escondían debajo de la cama. Dio dos patadas al aire y volaron las zapatillas, que casi hacen volcar a la lamparilla de noche. “Rápido”. Se puso velozmente el calzado, atravesó el pasillo, cogió las llaves, se precipitó hacia la puerta y dio portazo. El ascensor no estaba en el duodécimo piso. “Iré más rápida si bajo por las escaleras”. Bajó como una posesa; se reía a carcajadas de su precipitación.

- ¡Aquí va la loca del ático, la solterona suicida del ático!- exclamó. Naturalmente nadie la oyó. La mayoría estaban en el trabajo, y los ancianos del bloque se habían ido a cuidar a sus nietos o a comprar papillas y medicamentos.

“Va, va, va, va…” Atravesó el umbral, sí, pies fuera, ya en la calle. Entró rápidamente en la librería. El dependiente estaba en el mostrador.

- Hola Luis. Qué tal.
- Buenas, Dévora.

El hombre que había cruzado tan fogosamente el semáforo estaba de pie, con la cabeza algo inclinada. Tenía un libro abierto entre las manos. Dévora miró el volumen, y se le antojó que parecían los muslos blancos y expeditos de una mujer. El joven estaba en la sección de “Clásicos de bolsillo”. Buena señal. Habría pasado por completo de las “novedades” que estaban amontonadas encima de una mesa alargada, esos libros caros y malos que salían por televisión. “Veamos qué está leyendo…” Se acercó un poco, fingiendo que le interesaba un volumen del Ariosto. Parecía irónico que semejante ladrillo fuese considerado como “libro de bolsillo”, si apenas cabría en un modesto bolso.

- Veamos…

Él ni siquiera se giró. Parecía absorto en la lectura. Tenía el pelo negro y brillante como el azabache. Se le formaban ondas en la nuca. Ahora que se fijaba, no parecía corriente. Llevaba pantalones de pinzas y una camisa blanca abierta. Iba bien vestido, demasiado para salir a la calle. Él se giró con el libro en la mano y se dirigió al dependiente.

- ¿Tiene usted algún libro de Herman Hesse, aparte del Lobo estepario, Demián y Shidharta?

Luis hizo ademán de estar buscando en el ordenador. Después se levantó de su silla giratoria y se precipitó hacia el tercer estante de la misma sección de “Clásicos de bolsillo”. Seleccionó un libro con la mano izquierda y, ofreciéndoselo hábilmente al cliente, dijo:

- Quizá le interese El juego de abalorios.


- Bien, pues entonces me llevo ése y éste, el de Narciso y Goldmundo.

Ambos se dirigieron hacia la caja registradora. El joven se puso a pagar. Dévora estaba casi paralizada. De una manera atropellada y casi ridícula, exclamó:

- Oh, Dios mío, parece increíble que usted lea a Hesse en estos tiempos.

El aludido se volvió con la bolsa colgada del brazo. Inclinó fríamente la cabeza y dijo:

- No sé qué es lo que quiere decir.

Dévora ante esta respuesta tajante abrió los ojos, casi avergonzada por su poco meditada intervención. Sin embargo, el hombre pareció percatarse de que la había perturbado un poco con semejante respuesta. Puesto que era educado, añadió:

- Pero intuyo a lo que se refiere. En este país nadie lee, y menos clásicos. Las revistas deportivas y del corazón están a la orden del día.

Estaba a punto de salir, cuando ella prorrumpió de nuevo. Se tocó los cabellos, algo desconcertada, y con los brazos en alto, se mordió el labio inferior con los colmillos y entornó los ojos.

- Perdone, creo que no me he expresado bien. Cuando leí El lobo estepario pensé que al fin había encontrado un libro afín a mis meollos internos. O sea, quise decir que es admirable y casi consolador ver que alguien aproximadamente de mi edad se interese por libros que sólo leen los tipos raros. De todos modos, es difícil ser explícito con un desconocido. Lo siento.

Él se detuvo en la puerta, y la escuchó interesado. Al ver que sus palabras esta vez habían sido bien acogidas, Dévora se acercó a él y cruzó a su lado la puerta. “Ya me da igual todo. Puedo decirle todo lo que me venga en gana. Al no tirarme por el balcón he ganado unos segundos; esta vida que respiro me ha sido completamente regalada.” El joven la estaba mirando de hito en hito. Se habría sorprendido. “Nadie en esta ciudad dirige su cochina palabra a nadie.”

- Lo siento si le he molestado.
- No, en absoluto. – Miró hacia arriba. El cielo estaba completamente despejado. - ¿Así que usted ha leído El lobo estepario?
- Sí, y con mucho gusto entré en el teatro mágico. Supongo que es inevitable…En mis paseos diarios, en los trayectos asiduos de mi casa a la editorial, miro con atención los muros para ver si me asaltan aquellas letras bailarinas…
Teatro mágico.
Entrada no para cualquiera.
No para cualquiera.
¡Só…lo…pa…ra…lo…cos!


La expresión del intrépido cruzador de semáforos había dejado atrás la frialdad. Su rostro ya no tenía esa mirada punzante y severa; sus rasgos se habían suavizado, tornándose incluso agradables. No respondió inmediatamente. Ambos se quedaron mirando. Estaban de pie, parados, justo enfrente de la librería. Todo a su alrededor se movía. Los coches surcaban el aire como relámpagos de colores.

- ¿Tiene prisa? – dijo él.

Dévora se sonrojó.

- No, claro que no. - “ Ahora dispongo de toda una eternidad regalada. No se asuste, por favor, pero hace unos minutos estaba a punto de suicidarme por problemas existenciales.”- Vivo en el ático de este bloque. – señaló hacia arriba.- ¿Ve donde cuelgan esas hiedras selváticas? Ése es mi balcón…Como puede ver, estamos justo enfrente de mi casa…

“Y qué me está diciendo ésta, pensará. Me he precipitado demasiado. Pero…en fin: después de haberle dicho esto, o se marcha inmediatamente o…” Observó algo que detuvo el curso de sus pensamientos. Él había fruncido el ceño. La estaba escrutando. Ella le clavó las pupilas como dos alfileres negros.

- ¿Sabe? En este momento no distingo si esta conversación es real o si está siendo soñada.

El hombre hizo un gesto ambiguo: un leve sacudimiento de cabeza, una pincelada de extrañeza y atracción simultáneas. No decía nada, pero tampoco se iba. Agarraba los libros con mucha fuerza. Finalmente, mientras intentaba mantener el aplomo, preguntó:

- Espere…¿Cómo se llama?

“¿Puede ser? ¡Ja! Soy completamente irresistible…Los muertos vivientes son irrefutables…¡Espera! ¡Lo ha hecho a propósito!” Dévora sonrió pícaramente. Estiró el cuello e inconscientemente abombó sus labios carnosos. Y entonces en su memoria retumbaron las viejas canciones de Nick Cave, baladas de los ochenta mecidas sobre el torso de aquellos novios que había tenido a los trece o catorce. (¡ Oh, qué tiempos aquellos! Una noche estaba bailando en la discoteca de su pueblo, cuando David la cogió de la cintura y la llevó fuera, lejos del tumulto, a ese lugar donde los coches están aparcados y los enamorados, recostados en ellos, conversan o se besan desenfrenadamente. El muchacho la miró inflamado de deseo, y se acercó a ella sólo un poquito. Le susurró “Te quiero y quiero besarte”. Pero Dévora no se movía, sólo le miraba. “Nunca he besado a nadie”, había pensado; “estoy poco entrenada y ahora no puedo darte el beso que te mereces”. David se turbó, no se atrevía a tocarla. Al poco, tuvieron que regresar a casa, y no sucedió nada. Jamás llegaron a sellar su amor con los labios… )

- Usted puede llamarme como desee. Es más, adivínelo.
- Ya me parecía a mí. Quisiera llamarla Armanda.

No se iban. Tras un largo rato en silencio, él parecía disponerse a dar el primer paso.

- Bien…- dijo- Me alegro de que usted lea libros tan buenos…

“Va, deténlo, quiere que lo detengas”. El hombre se alejaba a paso lento. ¡Se notaba! Se daba un simple paseo. “Vamos, ¡por favor! Has bajado las escaleras como un rayo, todo te ha salido bien…Y que ahora impidas que se te cumpla el deseo…¡No querías enamorarte! ¡Mira qué candidato! Dios, pero el morbo puramente físico del principio se ha convertido en…¡Lo quieres! Corre, díselo…De lo contrario, acabarás de suicidarte, esta vez con mayor razón. Quizá no lo vuelvas a ver nunca…¡No…! Qué dolor…” Armanda empezó a correr. Él estaba parado, a unos cien metros, esperando a que cambiara el color del semáforo. La vio jadeando, corriendo con los brazos en cruz…Se le aproximaba…

- ¡Espere! ¡Espere!

Él, naturalmente, la esperó, ni que fuese por una cuestión de cortesía. Se la quedó mirando, atónito. Ella se paró a unos dos metros todavía, cansada por la fatiga, y mientras respiraba profundamente, dijo, casi ahogada por el esfuerzo.

- Usted antes…antes… me preguntó si tenía prisa. ¿Por qué? ¿Quería sugerirme algo?

Su voz era sensual como la de una mujer extasiada mientras hace el amor. Él sonrió, divertido. Soltó una carcajada.

- Armanda, estás completamente loca.

Ella asintió gravemente, sin dejar de inspirar y expirar por el agotamiento.

- ¿Quiere subir a mi casa? Le puedo enseñar mi biblioteca…

Él inclinó ligeramente la cabeza, para hacer más aguda la mirada, la cual encontraba el marco perfecto entre los arcos supraciliares. Las greñas le caían sobre la frente.

- No estaría mal…

Se metió las manos en los bolsillos y, sin erguirse del todo, se dirigió hacia su lado. Ambos se pusieron a caminar en la misma dirección. Se miraban de reojo, en tanto que conversaban acerca de escritores alemanes, de las predicciones meteorológicas y del apego mutuo hacia los cactus y las algas del mar.

- ¿En qué trabajas? – preguntó él.
- Ah…Verá…Yo soy novelista. Pero últimamente la tinta se me está secando junto a las venas del cerebro. Lo único que me sale son poemas que recito cuando me reúno con algunos contertulianos.
- ¡De veras! Es algo muy interesante…Pero, ¿realmente se puede vivir de eso?
- En fin, no sólo escribo. También corrijo faltas de ortografía. ¿Se lo puede creer? Hasta el ministro de cultura no sabe distinguir una “j” de una “g”.
- Tampoco lo culpo, la verdad es que si fuera por mí, todo lo que sonara como “jirafa” lo escribía con “j”… Pero, dime, ¿y entonces, trabajas en tu propia casa?
- Ahora sí. Yo misma me pongo los horarios… Esto me recuerda a mi vida de estudiante. Por aquel entonces también me planificaba el día para no dispersarme demasiado.
- ¿Y qué tenías planificado para este preciso instante?




Ella pensó: “Enamorarme”. Pero no lo dijo. Ambos se callaron. Llegaron hasta la puerta principal. Armanda metió la llave en la cerradura. “Excitante sugestión”. La metió muy lentamente, y luego tardó en sacarla. La puerta se abrió de inmediato. De hecho, se podría elaborar toda una teoría sobre este fenómeno: hombre y mujer se conocen: llave y cerradura. Acto seguido, se abre una puerta, la cual conduce hasta el piso de la mujer. En fin, más o menos.
Una vez dentro del portal, él pulsó el botón iluminado. Los dos se metieron en el ascensor. Armanda se miraba en el espejo, para asegurarse de la visión que él tenía de ella. Tenía los cabellos algo enredados, pero este detalle le daba un toque salvaje. Se fijaba: era bonita, muy esbelta. Si no tenía novio, ni marido, ni amantes, era porque prácticamente nunca salía de su casa, y los pocos hombres que había conocido la aburrían hasta la saciedad. Ni siquiera habría estado con ellos a cambio de sexo: si eran tan torpes en la vida debían ser más brutos que toros bravos en la cama. Y Armanda no quería que simplemente la embistieran. Para ella el sexo era algo refinado, artístico. Una obra de arte donde intervienen todos los sentidos.



La cabina se detuvo. ¿A dónde habrían llegado? ¿A la Luna? Cuando era niña pensaba que estaba dentro de un ovni que la conduciría a otros planetas. Él abrió la puerta.

- ¿Es ésta, tu casa?
- Sí…¿Le gusta la alfombra?

El joven miró la alfombra. Ponía “Sólo para locos”. Estaba decorada con una figura insólita. La silueta de una mujer con cabeza de rosa estaba cabalgando encima de una pluma de ave.

- Ahora soy yo el que se pregunta si está soñando.

Ella volvió a meter la llave en la cerradura. “Excitante alusión”. Con la pierna empujó la puerta abierta.

- Ya está.

A la derecha del recibidor estaba la cocina, y frente a ésta un cuadro enorme figurativo, un retrato de mujer. Los rasgos se insinuaban tras gamas de verdes oscuros, al más puro estilo fauvista. En cierto modo, podría considerarse una mala imitación de La raya verde de Henri Matisse. Al final del recibidor, justo en línea recta, estaba el comedor. Sus paredes quedaban forradas con estanterías y libros de diversos tamaños y edades. Por lo demás, el mobiliario se limitaba a un sofá alargado, situado justo delante del balcón, por cuya puerta corredera y de cristal entraba una iluminación excelente para la lectura. En frente del sofá, una pequeña mesita llena de revistas científicas estaba coronada por un pequeño televisor. Más cerca de la entrada, había una mesa rectangular de madera con seis sillas alrededor, con toda seguridad destinada a las comidas.

- Ahora debe pensar que soy una persona muy huraña.

Él negó moviendo la cabeza de izquierda a derecha, con las cejas levantadas y una amplia sonrisa.

- En absoluto. Aunque sí se me ocurre que tu contacto con la vida real debe ser bastante restringido. – Y puso una dubitativa entonación cuando pronunció las palabras “vida real”. - De hecho, algo me induce a pensar que usted ahora mismo me contempla como si fuera un personaje ficticio.

Ella esbozó una media sonrisa..

- ¡Por Dios! No soy yo la que le ha bautizado con el nombre de Armanda. En realidad, hasta que me crucé con usted me llamaba…
- …no me lo diga, por favor…
- Está bien. Pero entonces yo le tendré que llamar Ernesto.
- De acuerdo…espero que Wilde no tenga nada que ver con tu elección…

Él hizo ademán de querer sentarse.

- Sí, por favor, siéntese; siento no habérselo indicado antes…
- Muy bien, Armanda, y ahora tú haz el favor de tutearme. ¿Cuántos años tienes? ¡No creo ser más viejo que tú!
- Lo siento…Pero usted tiene tanta presencia con ese traje…que, en fin, que si llevase pantalones vaqueros como el resto de mortales no habría dudado en tutearle, pero mientras lleve puestos esos pantalones de pinzas…

“Por qué le he tenido que decir…” Pero Ernesto estaba tranquilo. Se empezó a quitar los zapatos. Se desabrochó los pantalones con serenidad. Luego se bajó la bragueta. Se levantó para bajarse los pantalones y se los quitó con maestría. Se había quedado sólo con los calzoncillos blancos y la camisa. Se los entregó y después se volvió a sentar en el sofá.

- Ahora que me he quitado los pantalones de pinzas, ¿podrías tutearme?

Armanda se sentó de golpe en una silla, mientras no dejaba de mirarlo. Ernesto se dio cuenta de su turbación. Cerró los ojos, seguro de sí mismo. Ella se abalanzó sobre él, salvando el metro que apenas les mediaba, no sin cierta torpeza y desconcierto.
Ernesto la abrazó con fuerza contra su pecho duro. Se puso de pie, y ella se arrodilló para lamerle las piernas, y besárselas y pellizcárselas con pequeños mordiscos como cangrejos de mar agarrados a las rocas con sus pinzas. Las estrechó de nuevo contra ella, y Ernesto notó el tacto blando de sus pechos incrustados en sus muslos, justo rozando el sexo. “Te quiero”- susurró ella, casi jadeando; él seguía con los ojos cerrados y los labios entreabiertos; “cómo puedes decir que me quieres, si apenas sabes nada de mí”, respondió él, mientras le libraba de su vestido blanco de lino y Armanda quedaba en braguitas y sujetador, casi con un rubor rosado y tímido en el pecho. “Pues te amo porque eres el único mortal en cien metros a la redonda que ha leído a Hesse”, y entonces se puso de cuclillas y empezó a subir lentamente, a recorrer con la lengua las rodillas, y las costuras de los calzoncillos, y el remolino velludo del ombligo; con el índice y el pulgar le apretó suavemente los pezones, y después la lengua viajera hizo una excursión anatómica por el pecho, el cuello fuerte y robusto como un roble, los lóbulos de la oreja, en una recreación circular y casi rítmica; sin querer Armanda movía las caderas, y los zapatos se iban desprendiendo del tobillo, porque los dedos se retorcían de un placer supremo mezclado con dicha. Lo besó en la mejilla como una niña mala, y después él mismo la agarró por las sienes y, mientras le acariciaba el pelo y el terciopelo blanco de bajo la barbilla, incrustó sus labios en los suyos, absorbiéndola, y de súbito, un túnel recorrido a toda velocidad con un punto de luz al final. Cuando cesó el beso, ella quedó arropada por esos brazos, serena y excitada al mismo tiempo. Se miraron profundamente a los ojos.

- ¿Quién eres? – preguntó ella, de súbito.
- Soy tu último deseo. – respondió él.

Y entonces se sorprendió de nuevo sentada en la barandilla. Quiso estirar los brazos para estrecharlo, pero sólo quedaba un puñal de aire bajo sus pies.

Suela y suelo


[Cuadro de Magritte]

La suela de mi zapato quiso abrazarse a su querido,
sí, a su querido; y por eso me tiró del aire con un hilo
de pescador. El anzuelo me arrastraba y arrastraba,
desde el cielo hasta la superficie más superficial
de la tierra; y entonces yo sentía las súbitas palabras
de la suela, que gritaba:

- ¡Oh, suelo, quiero abrazarte y estirarme
sobre tus vastos miembros!

El suelo lloraba ante la declaración de amor
y se creaban charcos y océanos sobre su lomo;
también mi suela plañía, y su llanto
descendía en forma de lluvia.

- Oh, suela –respondía el suelo–, pero ahora tendrás que nadar,
porque nuestras lágrimas me han inundado.

Yo escuchaba gemir a mi suela,
y por eso no me atrevía a decirle que lo que yo en verdad
deseaba era seguir volando, y que ya se conformaría
con el beso tenue de los vientos y el cosquilleo de las colas
de los cometas que saltan como ardillas enérgicas;
mi suela parecía impaciente y arrugaba el hocico con pena
mientras seguíamos cayendo, sin consuelo alguno,
entre los huecos de los agujeros negros,
y con el adiós desconsolado de las galaxias y los polvos de estrellas.

Por un momento deseé deshacer el nudo que nos unía, y liberar
a los cordones de su asfixia constante, pero un ligero sentimiento
de nostalgia y egoísmo me lo impedía; de modo que yo seguía
descendiendo junto a la suela de mi zapato.
De este modo, sacrifiqué mis vuelos por la pasión de mi suela.

Cuando llegamos a la Tierra, tres cuartas partes del suelo
estaban cubiertas de lágrimas. Caímos sobre un mar, y mis piernas
batían con cansancio para salvarme la vida. Mi suela miraba al suelo
a través de las decenas de metros de llanto que los separaban.

- Bébete todo el agua, - me pidió - de este modo, pronto
podremos reencontrarnos el suelo y yo.

El mandato me entristeció. Respondí.

- Yo no puedo beberme todo el agua, ¡oh suela!, de lo contrario
moriría, porque mi cuerpo es pequeño frente a la inmensidad
del agua. Por eso prefiero nadar hasta encontrar una orilla.

- Pero no puedo esperar. - contestó la suela.

De modo que a medida que mis brazos aleteaban y las manos cavaban
en el líquido, mis labios libaban la sal y sorbían con lentitud el agua.
Estuve así durante cinco años, pero no bastó. A veces la suela dormía y se estremecía
en sueños, tal vez adelantándose a su futuro reencuentro con el suelo.
Una noche tuvo una pesadilla, y se despertó sobresaltada:

- ¿Qué te ocurre? – le pregunté.
- Oh, ¡qué desastre! He soñado que llorabas mientras te tragabas
nuestras lágrimas, y entonces he comprendido por qué no se rebaja
el nivel del mar. ¡No llores más, por favor! ¡No llores más!

Y cuando ella pronunció estas palabras mis ojos se aguaron más
todavía, y la suela al verme llorar más, lloró también, desesperada.

- Entonces, si no puedes beberte el agua.- dijo, con tono cruel-
deberás bucear hasta el fondo.

- Pero no creo que me alcance la respiración- repliqué.
- No me pongas más reparos. – concluyó ella, y después se volvió a dormir,
para besarse con el suelo en algún rincón de su fantasía.

lunes, 25 de junio de 2007

Tengo un polizón


Si alguien me pide desde la distancia una fotico de mi barriga, a casi siete meses de embarazo, no puedo negarme.

A todos los que estáis lejos (sea en distancia o en tiempo) un saludo de la Maga Despistada y del bebo (incipiente patadita). Os quiero y os echo de menos.

domingo, 24 de junio de 2007

La mujer árbol





Iubeam está estirada sobre el suelo de una selva que los hombres llaman Fihía Utu. Mira las copas de los árboles. Siente el contacto de la tierra en la nuca. Iubeam no se perfuma el cabello. Huele como un felino.
Ha aparecido un hombre. El extranjero estaba leyendo, sentado sobre una roca de pizarra. La ha visto y se ha acercado. La mira con asombro.
***
- Cuando pierda la conciencia más allá de la muerte, y la recupere después de un inmediato estado de vacío, y vuelva a sentirme rara; ya sea un puente, o una piedra del magma de la tierra, o un homúnculo con los pies al lado del sexo…

desabrochó desesperadamente la gabardina negra, los botones azabache saltaban como ojos o cucarachas, le pisaba los pies sin darse cuenta, la empotró contra un altar de piedra entre hojas y flores; “levanta los brazos”, exigía, las mangas de la camisa negra volaban disparadas como alas de murciélago; los cabellos se teñían de efluvios, “bésame, bésame” susurraba; bajaba apresurado la cremallera apegada al costado izquierdo de la cadera,

- …cuando sueñe que veo unas manos negras, diferentes a las mías, como a contraluz, y que se mueven en una niebla que es el fondo negro del otro lado del espejo; y me repita como en un recuerdo vestido de eco…

un torbellino de prendas, los zapatos se escurren entre el barro. “Te deseo”, repetía, mientras dejaba que su olor le inundase como un narcótico, y nadaba en la atmósfera del aliento de ella , y flotaban las capas de ropa, cada vez de materia más sutil, siete planos totales hasta el cielo; se generaba el éter alrededor; quedó aislada en sus brazos, aún con unos sostenes que impedían que el corazón saliese del cuerpo y empezase a correr desnudo

- …me repita que yo estuve aquí antes, y que me enamoré de un hombre, y que me juré no olvidar que hacíamos el amor cuando íbamos al bosque, y que yo me agarraba a las ramas de los árboles, para que la muerte no me arrebatase…

y que yo me agarraba a la luz de los astros, para que la muerte no me arrebatase, y que yo me agarraba muy fuerte en los abrazos, para que la muerte no me arrebatase, y que con los labios, con los dientes, con los muslos, te atraía hacia mí, hacia mi piel negra y ardiente, para que la muerte no me arrebatase, y que se sepultó todo, todo tras la manta del tiempo, tras los ladrones de vidas y enamoramientos. Cuando vuelva a montarme en el péndulo y viaje hacia los otros polos, condenada a la cadena de las ruedas y las espirales; y cuando volvamos a vernos, después de tantas lunas, quizá no sepamos quienes somos, pero nos enamoraremos de nuevo, porque por las noches un sueño me revelará que yo antes era negra, y que tú me acariciabas los senos…¡No, la muerte no puede ser más fuerte que todo esto! ¡Yo sé que he tenido más de dos manos, y que todos los pulgares estaban orientados hacia la misma dirección!

***



- ¿Qué dices, Desitus?

El viejo y esquizofrénico Desitus aseguraba haber sido bautizado con un participio latino, a pesar de que su lengua materna era el mandinga. En una ocasión me había explicado que procedía de un poblado perdido entre dos desiertos africanos que no figuran en los mapas. La gente no se le acercaba por estrafalario, pero a mí me encantaban sus historias de inmigrante chalado. Tenía ese aire mágico y misterioso de los cuentos de las Mil y una noches. Aseguraba que había aprendido a hablar el español en una sola vigilia en la que, con ayuda de Zulú, había logrado detener el tiempo con el fin de conseguir el conocimiento absoluto. Solía decir que durante el sueño disponemos de una eternidad para nosotros; y sin embargo, aseguraba que todos tenemos una extraña tendencia al empequeñecimiento: somos dioses en nuestros reinos internos pero queremos volvernos mortales, acuciados por el aburrimiento; y de este modo sembramos finitud en nuestros poros y ordenamos a las células que envejezcan. También decía que su poblado tenía la extraña costumbre de buscar nombres propios latinos, los cuales eran revelados en templos oníricos a los que sólo podían acceder los iniciados de la tribu.

- ¿Qué dices, Desitus? – insistí.
Desitus había murmurado algo que yo no había entendido. Me miró a través de los surcos de sus arrugas centenarias, como si tuviese miles de ojos bajo la corteza oscura de su piel.

- Iubeo Iussi Iussum era una mujer desnuda que había desinventado los zapatos y obligaba a todos los habitantes de mi poblado a tener orificios en la ropa para mostrar sus genitales. Yo la obedecía por una cuestión de pura hipnosis.

Pensé que era otro de sus disparates.

- Al nacer, sus padres le pusieron nombre de verbo porque sabían que su sino era ser mujer de acción. Recuerdo que siempre la llamábamos Iubeam, en futuro, primera persona y voz activa, porque sabíamos que pasaría a la posteridad; saboreábamos su nombre de mandato como si fuese una plegaria divina, llamarla era conjugar su carne y ceñirla con un lexema esencial sometido a una cola de cometa variable. Era hermosa como una diosa viviente.

Continué observando al viejo con incredulidad e interés al mismo tiempo. Sus manos secas tallaban la madera con una precisión automática. La navaja con empuñadura de serpiente trabajaba sin pausa, iba mordiendo y escupiendo las astillas. La hoja afilada esculpía en el lenguaje ancestral de las formas geométricas.

- Iubeam creció bella como un sol hasta los dieciséis años. Algunos creíamos que en verdad era una mujer árbol, porque diariamente enterraba ligeramente sus pies con la tierra fértil de la selva. Cerraba los ojos y alzaba los brazos como si fuesen ramas. Así permanecía desde el amanecer hasta el mediodía, inundándose de rayos de luz y recibiendo las descargas magnéticas de la madre tierra. Yo la espié más de una vez, embriagado por sus curvas naturales.
“Sólo cuando era luna llena paseaba hacia el poblado y escogía a uno entre todos los muchachos cuya edad estaba comprendida entre los dieciséis y los veinticinco años. Lo enamoraba a través de un ritual de festejo, y el agraciado, normalmente, aunque estuviese casado o prometido con otra mujer, difícilmente se resistía a sus encantos. Porque Iubeam tenía las caderas anchas como el delta de un río y los pechos firmes y sabrosos como frutas tropicales. Además, todos sabíamos que la selva se había quedado prendada de sus encantos, y que por ello Iubeam dormía en nidos parecidos a los que se construyen los macacos en las copas de los árboles.
“Los espíritus intermedios le conferían poderes; ella, por su parte, consagraba su vida a un amor que destinaba a la selva en forma de ofrenda. Por eso, hacia el atardecer, hechizaba a un joven previamente seleccionado en función de la posición de la luna, tras bailar sólo para él en una danza exquisita que le habían enseñado los guardianes de los cuatro vientos. Y tras cautivarlo hasta el éxtasis y comprobar que su miembro había permanecido erecto durante más de una hora, le besaba con miel en los labios y le tomaba de la mano con una inmensa delicadeza. Entonces, bailaba una danza rítmica que imitaba a las ráfagas de viento, y conducía al muchacho hacia las profundidades de la selva. Ya había anochecido, y la luna iluminaba con sus gasas blancas. Iubeam, imbuida por un trance provocado por ella misma, hacía el amor con un ardor desmesurado y convertía sus gemidos en cantos extraños. De este modo, hacía ofrenda de una inmensa radiación sexual que beneficiaba a todos los seres de la selva. La explosión energética favorecía el crecimiento de los árboles y limpiaba los conductos de savia obstruida. Los animales sentían un fluir magnético en las venas, y se recuperaban rápidamente de sus enfermedades, si las tenían.
“ Sin embargo, una noche ocurrió algo. Iubeam conoció a un extranjero del que se enamoró. Sin que la selva lo previniera, ambos se sedujeron mutuamente e hicieron el amor, mas desearon esconder en sus corazones la radiación sexual. Los espíritus intermedios, bajo las órdenes de los arcanos mayores de la naturaleza, castigaron brutalmente a Iubeam, y la condenaron a dar a luz a un hijo muerto durante cada día de su vida. A partir de entonces pasó a llamarse Iubebam, en la forma del imperfecto. Perdió sus poderes y dejó de vivir en la selva. No obstante, creo que no duró mucho tiempo. Poco después de un año solar, murió, desgarrada por el dolor de los partos diarios y la frecuente pérdida de sangre. El extranjero se suicidó el mismo día de la muerte de su amada.

Hubo un silencio, tajante y desgarrador. Yo esperaba que continuase; sin embargo, el viejo se había sumido en una profunda concentración. Le miré intensamente, con el objetivo de atraer de este modo su atención; estuve varios minutos sin moverme, haciendo de mi presencia un instrumento interrogador. Él, sin embargo, continuaba tallando con serenidad. Su cuchillo horadaba la madera justo en el centro, y formaba cenefas extrañas y símbolos desconocidas para nuestra civilización…Cuando ya me estaba dando por vencido, levantó ligeramente la cabeza e interrumpió su labor. Dejó la caja y el machete sobre un pequeño taburete que tenía a su izquierda, y entonces me miró, por fin:

- Deberías saber que el primer beso de la Historia se dio con los ojos, y el segundo con los labios. Ambos fueron otorgados por Iubeam al extranjero. Cuando lo miró por primera vez, la mujer abandonó por completo sus vanidades y el poder que manaba inherentemente de ellas. Por primera vez quiso barrerse a sí misma, retirarse a un rincón desconocido para poder gozar de su amado sin el testimonio persistente de las divinidades…

Pobre de mí, me pareció que el anciano deliraba, de manera que osé intervenir:

- Yo sólo quiero saber si la historia acaba tras la muerte de ambos…

¡Y enrojeció su piel negra, como ascuas vivas! ¡Estaba enfurecido, lleno de ira! Menudas palabras, las mías: “historia”, “muerte”…

- ¡Cómo te atreves! La muerte no existe…Lo más aproximado a la muerte es el olvido… Iubeam, antes de conocer al que nos la arrebató, horadaba la noche con los senos y mareaba a las criaturas con las emanaciones de su sexo. Todos pensábamos que ella era uno de esos seres que nacen para inspirar. Los hombres que hacían el amor con ella ya no volvían a ser los mismos, pasaban horas orando en los templos, y suplicaban al tiempo para ser jóvenes otra vez, y daban fuerza al recuerdo para equipararlo a la vivacidad de la sensación…

El viejo Desitus ya no habló más. Continuó su labor, como si nada. Era la hora de comer y yo debía irme. Regresé otros miércoles, otros días de mercado, con los oídos prestos como recipientes para recoger palabras e historias. Pero el anciano no volvió a referirme nada de Iubeam. Diez años después, me pareció ver a una niña extraña en la alameda del pueblo. Tenía los pies enterrados y miraba directamente al sol con los brazos abiertos. No me acerqué a ella. Un grupo de niños la rodeaban haciendo un corro. Uno de ellos exclamó:


- ¡Hoy ella será mi amante hasta el anochecer!

jueves, 21 de junio de 2007

¿Dónde?


[Tim Burton, el Chico Ostra]


A ti, mi Aliado y consuelo de Locura



Un día intranquilo.

Me restriego los ojos durante mi estación horizontal.


Miro al techo un rato. “Hoy no puedo ser feliz”.

Salgo a la calle.

(Al nacer me fui al fondo del mar y me escondí dentro de una ostra. Pero he cometido un grave error: no sé en qué ostra me encuentro. Ayer estuve buceando durante varias horas y abrí una: estaba vacía. No me encuentro, ¡ni siquiera sé si tengo carne en las mejillas!)



No me escondo.

Sólo me tapo con las manos.

(La vida puede vincularse, simplemente, a hacer pompas de jabón: se sopla para que surja algo efímero y casi perverso, una esfera transparente que rápidamente se esfuma al tocar el suelo o la punta del dedo índice.)


Qué somos. Payasos o profetas.

(Dímelo tú.)

Por qué simulamos.

Nos dibujamos lágrimas (que sólo son manchas).

Cuál es el problema.

Por qué nuestro aliento es más amplio que una atmósfera.

Qué esperamos.

¡Por qué nos hincamos el cuchillo de la vida…! (Con tanto ardor…)


¡OH, EXAGERADOS; OH, HIPERBÓLICOS!

Siempre con ese timbre en la voz…
Siempre odiando lo anodino, el sonido del despertador,
la suavidad de una simple manta…¿por qué?
¿Por qué siempre invocamos a la espada?
¿Por qué buscamos la epicidad, después de haber cruzado el semáforo?

¡Oh, amigo! ¡De qué carne estamos hechos!

¿Tú crees que moriremos como todo el mundo?
¿Qué manera escogeremos? ¿Nos tiraremos por el balcón?
¿O tal vez se descoyuntará el columpio?

De todos modos, no cambiaría ni un segundo de este dolor…
No cambiaría ni un segundo por esa fatiga de tortugas urbanas.
Tú sabes que los violines suenan en nuestras cabezas. Continuamente.
Tú sabes que nos rendimos tan fácilmente ante…¡el simple caer de una hoja!
Y que, a la vez, somos tan sobrehumanamente fuertes
cuando caen sobre nuestras cabezas todas las tormentas.

Conocemos el don de lo improvisado.
Intuimos, asimismo, que…no sabemos nada ¡en absoluto!
Somos sólo ficción y esto nos da un poder increíble.
Nos movemos con la materia del sueño.
Asaltamos a la realidad con nuestro interrogante tatuado.


Ellos no lo saben:
Somos payasos y profetas de nuestro tiempo.
Tenemos la estrella en la frente.
Y, aunque no sea verdad, pugnamos por creerlo.

¡No nos caducamos como los yogures!
¡No nos digerimos!
No sabemos de qué estamos hechos,
tal vez de locura…
¡tal vez la locura es la única manera de ex –pli-car-nos!

Puedo coger un lápiz de ojos y dibujarme una lágrima
o… abrirme un surco en la muñeca.
Pero todo serán manchas. Amenazadoras de nada.

(¡Es cierto, no nos mojamos! ¡Es tan bella la especulación! ¡Es tan hermooosooo…!¡Es tan hermoso flotar y arrastrarte, cogido de una palabra, cogido de una palabra… casi estrangulándola, y entrar por el oído de todos los hombres, y remar en su cabeza, y libar en su corazón!)

miércoles, 20 de junio de 2007

Cárcel


Estoy condenada a la prisión de ser yo misma.
La libertad no existirá hasta que se evaporen los muros de mi mente.
Y la ciudad continuará gris hasta que brote en mí la primavera.

Cuanto más medito alcanzo la mejor verdad para mi vida:

Soy un ser sin sentido,
Perdido en un mundo sin sentido,
Que predica vacíos sin sentido.


Contemplo las gentes desde mi umbral llamado existo.
Agito mi pecho, sin querer respiro, finjo ser muda al confundirme con un grito.
Atravieso las calles, comparto miradas, y todavía dudo de la permeabilidad de mi cuerpo.

Y cuanto más medito alcanzo la mejor verdad para mi vida:
Vivir para seguir viviendo,
Comer para seguir comiendo,
Morir para seguir muerto.


Oh… ¡Si las palabras pudieran…! Alzaría el abismo y lo haría montaña, una cumbre sobre la que extender los brazos, con el oleaje del viento entre la espalda…
Si la tinta fuese un pozo de necesidad, en cuántos lugares hallaría consuelo, junto a cuántos hombres lloraría, viendo en mi tristeza compartida la razón de mi mayor alegría…

Pero todavía espero.
Y mi extrañeza se vuelve inmensa, tan vertiginosa como la extensión del negro al cerrar los ojos, como la mano que confiada saluda entre dos espejos y no alcanza a contar el sinnúmero de sus reflejos.

Soy la escoba que pretendió barrerse a sí misma, la voz que grita para pedir silencio, la enorme contradicción que se frena. Todos los sentimientos moran a la vez en mí,
mientras unos duermen otros despiertan, hasta que brota un tristealegre que nada en la felicidad de una lágrima.

Construí una escalera con versos para aproximarme al cielo.
Trepé líneas de vocablos con el sueño de ver a Dios, o quienquiera que sea ese Autor de mi Personaje. Mas Ahora, cuando frente a mí me hallo, un paño impide que la sombra se haga luz ante mis ojos.

Envidio a aquellos que encontraron su inspiración divina, el patrón de fe sobre el que regir sus acciones, el fecundo campo donde esparcir sus semillas. Al menos ellos son fieles a un anhelo. Yo… no sé lo quiero. Sólo me quejo de nada, vagando junto a un vago pensamiento.

Sin embargo, cuanto más medito alcanzo la mejor verdad para mi vida:

¡Bienvenidos al Gran Día de Hoy, fotocopia de otros tantos días, precedentes y remotos!

martes, 19 de junio de 2007

Adiós



Durante tu exilio, mi carne se ha hecho ceniza; la vida me ha barnizado con una mano de desidia. El hueco de una Atlántida desaparecida, enterrada por olas y liturgias necesarias, se ha abierto en mi centro, y la falla del dolor cruje junto a la humedad del bochorno. El velero debe cambiar el rumbo: el mundo sólo le impone babor, estribor, punto de partida y meta; pero el navío sin alas no puede flotar bajo los mandatos del capitán Nemo. Lo que sí cabe es un leve adiós absorbido por la saliva de las olas. Quizá entre peces y mensajes de botellas.



Escribir se ha convertido en un repugnante juego estético que agrada a los demás si pones los ojos en blanco y escribes palabras poco frecuentes que riman.


Quizás el negro sea la respuesta.

Imprevisto


Si pasase algo, si pasase …
Un tranvía, una nube, un pájaro. La mano que saluda y se queda junto a las costuras de la carne; un saludo que martillea el aire, bofetada en el adiós del hombre. (Un aliento a dos centímetros de mis labios.) Si pasase…

Los chubasqueros no pueden ser impermeables a tanto dolor.

Si pasase algo, si pasase …Un coche, un elefante con globos en el hocico. Algo, un tulipán, una rosa negra. Unas pupilas vivas que crean un mundo habitable alrededor de su esfera. Unos pies descalzos untados con saliva de mundo.

*

Quise el algo prohibido.
Quise el algo con astillas en los lazos.
Quise el barniz de las cobras.

Tracé un círculo en el suelo para preguntar a la luna
si ella alguna vez había sido el colchón de mis zapatos.

- Hasuta mainda.

Por su respuesta supe que no hablábamos el mismo idioma.
La tela de los chubasqueros es capaz de soportar lágrimas de lava hirviendo.

Desagüe

[ Viracocha]
Los pechos, los pechos, me dueles. Crezco, hablo, tintineo. Olisqueo rayos con el reverso de la camisa. Dame agua. Ofréceme el charco más grande del mundo. Cautivar especies perdidas, eso busco. Me arranco botones con un soliloquio en la memoria, mientras las plantas de los pies se untan de barro en una playa cualquiera. Dejaré que hoy el mar me muerda las uñas.

La luna espera uno de mis deseosos pleitos de chocolate.
Me niego a relamer el rayo de Viracocha.

Sesión imaginaria con Freud


Libera el seso de la razón unisexual, porque las almas ayunan hoy mosquitos y la mermelada asciende entre el metal de las flautas que hoy penetran a todas las vírgenes sensibles al arte. Si me lo permites, dormiré un rato para escuchar cómo suenan las erres de un español recién hablado, casi estrenado, sin plástico o perfectamente empaquetado dentro de un diccionario. Seré estufa de blandos sueños, y me encogeré cuando tus brazos vengan a preguntarme la hora. Oh, esta agonía sin ritmo, este desorden ordenando, este vaivén de melodías escuchadas y vanamente repetidas entre repisas y baldosas, e ingrávido adiós con nata, despedida dulce e incoherente del niño que llega a un parque y tira tierra al primer desgraciado vestido con smoking. Yo deseo ser fuego en las mazmorras oscuras del preso, y calor en el corazón del iceberg, o melena ventilada sobre la copa de un árbol. Pero nada de esto será, hasta que despierte y encuentre ante mí la intimidad absoluta.

Por ello, y en son de mi absoluta soledad, declaro la guerra a las costumbres gregarias. Así, atestiguando la lealtad a los falsos decretos, admito cómo me incliné ante el dios de la limitación del “no se puede”, pero hoy me alzo en son de rebeldía y giro la esquina con una idea clara de futuro y fresas de primavera.

Voy a luchar por mi individualidad.

Y en eso consiste y reside el secreto de mi torpe magia efectiva.

lunes, 18 de junio de 2007

Ese ángel disfrazado de humano


Tenía los cabellos tan finos que los hombres ciegos los habrían confundido con una corona dorada. Estábamos sentados en un banco de piedra, justo delante de la estación de tren.

- Supongo que si sólo me quedase un día de vida…

- Calla. Sólo responde cuando puedas decir la verdad. (Por la noche sueño que lloras, siempre lloras sobre la almohada rellena con tus fantasmas del pasado. Llamas con ardor a tus difuntos e ignoras que pronto vivirás su misma suerte.)

- “Caminaría desnuda durante el resto de mi vida;
pegaría los sellos de esas cartas que no llegaron,
y, si el tiempo no fuera tiempo, también guardaría
los recuerdos en una caja de madera.”

Se hizo un enorme silencio. Después, añadí:

- Pero no puedo morir si alguien me está soñando ahora.

Y las sábanas se le enganchaban en las alas porque yo no deseaba despertar.

domingo, 17 de junio de 2007

De quien quiso comerse el mundo


[Escribí este texto cuando tenía quince años. A veces me pregunto si a estas edades (tan menospreciadas por los adultos cabezacuadradas) una no tiene las cosas más claras que ahora, rozando el cuarto de siglo. Los palos y el escepticismo curten, aunque también oprimen el embrujo de la vida. A veces me asombra ver cómo los mayores nihilistas han sido antaño los mayores fanáticos.]





Hipotéticamente, si caminando despreocupadamente por una avenida, me dirigiera al primer hombre práctico con aire agradable y conversador que se me cruzara, y le preguntara con voz pausada:

- Discúlpeme caballero , ¿podría decirme cuales son sus máximas aspiraciones en el transcurso de su vida? Hábleme de sus sueños.

Con un margen de error que sólo entra en detalles, respondería:

- Naturalmente. En primer lugar, apostaría por buenos estudios y formación para el porvenir. Acabada la licenciatura - me cabe destacar mi ávido interés por las letras- , optaría por encontrar un buen trabajo, no muy duro y , por supuesto, recompensado con generoso salario. Meses después, tras sacarme el carnet de conducir, disponer de un piso notable (¡Dios quiera que sea una mansión con jardín y piscina!) y estar en un nivel económico alto, aspiraría a los grandes placeres de la vida: ampliación de mis estudios, viajes por todo el mundo en su inmensidad, satisfacción de pequeños caprichos... (sonríe con ojos golosos). En fin, y creo que, tras ello, una buena muchacha de buen lucir y caminar (precisamente guapa y atractiva, si es cuestión de soñar), se casaría conmigo en lustrosa ceremonia. ¡Ah! ¡Y sin olvidarnos de la afectuosa descendencia de la que estaré orgulloso por sus innumerables talentos!

- ¿Eso es todo?

- Veamos...Conocimiento, buena salud, trabajo bien pagado, mujer ideal, familia maravillosa... Sí, eso es todo. ¿Por qué lo pregunta? ¿Qué respondería usted si yo le preguntara?

- Supongo que es inevitable...Pero yo no puedo conformarme con eso. Quiero emborracharme con el aire, escribir una gran obra, conocer las antípodas del mundo, vivir enamorada hasta perder el sentido, y... no sé, escalar montañas altas y buscar tesoros escondidos, conocer el cielo y el infierno para conversar con el santo y con el criminal y ser ambos a la vez, y dejar que todos puedan llorar en mi hombro,
para luego, morir con dignidad.

- Entiendo.- respondería.- Usted es aquella niña que pretendía comerse el mundo. Ya veo que todas las habladurías enfocadas en torno suyo eran ciertas.

Juzgarme, clasificarme, etiquetarme y encerrarme en un cajón para pensar que ya no soy incontrolable imprevisto. Estoy hablando del temor hacia lo desconocido.

Unificar, controlar, dominar. Definir absolutamente todos rasgos de alguien con una palabra. Títere danzarín de fina madera. Mis brazos y piernas caminan macilentas, aguantando el peso de las etiquetas. Pies encadenados, cuanto más busco la luz mis raíces penetran con mayor fluidez bajo la tierra. ¡Quién tuviera un hacha para deshacer cadenas! ¡Ojalá hubiese una liberación menos condicionada que el suicidio! Porque yo aún recurro a abrazar la Muerte, pero ¿dónde quedan aquellos cadáveres que siendo fiambres no pueden regresar a la Vida? ¡Ellos tampoco son libres!



¡Diferentes pasiones, ramas, caminos hacia los que se aventuran los hombres! Cada mente es como un castillo medieval con variable estructura de habitaciones. Por más que cada recodo precisa una única llave para su obertura, mi llavero no sirve para abrir las puertas de las mansiones, palacios y chozas ajenos. Vengo a decir con esto que la verdad tiene muchos senderos, es casi individual y personalizada, y que mis indiscutibles certezas pueden parecer insulsas a aquellos que poseen las suyas propias. ¿Cómo iba a sobrevivir la gaviota tan sólo batiendo alas? ¿Cómo resultaría el planeo de un pequeño gorrión pardo?

Evitemos la caída. Quizá aún sea útil tener en cuenta todas las llaves que existen para abrir mundos propios y sensaciones internas. Aunque confío en que llegará el día en el que no será necesaria tanta diversidad. Los castillos que nos ocultan ya no tendrán muros ni puertas, seremos sólo aire que se entremezcla.

Imaginaría a una joven llorando sobre su propio nicho, desconsolada ante una tumba familiar; cementerio gris, ambiente tormentoso. Correría por un laberinto, a través de oscuros pasadizos, viscosos pasajes subterráneos sin luz solar. Y aún así me proclamaría vacía, incapaz de verter mi alma sobre un amargo recipiente. ¡Tan corto es el lenguaje! ¡Tan humanas son las imperfectas palabras!

Confío en algún momento crucial, tal vez ese día. Abriréis vuestro calabozo y daréis la mano a vuestra sombra. Será entonces, cuando un dolor punzante os quemará por dentro, obligándoos a proclamar la maldición de los profetas que predican ante las paredes de los manicomios. Si miráis hacia un lado encontraréis a una silueta negra que os persigue. Podréis taparos los ojos para camuflarla en la negrura entera que se aprecia bajo los apretados párpados. Y os hallaréis ante una sombra mayor: la sombra del infinito. ¿No es desconcertante? Desconcertante si estamos demasiado aferrados a nuestros propios huesos, extático si precisamente anhelamos disolvernos en el paisaje.

sábado, 16 de junio de 2007

Enumeración kaótica


[Símbolo del kaos]



Mientras tanto,
el sol se pregunta si querrá salir otra vez mañana,
(el carro de Apolo sueña que es un fósforo de Faetón)
las estrellas incas siguen siendo criadas de la luna,
el suicida juega al tres en raya sobre su propio pecho,
el suelo no quiere tragar tantas caídas,
ni engullirse el peso que ni siquiera nuestros pies aguantan,
(borracho de pasos, cuero y sangre)
las nubes se reúnen en aburridos consejos
para discutir bajo qué preceptos van a llover;
y una rata se ahoga inesperadamente en su cloaca predilecta.

Mientras tanto,
los amantes se juran estupideces bajo la luz de las farolas,
las palomas arrullan desde un tejado o el capó de un coche,
una cadena de wáter se atasca,
Pedro y su hijo montan una estantería de madera,
la señora Ramona hace un jersey de ganchillo para su sobrino,
el viejo del entresuelo tiene un infarto
y un gusano se arrastra sobre la hoja de un geranio.

Mientras tanto,
una gota de saliva ha caído sobre el vestido de un transeúnte,
un ojo velado supura una lágrima por el trabajo, o la salud, o la pareja,
Asunción tiene un aborto,
un caracol es aplastado por una suela despistada en la Conchinchina,
Gabriel pasa la página número 234 de La Divina Comedia,
una pija se tuerce un tobillo en el podio de una discoteca,
y Laura se compra su primer sujetador.

Todo es adiós, mientras tanto.
Abro un paraguas ligero como un envase al vacío,
visto de amarillo para provocar la hecatombe,
me entretengo con un bolígrafo antipático,
(garabateo recetas de cocina anímica)
me intoxico con conversaciones sobre el tiempo,
escribo cartas a mis amigos difuntos,
me ato correctamente las botas,
camino a lo perro, pero sobre dos patas,
y me muero un poco más, mientras tanto.

Poema del católico


[Porque escribir versos y usar metáforas es pecar en pensamiento.
A todos los católicos que se creen pecadores y sólo son poetas.

Fotografía de la Capilla sixtina]


¿Si digo que tus dientes son como perlas
habré de confesarme por mentiroso?

Padre: he pecado.
Osé comparar mi alma a un espejo.

Padre: soy horrible.
Juré que los árboles son las escobas del cielo.




viernes, 15 de junio de 2007

La semilla

Planté un interrogante en una maceta de mi casa. Creció un árbol. Todavía no se ha elevado del todo. Le falta comerse alguna estrella.

Vita est militia




[4 de junio de 1989, durante el movimiento estudiantil en Beijing, un joven desconocido bloquea él solo una columna de tanques]


¿No es una milicia lo que hace el hombre
sobre la tierra? (Job 7,1)


Escribir con el universo en contra es tener hambre recién comido. De ningún otro modo se estira tanto el lenguaje, porque sus brazos adquieren la cualidad elástica de una media de licra sin agujeros, y los vocablos eréctiles están preparados para desvirgar o para descomponer, lancear u horadar toda superficie lisa porosa o de terruño (cualquiera, la que se preste). Los guantes de boxeo de Roberto Arlt o los colmillos simpáticos de Vlad se ensayan como armas sangrientas. Interpreto la forma de las cicatrices y adivino en ellas la misma clarividencia que en los posos del café. Enséñame esas marcas de la guerra. Enséñamelas y adivinaré en ellas tu futuro.


Escribo para el Mozart que no tuvo jamás piano, para el Picasso que fue obligado a trabajar en la charcutería de sus viejos, para el Dostoievski que malgastó su talento produciendo perfumes en una fábrica en cadena. Por todos vosotros, huérfanos sin suerte, voy a tirarme por la ventana.

Vivir es una trampa imaginaria. Nada desaparece en verdad cuando se tira de la cadena del váter. La muerte o la mierda (que tal vez compartan el mismo étimo, como caricia y carencia), se esfuerzan para que todos tengamos espacio en su comedero infinito. Por eso hay que desinfectar los ojos, bulímicos de contemplar anuncios publicitarios, y sumergirlos en todos los lagos de Escocia (con o sin Nessie).

jueves, 14 de junio de 2007

Cíclope

Qué tal recordar al revés, como lo haría un cíclope. Tener conciencia de autor sin haber escrito un libro bueno. Revisar el futuro en la memoria. Ver en sueños residuos de esperanzas materializadas en alguna línea trazada con tinta invisible. Rejuvenecer desde el día de la muerte. Esconderse en el vientre de la madre cuando se está gestando una vida y llenar los vasos de agua con los labios.

Tengo un pequeño árbol escondido entre la carne, tan astuto que la gente lo confunde con una columna vertebral. Su copa se despliega en la cabeza, y airea con delicadeza. De su música surgen pensamientos.

Dejaré que ese libro no escrito se engendre entre mitosis. Debo parirlo con huesos. Tendrá que respirar cuando lo lean, y si es posible, palpitará un músculo cardíaco entre el escaso grosor de cada página.



Ahora veo esta piel blanca, que se ensucia tras mis caricias. Sentir es arañar ese vacío. Ahuyentar a la tranquilidad con una bengala.

Crear es decir silencio y destruirlo.

lunes, 11 de junio de 2007

¿La vida contemplativa es poco rentable?


[Cuadro de
Sorolla, el pintor del mediterráneo. Niños en la playa (1910)]

Alguna vez, desde luego, he pensado resucitar en vida. Levantarme antes, desayunar un zumo de naranja, vestirme como una pordiosera, llenar la bolsa con una toalla y un cuaderno. Sólo eso. Luego salir a la calle, como si todavía no conociese el asfalto de las afueras (que acostumbra a pasearme por encima en la cotidianidad de otros días menos inspirados). Respirar a bocanadas mientras bajo volando por el paseo que bordea el río Besós, ese llanto de ciudad arrastrándose.


Quizá, entonces, cuando tengo estos primarios pensamientos de redescubrimiento de lo que puedo hacer aquí y ahora, soy feliz. Camino silbando y sello todos los encuentros pasajeros con una sonrisa. ¡Hay tantas sorpresas en el mundo, que uno debería mutilarse la ceguera! Entonces, ya no importan el cansancio o la tristeza. Pero... ¡espera! ¡Hola! No te reconocía. ¿Qué haces? Nada, cojo vidrios limados en la playa. ¿Qué esperas? ¡No lo ves! ¡El mar me está hablando! ¡Dice que ha salido el sol hace apenas nada! Dice que cuando la luz le toca despierta. Nos desea buenos días. Las olas rugen y deshacen sus millares de espejos de cien ojos. Lucen como ópalos colores y más colores, colores que me ayudan a pensar en la otra vida del éxtasis, la que a veces asoma en el arte y en los sueños o en la mirada templada de algún rostro amigable.

Pero luego emerge la otra voz, la de la estúpida aguafiestas poética, el enfermizo sermón pragmático que nos dice que la vida contemplativa no produce dinero. El sistema nos ha educado para que nos sintamos culpables mirando un amanecer.¿Qué haces? ¿Por qué no estás trabajando? ¿Así vas a alimentar a tu hijo, mirando los juegos de luces que proyecta el sol cuando nace en el mar?

Y nada, una regresa cabizbaja, con paso lento y pensativo, hacia el trabajo. Y digo entre mí... ¿Qué materialismo atroz nos arrebata la ilusión? ¿Acaso puedo enseñarle algo mejor a mi futuro hijo que esos caleidoscópicos destellos que danzan donde se acaba la tierra, a las afueras del mundo?

jueves, 7 de junio de 2007

Musa con bombona





[Cuadro: De Ángel, Musa con bombona.]

[Lanzo un beso desde aquí a Cathy, que me ha ayudado a descubrir a este fantástico pintor barcelonés.]

Busca la brizna de paja
en un alfiletero.
Sostenla en los dedos
como una cerilla
y hazla arder
inseminándola
en tu ojo vago.

Cuando las lágrimas-bombero
hayan inundado
esa pupila mancillada por la paja,
la insignificante brizna
será la grandiosa viga
-incombustible-
en el espejo hipermetrópico
del ojo ajeno.



Trueno sobre tierra


[Jacques Carelman, Patines de bailarina (de su colección de Objetos imposibles)]

Trueno sobre tierra

Ningunead la espera, hombres huecos que habitáis
las mazmorras de vosotros mismos. Despertad,
huérfanos de padre y madre. Solitarios sin pareja.
Clavad una mirada ulcerante en el paisaje
que os duele. Vosotros sabéis lo incólume
que es la realidad. Vosotros intuís lo lejos del amor que
corre el mundo, atlético Sísifo, homérico surcador
de nimiedades. El universo es una esponja de materias.

Fusiono las artes en la olla a presión de mis infartos.
Taquicardeo las lecciones útiles. Inflamo las velas
y las vendas que me cubren la mirada tenebrosa.
¿Oyes tú los pasos? Se acerca una multitud de moscas
listas, con Constituciones bajo el brazo, corbatas
proletarias y camisas de camareros que desgastan
sus dedos besando -indirectos, platónicos- labios
amueblados de alcohol. Llevo una Tiniebla a rastras.

Habito en una fiebre creacionista, agito un cóctel
de bomba y de burbuja y te lo sirvo aquí mismo
(es una absenta casera, ambiciosa: agua bendita
del Polo Norte). Reventemos en esta fiesta de Espíritu.
¿De dónde venimos? Del muro de las promesas,
del sello de los profetas enloquecidos por la conciencia,
del mito vanguardista, del conjuro de Isolda.
Escribamos, pues, en el reverso de la vida.

Congrego máscaras, personae con canicas
por ojos, rostros histriónicos que fingen carcajear
hasta la madrugada, deseos resentidos inmersos
en las lijas de una higuera, verbos -bengala apagados
por una lluvia estomacal, de montaña rusa;
¡Diablos, cuántos te quiero habré de escupir
para que me deje de llorar la boca! Sostened
mi mirada terca, sangrienta vereda de trazos múltiples.

Invento la nada y me la sirvo en el cóctel vulgar
de la consumación de la vida. Desvergüenza,
estoica criatura: convalido los créditos de la emoción
en la Facultad de Miseria. La carretera sale de las manos,
quiromántica accidental, pero sigo persiguiendo
al tranvía llamado deseo. Hay un lotófago
detrás del murmullo de cada acera. Una intuición
obviada nutre de seda la palpitación del enigma.

martes, 5 de junio de 2007

Fuego sobre cielo



Fuego sobre cielo

A veces, de noche, los siglos se congregan
y se destruyen al charlar sobre el instante.
Rítmicamente, una serpentina de arena y esperma
lame las ingles de la juventud. Entonces,
el Tiempo pasado es el Tiempo futuro
y la nostalgia se redefine a sí misma:
"aquello incapaz de realizarse". (¡Oh caballeros
blandos! ¡huérfanos, huérfanos, huérfanos!)

Un Fausto melancólico me intuye en su desierto
decimal. Mi vuelo en suspenso dura lo que
su mirada perezosa. Digo a la Memoria víveme,
ya que ahora me aplico una predicción meteorológica
y entonces ya soy tarde y nublada para mí misma.
Le repito a la Memoria -es una mujer olvidadiza-
Víveme o lloraré por mi carne viuda de mí dentro
de un siglo, porque no seré más después de muerta.


Este paisaje siempre. Acuarela borrosa
atendida por las lluvias torrenciales de mayo.
Este paisaje, dueño de las espirales de la vida,
tan rutinario y dulce e idéntico al día anterior
que podría hervir dos huevos duros en sus colores.
Este paisaje humilde, tan cadáver a la vista
que sólo buscamos entre sus escombros ojos que brillen,
ojos para mirar otros rincones menos urbanizados.

He venido del Extremo Oriente para venderte
la mirra a cambio de barrancos súbitos, hogueras
cátaras y miradas de seiscientas promesas. Tengo
un secreto lento, que dura lo mismo que la novena
sinfonía de Beethoven y los trayectos en cercanías
de RENFE. Me dejo dormir en tus párpados
con la República de Platón y las paradojas de Sancho.
Sólo la Indiferencia podría arrancarme de esos brazos.

Visito la boca de la Fortuna por si tienes ganas
de lamer las líneas de mi mano. Inundo a la nodriza
del poeta para que silbe dudas en tu ausencia.
Y tú pareces un viento inundado de respuestas.
Y tú pareces recogido de un naufragio de dioses.
Y tú pareces mi costilla inventada, esa varita mágica
con la que un dios convirtió al hombre en mujer.
Y tú pareces un conjuro sin nombres.