Me acuesto a las tres y me despierto a las seis. A las siete salgo de la cama. Ni pizca de sueño. He vivido trescientos años en tres horas. La Musa de fuego de Shakespeare me ha besado mientras dormía y me ha sugerido que empiece el día rezando a la belleza inimaginable.
Oh, Musa de fuego,
invoco a esas fuerzas superiores que no comprendo,
invoco a esas galaxias que humean mundos con su respiración,
a los gurús que dormitan en la sabia atemporalidad y el inespacio
y que desfasan la velocidad de la luz, y penetran con su telepatía
en las costillas de los átomos;
invoco a las conciencias que vuelan como mariposas de fuego
y que desprenden de sus alas el amor como un polen,
invoco a la maravilla para que polinice mis paisajes sinápticos.
¡Musa de fuego,
invoco a la belleza inimaginable para que me secuestre y pueda escribirla mientras bailamos!
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2 comentarios:
¡Ah, el plexo solar!
Sí, el "pecho florido" del que habla Juan de la Cruz :-)
¡Comentario bonito!
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