[Imagen gráfico acertijo]
Durante años, una de mis aficiones ha sido escribir cartas anónimas a personas que me parecían interesantes. Hoy he pensado que sería bonito reproducir algo que escribí hace seis años. Recién cumplida la segunda década. Una carta a Jordi Llovet. Quizá algún día le dé por buscarse en el oráculo Google y se sorprenda. Sea como fuere, le deseo lo mejor. Al parecer, se jubiló el año pasado.
Estimado señor Jordi Llovet:
He consagrado esta tarde a la tarea de ordenar los papeles de mi leonera. Para mi sorpresa, he encontrado una carta que le escribí hace un par de años, cuando asistía a sus, digamos, “originales”[1] clases de Teoría de la Literatura. Una carta que, por cierto, no llegué a enviarle. Seguramente, fue por culpa de la timidez del principiante, esa timidez propia de los adolescentes llorones y afectados que todavía no han aprendido lo esencial sobre la teatralidad del mundo y la utilísima herramienta de la ironía distanciadora. De todos modos, hoy, que ya soy mayor de edad – con mis dos décadas recién cumplidas-, me temo que ya he perdido la que, según Don Juan Manuel, es la mayor virtud del ser humano (tal y como reza el último enxiemplo de El Conde Lucanor): la vergüença.[2] Lo cierto es que me he quitado un gran peso de encima. ( No se puede ni imaginar lo que duele ser virtuoso.)
Debo confesar que por aquel entonces – me remonto a sus clases de primero- yo era una de esas personitas ingenuas y entusiastas que empiezan la carrera con vértigo y se leen todos los libros del temario durante la primera semana de clase. Hoy, lamentablemente, he perdido aquel fanatismo primigenio - sintomático del novato cursi y letraherido- y, con él, la primera inocencia. (Quién sabe: a veces uno amanece con todo el dolor en el pijama; a veces uno queda ultrajado por factores aleatorios como la muerte de los allegados, la ruina económica, el exceso de lecturas ( la de Emil Cioran, entre ellas – ese rumano hipócrita, aguafiestas y adorable que inventó Fernando Savater - [3]) y una cierta tendencia maniaco-depresiva..[4]. ). En fin:
Le transcribo la carta que le escribí hace dos años:
Ayer, durante su clase, me sentí nadie, sin ninguno de los talentos que requieren los currículos: no domino ningún idioma, apenas chapurreo el inglés que me enseñaron en el instituto; no sé hacer vibrar ningún instrumento aparte de la flauta dulce (que enseñan a tocar en el colegio); ni siquiera tengo facultades atléticas, nada, nada que pueda verse a simple vista. Como mucho tengo buenas cuerdas vocales, me acuerdo de lo que sueño y escribo de vez en cuando por necesidad (no podría esperar a los ochenta años, el muro del papel sustituye al del manicomio). Pero sé que nada de esto es importante: los títulos, la fama, la admiración; todo muere, ningún hombre puede dormir con las medallas colgadas: nos damos un golpe en la cabeza y olvidamos…No, no es eso. Usted me cautiva porque no alberga un ritmo monótono, y se exalta, y nos canta algo que parece sincero, sentido. No puedo jurarle que no nos miente (a veces creo percibir que se ríe de nuestra inexperiencia), pero hasta el concepto de verdad no tiene validez en sus clases. Prueba de ello es que el señor Víctor, un anciano venerable que asistió a sus primeras clases, a pesar de que tenía dificultades para entender el catalán, en una ocasión me confesó que le gustaba escucharle. A veces me dice:
- Sonaba bien. Arrancaba la risa a sus alumnos.
En el mundo hay millones de personas con memoria. Es relativamente fácil acumular datos en el hipocampo; de hecho, conozco a profesores muy bien preparados, perfectamente dotados para traspasarnos la información que podemos encontrar en el prólogo de cualquier libro. Pero usted va más allá: nos agita las cabezas, que a veces nos duelen por el impacto; después, nos recomienda la medicina de los clásicos.
Sigo al pie de la letra todos sus consejos. Llevo conmigo una libreta como la de Joyce, y me lo paso muy bien retratando el mundo entre sus páginas. En su portada escribí:
Ars urbis
(Universo en los bolsillos)
- Sólo ideas titánicas-
[Quizá dentro de un tiempo deje de escribir. Quién sabe. Quizá un día deje de concebir esta actividad como un placer íntimo, como un juego ingenuo y sin repercusiones. Tal vez un día me torture con la idea de que escribiendo me convierto en un fantoche egocéntrico, en un bufón divino. Y quizá entonces opte por la vía de la pasividad burguesa: seré nadie, otra culosillista cualquiera que consume libros y CD’s hasta que se muere...]
Estoy de acuerdo con usted cuando dice que la soberbia y la pedantería son los peores defectos de un filólogo. A veces pienso: “Oh, ¡por Zeus![5] ¿Puede ser que todavía busque la verdad en los libros? ¿Es posible que aspire a vivir a través de las vidas que leo? ¡Y a ellos les miento con un laberinto retórico de terminología latinosa! ”
Usted lo dijo: para quien tiene los ojos muy abiertos hay encinas en la plaza Cataluña y no simples árboles. (De todos modos, le cito de memoria, y tendría que comprobarlo).
Bien, esto es todo. No le he transcrito la fórmula de despedida. De aquí a otro par de años, seguramente me encontraré este archivo y entonces, quizá, me pase por su despacho para charlar sobre mil cosas. Sepa usted que, entre el friso de rostros zombies-estudiantiles que invaden asiduamente la universidad, hay alguien que se entrena secretamente para conseguir una entrevista digna con usted, una de esas conversaciones que surgen por azar, con toda la naturalidad del mundo. Algo para recordar.
Atentamente,
Una estudiante.
Barcelona, 3 de marzo de 2003.
PD: Cuídese. Y, si no le parece impertinente... formularé un consejo desinteresado: ESCRIBA UNA NOVELA. ¡Dicen que Jordi Llovet es un “preferiría no hacerlo” de la escritura de creación!¿Acaso no ha pensado que un libro suyo podría salvar la vida de alguien? Imaginemos, por ejemplo, a un sujeto x que, absorto en las páginas de su obra, pierde un tren con sino aciago. ¡”Preferiría no hacerlo”! Es una expresión bella e inútil. Hoy en día, demasiado extendida, nada original, completamente televisiva y pertinente (al revés que en los tiempos de Melville). ¿No cree que ha llegado el momento de rebelarse ante semejante etiqueta?¿Por qué no lo intenta? ¿Por qué no se entrena para tener una charla de igual a igual con Ellos, nuestros dioses penates de la literatura? Yo le leería. Yo le leería en el andén de una estación lejana. Yo le leería y perdería el tren con sino aciago.
[1] ¿Puedo plagiar la propaganda gaudiniana? Utilizo “original” en su doble sentido.
[2] La perdí el día en el que descubrí mi mortalidad y mi ateísmo. Un ateísmo místico, sin embargo.
[3] Seguramente no recordará que usted me presentó a Fernando Savater el año pasado. Fue un gran detalle.
[4] Me reconocí en los síntomas que anunciaba un número de la revista semanal de El País: los bipolares son vulnerables, perfeccionistas y un poquitín ilusos... Me consoló leer que Samuel Beckett era así.
[5] Probablemente pensé que quedaba bien el vocativo.
He consagrado esta tarde a la tarea de ordenar los papeles de mi leonera. Para mi sorpresa, he encontrado una carta que le escribí hace un par de años, cuando asistía a sus, digamos, “originales”[1] clases de Teoría de la Literatura. Una carta que, por cierto, no llegué a enviarle. Seguramente, fue por culpa de la timidez del principiante, esa timidez propia de los adolescentes llorones y afectados que todavía no han aprendido lo esencial sobre la teatralidad del mundo y la utilísima herramienta de la ironía distanciadora. De todos modos, hoy, que ya soy mayor de edad – con mis dos décadas recién cumplidas-, me temo que ya he perdido la que, según Don Juan Manuel, es la mayor virtud del ser humano (tal y como reza el último enxiemplo de El Conde Lucanor): la vergüença.[2] Lo cierto es que me he quitado un gran peso de encima. ( No se puede ni imaginar lo que duele ser virtuoso.)
Debo confesar que por aquel entonces – me remonto a sus clases de primero- yo era una de esas personitas ingenuas y entusiastas que empiezan la carrera con vértigo y se leen todos los libros del temario durante la primera semana de clase. Hoy, lamentablemente, he perdido aquel fanatismo primigenio - sintomático del novato cursi y letraherido- y, con él, la primera inocencia. (Quién sabe: a veces uno amanece con todo el dolor en el pijama; a veces uno queda ultrajado por factores aleatorios como la muerte de los allegados, la ruina económica, el exceso de lecturas ( la de Emil Cioran, entre ellas – ese rumano hipócrita, aguafiestas y adorable que inventó Fernando Savater - [3]) y una cierta tendencia maniaco-depresiva..[4]. ). En fin:
Le transcribo la carta que le escribí hace dos años:
Ayer, durante su clase, me sentí nadie, sin ninguno de los talentos que requieren los currículos: no domino ningún idioma, apenas chapurreo el inglés que me enseñaron en el instituto; no sé hacer vibrar ningún instrumento aparte de la flauta dulce (que enseñan a tocar en el colegio); ni siquiera tengo facultades atléticas, nada, nada que pueda verse a simple vista. Como mucho tengo buenas cuerdas vocales, me acuerdo de lo que sueño y escribo de vez en cuando por necesidad (no podría esperar a los ochenta años, el muro del papel sustituye al del manicomio). Pero sé que nada de esto es importante: los títulos, la fama, la admiración; todo muere, ningún hombre puede dormir con las medallas colgadas: nos damos un golpe en la cabeza y olvidamos…No, no es eso. Usted me cautiva porque no alberga un ritmo monótono, y se exalta, y nos canta algo que parece sincero, sentido. No puedo jurarle que no nos miente (a veces creo percibir que se ríe de nuestra inexperiencia), pero hasta el concepto de verdad no tiene validez en sus clases. Prueba de ello es que el señor Víctor, un anciano venerable que asistió a sus primeras clases, a pesar de que tenía dificultades para entender el catalán, en una ocasión me confesó que le gustaba escucharle. A veces me dice:
- Sonaba bien. Arrancaba la risa a sus alumnos.
En el mundo hay millones de personas con memoria. Es relativamente fácil acumular datos en el hipocampo; de hecho, conozco a profesores muy bien preparados, perfectamente dotados para traspasarnos la información que podemos encontrar en el prólogo de cualquier libro. Pero usted va más allá: nos agita las cabezas, que a veces nos duelen por el impacto; después, nos recomienda la medicina de los clásicos.
Sigo al pie de la letra todos sus consejos. Llevo conmigo una libreta como la de Joyce, y me lo paso muy bien retratando el mundo entre sus páginas. En su portada escribí:
Ars urbis
(Universo en los bolsillos)
- Sólo ideas titánicas-
[Quizá dentro de un tiempo deje de escribir. Quién sabe. Quizá un día deje de concebir esta actividad como un placer íntimo, como un juego ingenuo y sin repercusiones. Tal vez un día me torture con la idea de que escribiendo me convierto en un fantoche egocéntrico, en un bufón divino. Y quizá entonces opte por la vía de la pasividad burguesa: seré nadie, otra culosillista cualquiera que consume libros y CD’s hasta que se muere...]
Estoy de acuerdo con usted cuando dice que la soberbia y la pedantería son los peores defectos de un filólogo. A veces pienso: “Oh, ¡por Zeus![5] ¿Puede ser que todavía busque la verdad en los libros? ¿Es posible que aspire a vivir a través de las vidas que leo? ¡Y a ellos les miento con un laberinto retórico de terminología latinosa! ”
Usted lo dijo: para quien tiene los ojos muy abiertos hay encinas en la plaza Cataluña y no simples árboles. (De todos modos, le cito de memoria, y tendría que comprobarlo).
Bien, esto es todo. No le he transcrito la fórmula de despedida. De aquí a otro par de años, seguramente me encontraré este archivo y entonces, quizá, me pase por su despacho para charlar sobre mil cosas. Sepa usted que, entre el friso de rostros zombies-estudiantiles que invaden asiduamente la universidad, hay alguien que se entrena secretamente para conseguir una entrevista digna con usted, una de esas conversaciones que surgen por azar, con toda la naturalidad del mundo. Algo para recordar.
Atentamente,
Una estudiante.
Barcelona, 3 de marzo de 2003.
PD: Cuídese. Y, si no le parece impertinente... formularé un consejo desinteresado: ESCRIBA UNA NOVELA. ¡Dicen que Jordi Llovet es un “preferiría no hacerlo” de la escritura de creación!¿Acaso no ha pensado que un libro suyo podría salvar la vida de alguien? Imaginemos, por ejemplo, a un sujeto x que, absorto en las páginas de su obra, pierde un tren con sino aciago. ¡”Preferiría no hacerlo”! Es una expresión bella e inútil. Hoy en día, demasiado extendida, nada original, completamente televisiva y pertinente (al revés que en los tiempos de Melville). ¿No cree que ha llegado el momento de rebelarse ante semejante etiqueta?¿Por qué no lo intenta? ¿Por qué no se entrena para tener una charla de igual a igual con Ellos, nuestros dioses penates de la literatura? Yo le leería. Yo le leería en el andén de una estación lejana. Yo le leería y perdería el tren con sino aciago.
[1] ¿Puedo plagiar la propaganda gaudiniana? Utilizo “original” en su doble sentido.
[2] La perdí el día en el que descubrí mi mortalidad y mi ateísmo. Un ateísmo místico, sin embargo.
[3] Seguramente no recordará que usted me presentó a Fernando Savater el año pasado. Fue un gran detalle.
[4] Me reconocí en los síntomas que anunciaba un número de la revista semanal de El País: los bipolares son vulnerables, perfeccionistas y un poquitín ilusos... Me consoló leer que Samuel Beckett era así.
[5] Probablemente pensé que quedaba bien el vocativo.
4 comentarios:
Cuando pensábamos que todo estaba perdido entonces alguien va y lo encuentra.
Encontraste el entusiasmo de una carta olvidada en un cajón.
Encontraste el recuerdo de un profesor que te agitó.
Y entonces, quizá, te encontraste de nuevo a ti misma.
Adopto esta frase, Maga: (...) el muro del papel sustituye al del manicomio.
¿Quiero sentirme menos loca...?
Un abrazo.
Por Dió, Maga, tás insuperable. (¿Sabes que a los 20 y pico me dio por enviar por carta poemas elegidos en plan libromancia a gente escogida al azar de entre las Páginas Amarillas? ¡Jajajajaj! Dejé de hacerlo cuando una amiga muy sensata me sermoneó advirtiéndome del susto que se debía de llevar la gente al recibirlos... Ay, siempre he sido muy susceptible a la predicación de la virtud.)
¡Yo también lo hice con las Páginas Amarillas! Escribí al Club de Fans de Sherlock Holmes y a una Asociación de Filósofos Existenciales, pero nunca me respondieron... Jajajaja, ¡a ver si las tengo en algún archivo!
¡Te voy a invitar un vinito y nos lo contamos!
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