domingo, 3 de octubre de 2010

La educación sentimental

- ¿Quién es el culpable?
- Básicamente, él es un cóctel de nihilismo racionalista escéptico con atisbos románticos y curiosidad babélica y ella carga consigo cierto panteísmo sincrético-místico con resortes cínicos que desembocan en la aporía más absoluta.
- O sea, que no se querían.
- Yo no he dicho eso. No seas simplista. Sí se querían, pero no lograron ponerse de acuerdo. Por ejemplo: él veía un pescado donde ella distinguía claramente un pez. Algo así es difícil de llevar.
- Pero qué era, ¿un pescado o un pez?
- Unos te dirán que era un pescado, y otros un pez. Las estadísticas de opinión son variables.
- ¿Y ahora será todo una tragedia?
- No tiene por qué serlo, pero les cambiará el cuerpo (eso duele un poco). Los amantes tienen átomos del otro incrustados, que caerán cada noche, mientras duermen otra vez separados.
- ¿Dirán cosas feas el uno del otro?
- Se reprocharán incomprensiones y sentirán rabia. Nada más. Será un odio epidérmico, aunque es normal que se repelan magnéticamente durante un tiempo.
- Qué lástima. ¿Por qué se acaban las historias de amor?
- ¿Y por qué se pudren las rosas del jardín, imbécil?

5 comentarios:

Marçal Font dijo...

Y viceversa

Víctor dijo...

Touche!
No obstante, técnicamente las rosas no se pudren, Madame. Pierden por atrofia los órganos sexuales masculinos y la corola-reclamo una vez consumada la polinización. Entonces canalizan la savia para el desarrollo del gineceo, el cual fructifica en preñez manifiesta. Eso perpetúa la especie. Siempre que no se trate de un híbrido estéril de jardín, como la mayoría de las historias de amor.
Sandías sin pepitas.
Mierda.

Marçal Font dijo...

Creo que a este rosal lo que le sobraban eran precisamente semillas. Les dió por madurar a todas de golpe. ¿Muere un rosal de estrés?

Víctor dijo...

Pse, puntualmente.. Pero a la larga el estrés les hará evolucionar hacia una especie con más espinas.

Marçal Font dijo...

Bueno, no está mal eso de las espinas tras tanta flor y tanto fruto y tanto edén. La espinosa resiliencia del rosal...