lunes, 7 de octubre de 2013

Breve historia de la inspiración

A Il Muso


Había una vez un monte que los griegos llamaban del Parnaso.

Allí habitaban variados seres, y todos bebían del agua de una fuente de agua clara y pura, llamada la Fuente Castalia.

Sin embargo, en aquel lugar, también existían dos personajes solitarios.

En la ladera izquierda había una cueva en la que vivía un ermitaño que todos llamaban "el Santo". Cada amanecer, se despertaba con el Sol, rezaba a los árboles y meditaba.

En la ladera derecha, vivía una extraña mujer a la que todos llamaban "la Bruja". Cada atardecer, se despertaba con la Luna, cantaba al ardiente fuego rojo del ocaso y anunciaba la noche más oscura del alma.

Cuando alguien se sentía enfermo, iba a ver al Santo o a la Bruja. El Santo invocaba la luz de los ángeles y a su coro celestial, la Bruja conjuraba a los demonios y a sus orgías de dolor gimiente.

El Santo cada mañana cortaba una rama de romero, la bendecía y la ponía en la puerta de la casa de la Bruja. Permanecía largo rato meditando en silencio bajo la higuera en la que ella había grabado sus símbolos.  Allí, entre restos de sangre mezclada con cenizas, permanecía contemplativo en un éxtasis puro que sólo el silencio puede argumentar.

La Bruja cada noche construía unas alas con el aliento y el beso de todos sus demonios. Con ellas se iba volando hasta la cueva del Santo. Allí, junto a su cama, permanecía hechizada por un deseo que no podía explicar. Habitualmente, los demonios se sentían celosos y se la llevaban otra vez bajo la higuera, en cuya corteza escribía maleficios e insultos mientras la sodomizaban.

Una mañana, el Santo encontró a los pies de su cama el corazón de una tórtola atravesado con una aguja, en cuyo ojo había un pelo de la Bruja.

A la noche siguiente, la Bruja encontró una pajarita de papel que colgaba de su higuera. La pajarita de papel era un fragmento del Cantar de los Cantares, en cuyo margen había la saliva del beso del Santo.

A la mañana siguiente, el Santo encontró a los pies de su cama un tarro de marihuana y una nota escrita con sangre menstrual de la bruja: "Balamy, dat amante victoria".

A la noche siguiente, la Bruja encontró en la puerta de su casa un tarro de miel y un poema escrito con zumo de limón.

La Bruja hizo una hoguera y leyó a contraluz lo que decía el poema invisible:

Vendo mi alma a tus diablos.

La Bruja rompió a llorar tan amargamente que todos sus diablos quedaron fieramente heridos por la luz de las estrellas. Los reunió en un coro melancólico y les dijo:

- Bien véis que esta noche devoraréis el alma de un santo.

Los demonios jugaron con los vientos y manifestaron su júbilo riéndose a carcajadas a través de los árboles y las piedras del bosque. Después hicieron levitar a la Bruja y se fusionaron en una sombra, que fue volando hacia la cueva del Santo.

El Santo les estaba esperando sentado a los pies de su cama. Sus labios esbozaban una serena sonrisa de satisfacción y sabiduría.

- Adelante, os estaba esperando.

Todos los demonios rieron.

- Ahora sodomizarás a la bruja, y así nos llevaremos tu alma.

La Bruja se quedó quieta. Quería tener dentro la polla del Santo, pero no quería que todo fuera demasiado rápido.

- Hagamos que esto sea más divertido. Antes de que me sodomice el Santo, le daré el beso de la Muerte y le arrancaré el alma con caricias.

Los demonios celebraron aquella decisión.

El Santo miró fijamente a la Bruja. No cambió la postura meditativa. La Bruja se acercó y se desnudó ante él. Cebó una pipa ritual con droga, le dio de fumar al Santo y luego fumó ella.

Narcotizados por el amor, se besaron.

Mientras duraba aquel beso, ella Acarició Conscientemente Mientras Escuchaba la respiración del Santo. Pronto, sus uñas empezaron a arañarle. Ella besaba con la Muerte en los labios y tejía con sus dedos el hilo de las Parcas. Sin embargo, el Santo también besaba  a la Bruja con el Amor en los labios y tejía con sus dedos la luz de la música de Apolo.

Una extraña música de cenizas y sangre, de luz y de armonía retumbaba en la cueva del Santo, que se había convertido en la caja de resonancia del Monte Parnaso.

El concierto fascinó a las Musas, que entraron en la cueva del Santo, deslumbradas por la inspiración de aquel instante de amor y de muerte. También atrajo la atención de Dionisos y de su esposa Ariadna, que se sintieron dignos de presenciar aquel espectáculo. Eros y Tánatos danzaban en una magnética danza sexual del Santo y la Bruja. Aquella danza duraba toda la noche. La música mágica que emanaba de los cuerpos del Santo y de la Bruja hacía que las Musas y los Demonios, Ariadna y Dionisos se pusieron a danzar con ellos.

Al llegar el alba, había una sonrisa detrás del paisaje. Era la sonrisa del todo, que preexistía en  la sonrisa del Santo. El Santo despertó, de nuevo, solo, en su habitación. A los pies de su cama, había una tórtola viva que tenía un mensaje atado a su pata izquierda. Estaba escrito con sangre:

Vendo mis diablos a tu alma.

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