viernes, 21 de marzo de 2014

Frágil


Dentro de un laberinto,
que parece una selva.
¿Cuál es el hilo?
¡Haz tu trabajo, Ariadna!
¿Cuál es la soga?
¿Palabras de místicos tarados?
¿Retahíla De Versos Sometidos
A Mayúsculas Insuficientes?
¿Charlatanería de verdades entre líneas?
 ¡Haz tu trabajo!
¡Enhébrame la cabeza!

¡Ariadna! ¡Quiero ser una puta santa!
Cóseme al laberinto,
que el laberinto sea ese jersey
de Parcas,
esa seda que viste a la Mona Sapiens,
encarcelada en la gruta
de su coño sagrado,
ese cordón umbilical
que la une al abismo
de las entrañas de la Madre Oscura.

Mientras tanto, los funcionarios
pulimentan suelos, techos y paredes
de la mansión del Minotauro.
En medio de la ciudad,
un ángel de piedra sostiene una estrella.
Sólo se ve de espaldas.
Imposible besar su frente sin morir.
Un mundo devastado en los escaparates,
falsos ídolos de brillo y cachivache,
festín de borrachos sin consuelo,
con suites del infierno dantesco:
Viejos solos ante el Ayuntamiento
suplicando salud y educación
para los jóvenes indolentes.
Niños lamiendo minutos de cronómetro,
para jugar en los parques,
y sus padres apuntándolos con un reloj-pistola,
asesinos de imaginación.
Jóvenes embetunados idiotizando su ser
con macabros planes de pasión y voluptuosidad.
Moribundos solos,
Enfermos solos,
pidiendo limonas a la luz de cualquier amanecer,
pero ...
¡Quiero ser libre, Ariadna!
¡Cose el traje nuevo de la Emperatriz,
desnudándola de tantos laberintos!


***

Había renunciado al amor romántico. 
Aquella había sido la última batalla feroz. 
Sólo puedes vencer rompiendo un conjuro. Para romper ese conjuro, tienes que cerrar los ojos y ver los harpones invisibles que te atraviesan el alma y que la esclavizan con imágenes de amados metamórficos a los que nos apegamos como símbolos de la felicidad. Esa sexualidad febril, mal entendida, ese buscar en la belleza de otro cuerpo, de excavar y arañar en ese cuerpo, de poseer febrilmente ese cuerpo amado que odiamos porque asesinamos por él la libertad.

El anhelo de una paz que tiene sed de guerra.

La pirata TAZ tenía una vieja amiga andrógina que tenía un bigotito. Aquella amiga le recordó que, en un pasado no muy lejano, habían brindado por el amor divino y se habían jurado ser guerreras santas.

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