Era una noche irreal. Faltaban cinco minutos para la llegada del próximo metro. No había nadie más en la estación. Pensé que era un buen momento para abrir la Moleskine y apuntar algunas ideas aisladas, como instalar un organillo en una bicicleta, cuya música se ejecutase al pedalear. Andaba yo en estas estúpidas ensoñaciones -que la mayoría de veces se pierden en esa niebla de la inviabilidad- cuando, de golpe, me di cuenta de que había un hombre harapiento y borracho sentado a mi lado. Su mirada interrogante no dudó en asaltarme.
- ¿Por qué hemos aterrizado en este mundo sin manual de instrucciones?
- No lo sé. Lo que está claro es que de algún modo ya tenemos el software instalado.
- ¿Pero nunca has pensado si existieron vidas anteriores?¿Y por qué no las recordamos?
- ¡Si a duras penas recordamos qué comimos ayer!
- ¿Y dónde se fueron mis viejos cuando se murieron?¿Por qué mis sueños me avisaron de que morirían?¿Y por qué me enamoré de aquella mujer pelirroja, que vivía en mi misma ciudad y hablaba el mismo idioma, si las almas gemelas pueden estar en la otra punta del mundo, en otro hemisferio, y hablan swajili o tienen veinte años menos?¿Por qué me dejó por mi mejor amigo cuando teníamos dos hijos maravillosos?¿Por qué me deprimí tanto que dejé el trabajo de delineante con el que me ganaba muy bien la vida?¿Por qué estuve llorando hasta que todos perdieron la paciencia?¿Por qué abandoné nuestra casa, dije adiós a mis niños y me puse a vagar por las calles?¿Por qué acabé exhibiendo mi miseria y arrancando la asquerosa compasión de todo el mundo? ¿Por qué...?
En ese momento, llegaba el metro. Llevé la mano al bolsillo y busqué una sucia moneda con la que callarle.
1 comentario:
¡Qué duro final! Pero así es... Sin trabajo, sin casa, sin más vida que sobrevivir él puede permitirse hacerse todas esas preguntas que los demás acallamos como podemos... con nuestro falso ajetreo diario.
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