Todo el día hago cosas. ¡Cosas!
Sí, puedo poner toda mi atención en ver cómo se llena un vaso de agua e, incluso, me he tumbado en un parque con el suelo mojado y he mirado -como sugería Walt Whitman- una hoja de hierba y me he imaginado que la veía crecer un nanómetro.
Hago cosas para no pensar que mi mente es una traidora y que siempre caerá en aquello que tenía prohibido. ¿Por qué lo hace? ¿Qué clase de placer masoquista hay detrás de todo esto?
Los personajes de las novelas que no he escrito se ríen a carcajadas. Me dicen:
- Te autosacrificas a los dioses como si pudieras reencarnarte doscientas veces dentro de ti misma.
Entonces, por suerte, me llama Miquel de Palol por teléfono. Le explico mi caos de vida, mis deseos desordenados en el tórax y mi crisis de identidad perpetua. Él, con esa nostalgia de quien da consejos, me hace de gurú y me sugiere que me compre una agenda.
Y, claro, el caso es que he de con-centrarme. Y, entonces, creo que mientras miro esa hoja de hierba he logrado que crezca un nanómetro, ese nanómetro que nunca podré salvar cuando abrazo a un ser querido, porque siempre estaremos a nanómetros de distancia, porque nada puede tocarse en realidad, porque nada se tiene en realidad y porque la confusión necesita una señora de la limpieza y quizá la mejor manera de empezar sea pasear, darme un baño y dar vida, por fin, a mis ficciones congeladas en estado embrionario.
Sí, puedo poner toda mi atención en ver cómo se llena un vaso de agua e, incluso, me he tumbado en un parque con el suelo mojado y he mirado -como sugería Walt Whitman- una hoja de hierba y me he imaginado que la veía crecer un nanómetro.
Hago cosas para no pensar que mi mente es una traidora y que siempre caerá en aquello que tenía prohibido. ¿Por qué lo hace? ¿Qué clase de placer masoquista hay detrás de todo esto?
Los personajes de las novelas que no he escrito se ríen a carcajadas. Me dicen:
- Te autosacrificas a los dioses como si pudieras reencarnarte doscientas veces dentro de ti misma.
Entonces, por suerte, me llama Miquel de Palol por teléfono. Le explico mi caos de vida, mis deseos desordenados en el tórax y mi crisis de identidad perpetua. Él, con esa nostalgia de quien da consejos, me hace de gurú y me sugiere que me compre una agenda.
Y, claro, el caso es que he de con-centrarme. Y, entonces, creo que mientras miro esa hoja de hierba he logrado que crezca un nanómetro, ese nanómetro que nunca podré salvar cuando abrazo a un ser querido, porque siempre estaremos a nanómetros de distancia, porque nada puede tocarse en realidad, porque nada se tiene en realidad y porque la confusión necesita una señora de la limpieza y quizá la mejor manera de empezar sea pasear, darme un baño y dar vida, por fin, a mis ficciones congeladas en estado embrionario.
5 comentarios:
Ojo, ojo. De acuerdo que un nanometro son 10 angstroms, y en ese espacio cabe mucho mucho vacío. Pero la magia está en esas distancias. Verás. Extiende tu dedo índice y acércate a 50 angstroms (5 nanometros, para que me entiendas) de la brizna de Withman. ¡Sin tocarla, sin tocarla! Eso es. Ahora cierra los ojos y escucha el fluir del Hudson. Aguanta lo que puedas. Si la tocas se pierde la magia. Puedes probarlo un día con un beso. Ajustas el parámetro espacio tal que a 10 nm y pones el parámetro tiempo en off. Es la hostia.
cuántos machos heridos tienes detrás, querida y única Maga, ¿por qué les haces enloquecer en el deseo o el resentimiento?
mejor, llámalo re-sentimiento, señor Nada;
por cierto, Víctor, haré la "prueba de los cinco nanómetros" con bocas y briznas de hierba, a ver qué pasa, gracias por tu espléndida sugerencia ;-)
Experimenta, Maga:
El bueno de Walt* lo hizo. Lo prueba este verso:
"The clock indicates the moment....but what does eternity indicate?"
(*)Withman, no Disney, de quien sus princesas dan fe era un auténtico macho herido de los que apunta el Dr. Nada.
No hay de qué.
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