[A Tulia Guisado, por los finales]
Érase una vez, Blancanieves con la cara llena de arrugas, los dientes amarillentos y torcidos, los pómulos torturados por el sol y el frío. Una Blancanieves, en fin, para la que los años no pasaban en balde. La bonanza de la vida en palacio comportó unos kilos de más en las cartucheras, una barriga fláccida y poco sensual, unos pechos caídos hasta el ombligo. A veces se paseaba por delante de aquel Espejo que la había llamado la más hermosa del Reino y, con una nostalgia indescriptible, le preguntaba:
- Espejo, espejito... ¿Quién es la mujer más hermosa de estas tierras?
El Espejo Mágico, confeccionado años atrás por el célebre nigromante Cornelio Agrippa (y que actualmente se conserva en el British Museum de Londres), no sabía cómo evadir su ira, y respondía con recato y respeto:
- Lo siento mucho, mi señora. Fuiste la dama más bella del Reino, sin duda, pero tus negros cabellos ahora son blancos, pese a los tintes, y se marchitaron las rosas de tus mejillas. Tu rostro es un erial. El tiempo devora la belleza de los cuerpos. Ahora, la dama más hermosa es la hija del leñador, sí, el que años atrás te salvó la vida. Sus cabellos son dorados como el sol y su sonrisa es capaz de deslumbrar a un ejército.
La Reina estalló de rabia, cubrió el Espejo Mágico de brea negra y, sin dejar de maldecir, decidió no consultarle nunca más ninguna cosa.
- Espejo, espejito... ¿Quién es la mujer más hermosa de estas tierras?
El Espejo Mágico, confeccionado años atrás por el célebre nigromante Cornelio Agrippa (y que actualmente se conserva en el British Museum de Londres), no sabía cómo evadir su ira, y respondía con recato y respeto:
- Lo siento mucho, mi señora. Fuiste la dama más bella del Reino, sin duda, pero tus negros cabellos ahora son blancos, pese a los tintes, y se marchitaron las rosas de tus mejillas. Tu rostro es un erial. El tiempo devora la belleza de los cuerpos. Ahora, la dama más hermosa es la hija del leñador, sí, el que años atrás te salvó la vida. Sus cabellos son dorados como el sol y su sonrisa es capaz de deslumbrar a un ejército.
La Reina estalló de rabia, cubrió el Espejo Mágico de brea negra y, sin dejar de maldecir, decidió no consultarle nunca más ninguna cosa.
Blancanieves no había sabido envejecer. Por si fuera poco, el que antaño había sido un apuesto Príncipe Azul, ahora era un Rey de Nariz Roja alcoholizado, que roncaba en el lecho, tenía una barriga ominosa y apetecía de las curvas de las criadas más jóvenes, lozanas y primaverales. La cornudería de la Reina era ya comidilla de la Corte, y su honor mancillado era conversación habitual en los corrillos de la nobleza, que interrumpían sus chanzas e ironías cuando ella, con semblante neurótico y depresivo, tosía para hacer notar su presencia.
Una noche, después de una discusión conyugal, Blancanieves no pudo más y se escapó al bosque, donde se encontró con un mendigo enfermo que años atrás había sido el leñador que le había salvado la vida.
- ¡Mi Reina! ¡Después de tantos años...!¡Mira cómo he acabado! Cuando mis manos dejaron de soportar el hacha, tuve que recorrer este Reino vestido de harapos y sobrevivir de la caridad y la limosna. ¡Qué desagradecida has sido conmigo! ¡Te olvidaste de mí en cuanto te coronaron! Suerte de mi hija, que me cuida y hace que mi desdichada vejez sea todavía soportable...
Blancanieves le miró con un odio indescriptible.
- ¿Por qué me salvaste la vida y mataste a aquella gacela? ¿Por qué me condenaste a la vanidad y la fláccida vida palaciega? Yo era feliz cantando canciones mientras lavaba la ropa en el río, y no vivía en el ocioso tedio de la Corte. ¡Te voy a...!
Blancanieves estaba tan enfadada que pensó en estrangularlo allí mismo. Sin embargo, por ventura del leñador, se allegó una radiante jovenzuela, su hija. Era en verdad una moza muy atractiva, de talle esbelto, cuello largo y pómulos rosados, que miró con desdén a la Reina, y le dijo:
- ¡Vieja bruja!
Blancanieves se fue llorando y, asustada, se adentró más y más en el bosque, hasta que se encontró una choza semiderruida que, años atrás, había sido aquella ufana casita de los siete enanitos. Sólo vio a uno de ellos, sentado con un cayado en la puerta. Era Mudito, el menor de todos ellos. En cuanto la vio, intentó escapar, pero no le dio tiempo. Blancanieves aprovechó la ocasión para preguntarle qué había sido de sus compañeros. Mudito le respondió por señas que todos habían muerto hacía años, porque trabajar en la mina era algo insalubre, se respiraban muchos gases tóxicos y la esperanza de vida se acortaba considerablemente. Mudito le dio a entender que él había dejado ese trabajo y que, gracias a la hija del leñador, que cada día le traía una ración de caldo, había podido sobrevivir. Mudito había prosperado muchísimo con el lenguaje de signos y, aunque Blancanieves no captó ni la mitad de lo que le explicaba, se expresaba de maravilla sin decir una sola palabra.
Blancanieves le miró con un odio indescriptible.
- ¿Por qué me salvaste la vida y mataste a aquella gacela? ¿Por qué me condenaste a la vanidad y la fláccida vida palaciega? Yo era feliz cantando canciones mientras lavaba la ropa en el río, y no vivía en el ocioso tedio de la Corte. ¡Te voy a...!
Blancanieves estaba tan enfadada que pensó en estrangularlo allí mismo. Sin embargo, por ventura del leñador, se allegó una radiante jovenzuela, su hija. Era en verdad una moza muy atractiva, de talle esbelto, cuello largo y pómulos rosados, que miró con desdén a la Reina, y le dijo:
- ¡Vieja bruja!
Blancanieves se fue llorando y, asustada, se adentró más y más en el bosque, hasta que se encontró una choza semiderruida que, años atrás, había sido aquella ufana casita de los siete enanitos. Sólo vio a uno de ellos, sentado con un cayado en la puerta. Era Mudito, el menor de todos ellos. En cuanto la vio, intentó escapar, pero no le dio tiempo. Blancanieves aprovechó la ocasión para preguntarle qué había sido de sus compañeros. Mudito le respondió por señas que todos habían muerto hacía años, porque trabajar en la mina era algo insalubre, se respiraban muchos gases tóxicos y la esperanza de vida se acortaba considerablemente. Mudito le dio a entender que él había dejado ese trabajo y que, gracias a la hija del leñador, que cada día le traía una ración de caldo, había podido sobrevivir. Mudito había prosperado muchísimo con el lenguaje de signos y, aunque Blancanieves no captó ni la mitad de lo que le explicaba, se expresaba de maravilla sin decir una sola palabra.
La Reina, envidiosa de las virtudes de la hija del leñador, decidió apaciguar su frustración a costa del sufrimiento de aquel ser indefenso. Como hacía tiempo que no tenía relaciones sexuales, pensó maléficamente cómo podría camelarse al enano que, en todo caso, no gritaría para pedir socorro.
- Qué mono, Mudito.- dijo Blancanieves.- Ya casi ni me acordaba de lo gracioso y simpático que eres. Recuerdo que yo te gustaba un poco antes, ¿verdad?
- Qué mono, Mudito.- dijo Blancanieves.- Ya casi ni me acordaba de lo gracioso y simpático que eres. Recuerdo que yo te gustaba un poco antes, ¿verdad?
El enano cogió el cayado e intentó huir, pero ella le derribó de una patada. Cuando Mudito estaba en el suelo, se sentó sobre su cabeza y le dijo:
- ¿Siempre has tenido fantasías conmigo, verdad? ¡Ahora es tu oportunidad!
Al pobre enano le habría gustado mucho más gozar de la hija del leñador, pero si cerraba los ojos podía imaginarse que Blancanieves era aquella moza risueña de años atrás, y eso también le llenaba de placer.
***
Poco más se sabe de la historia de Blancanieves. Las malas lenguas decían que se había ennoviado con aquel enano, que ahora volvía a cantar mientras lavaba la ropa y que, una vez, por eso, había tenido una pelea con la hija del leñador y le habían saltado dos dientes.
- ¿Siempre has tenido fantasías conmigo, verdad? ¡Ahora es tu oportunidad!
Al pobre enano le habría gustado mucho más gozar de la hija del leñador, pero si cerraba los ojos podía imaginarse que Blancanieves era aquella moza risueña de años atrás, y eso también le llenaba de placer.
***
Poco más se sabe de la historia de Blancanieves. Las malas lenguas decían que se había ennoviado con aquel enano, que ahora volvía a cantar mientras lavaba la ropa y que, una vez, por eso, había tenido una pelea con la hija del leñador y le habían saltado dos dientes.
El Rey de Nariz Roja continuó flirteando con las mujeres más bellas del reino, por algo tenía derecho de pernada. Retiró la brea del Espejo Mágico, que le ayudaba a localizar a las damas más apetecibles y así saciar su lujuria.
El leñador, por cierto, murió pronto.
(En realidad, todos los personajes de esta historia mueren al final, se convierten en calaveras putrefactas y los gusanos se montan un festín sobre sus tumbas. Pero el lector prefiere no mirar de cara esta verdad inexorable, así que lo obviaremos entre estos dos paréntesis.)
Y colorín colorado...
(En realidad, todos los personajes de esta historia mueren al final, se convierten en calaveras putrefactas y los gusanos se montan un festín sobre sus tumbas. Pero el lector prefiere no mirar de cara esta verdad inexorable, así que lo obviaremos entre estos dos paréntesis.)
Y colorín colorado...
4 comentarios:
Pobre mudito, atrapado entre las piernas excitadas de la reina (con lo poco que se lavaban entonces, je,je)...
un poco de fantasía hiperrealista y una vuelta de tuerca a los cuentos de toda la vida
me alegraste el desayuno Maga
te quieroooo
Maga,
deberías repartirlo entre las veinteañeras en las puertas de las universidades o de las escuelas. Entre los cuentos (chinos), las fantasías sobre los amores eternos y la puta química que genera el enamoramiento, caemos todas como conejos... Y volvemos a caer, sí, pero esta vez nos golpeamos y despertamos cuando pasado el tiempo nos damos cuenta de que nuestra vida no difiere mucho de tu cuento.
Divertido.
Un beso!
No sé qué opinar. Ese final entre paréntesis me trae bastante de cabeza.
Pero digamos, por ejemplo, que la idea del cuento es fantástica. Me ha gustado. Deberías terminar todos los cuentos más allá del "colorín colorado".
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