Las uvas estaban demasiado caras. Los relojes eran demasiado antipáticos. No miró la hora. Se ovilló en la cama y lloró sin lágrimas, con una mueca histérica. Oyó alboroto fuera. Gente cantando borracha. Pufff.
Quería decirle al año nuevo que lo empezaría de la peor de las maneras. En soledad y a oscuras. Como los viejos seniles.
Quizás tenía una depresión de caballo. Tal vez ese antojo de acabar de una vez por todas con su estancia en este mundo era fruto de un trastorno de personalidad límite arrastrado desde la infancia. Imposible salir del circuito de blancos y negros. Las medias tintas nunca le habían convencido.
El protagonista de esta novela lacrimógena, sin embargo, nada tiene que ver con la autora del libro. Señores, no confundan. Los que escribimos, mentimos con elegancia.
1 comentario:
Sábana y colchón, uno abre el paréntesis y otro lo cierra. Y ella en el intersticio de dos años. En el intersticio de todo. Ni aquí ni allí. Ni ayer ni mañana. Sin ahora y sin nunca. Llorando para detener el tiempo, el mundo, la vida (esa maravilla).
Después, nadie sabe cuándo exactamente, llegó 2009.
Quizás sólo otra ficción.
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