Me he equivocado, la he cagado hasta el fondo, he metido la pezuña, la pata y el cuerpo entero, la he jodido hasta el tuétano, embarré el aquí y el ahora con una acción aparentemente inofensiva y automática que tuvo consecuencias fatales y que ha manchado este día soleado con un particular estigma: la imperfección.
Me tiraré al suelo y os besaré los pies, seres ofendidos por la máquina torpe y orgánica que escribe estas líneas sin consuelo.
Mi ser tarado con defectos de fábrica, con lastres físicos y espirituales, con información mal asimilada y respuestas torcidas y precipitadas, comete errores. Sí, comete errores como meter unos pantalones en la lavadora sin mirar si tienen algo en los bolsillos. La lavadora ya estaba girando y entonces he querido pararla, y como no se abría (por el cierre de seguridad), me he quedado con un trozo de plástico en la mano, y eso significa que, además de mojar lo que había dentro de esos pantalones, me he cargado la puerta de la lavadora.
¿Qué hacer, entonces? ¿Uno se da patadas a uno mismo, pide perdón a los afectados, llora un rato por la tensión y la mala suerte y piensa por qué coño había tantas consecuencias en un acto aparentemente inofensivo como meter un trapo dentro de un agujero? Precisamente, la bola se vuelve grande porque en realidad todo era una gilipollez, porque en el fondo las lavadoras y los pantalones importan pocos pitos (dos o tres, sólo). Luego, la cago doblemente porque no he sabido equivocarme. Es ridículo. ¿Este culebrón venezolano por un montón de ropa y de chatarra?
Y después de equivocarse, ¿qué hacer? ¿Decirse a uno mismo que se es imbécil? Todo el mundo es imbécil, entonces, porque todo el mundo se equivoca. Y nuestra ignorancia sigue siendo doble: "mal de muchos, consuelo de tontos".
Sólo queda aprender a equivocarse. Tomar conciencia del fallo y prestar más atención la próxima vez. Reprogramar el cerebro (PNL) para que los gestos automáticos sean los correctos, gestionar mejor las disculpas y añadir sentido del humor a las acciones pazguatiles, quitarle tragedia al asunto y, si persiste, preguntarse por qué se ha convertido la cagada en una parábola de una cagada más grande, la cagada universal.
¿De quién es la culpa? ¿Mía y sólo mía? ¿De aquella sociedad que estigmatiza los errores y no enseña a equivocarse? ¿Del concepto de lo irreversible? ¿De la mazmorra de la causa-efecto? ¿Nos mortificaremos toda la vida para lavar los pecados con lejía moral desinfectante? ¿O aprenderemos a equivocarnos con la cabeza bien alta?
1 comentario:
Exacto, aprender a equivocarse, como te decía. No machacar por un simple error de bulto todo lo de tu alrededor, quemar las naves, tirarte por los suelos para que te pise un ejército entero a paso de marcha, flajelarse el torso, o atarse a una roca para que un cuervo te coma el hígado.
Esta vez suspendió, señorita, sacó un cuatro coma cinco y no la típica MH. No se preocupe, aquí no se acaba el mundo. No hay exámen de recuperación, hay algo mucho mejor, el aprendizaje.
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