Hay algo dantesco en una cafetera italiana. El símil, parece, es demasiado evidente. Las lágrimas del infierno, sometidas a su llama, evaporan a las almas que, tras pasar por el purgatorio (el café molido) se convierten en un elixir divino. Hay pocos placeres cotidianos como el silbido de una cafetera, cuando sube el café. Es un apunte extraño. En los vínculos -decía Giordano Bruno- está el secreto de la felicidad.
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6 comentarios:
Quizá también la falsa "felicidad" de occidente está basada en la explotación del "café" del tercer mundo.
Gracias por volver Maga, cada texto, cada imagen, una sorpresa, un regalo para mi mente tan turbada en estos primeros días de curso, aggg...
me has hecho desear un café después de 20 años, qué fuerte, pensé que nunca volvería a apetecerme uno, besos,
myriam
Nickmazziu! Como decía Quevedo, los demonios del tabaco, el café y el chocolate se colaron en Europa para vengarse de las atrocidades de los "conquistadores".
Un besote, karatekid!
Interesante analogía. como siempre, me es grato pasarme por estas latitudes.
Saludos Cordiales
Descripción explicativa digna de Lakoff y Johnson. La cuestión es, ¿en qué punto está tu grano de café?
En hervor, filtro y paladar, siempre contigo.
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