domingo, 29 de septiembre de 2013

Pececillo de Plata








(Hoy he recuperado este cuento que escribí con quince años. Mis hermanos se acordarán...)

PECECILLO DE PLATA : Insecto del o. tisanuros, de pequeño tamaño -máximo 3 cm. de longitud-, antenas largas, sin ojos, dos  cercos caudales y un filamento terminal articulado. Su color es plateado, no sufren metamorfosis y se desplazan con rapidez. La  especie más característica es “Lepisma saccharina” que se alimenta de papel .



En medio de la oscuridad, por casualidad, se encontraron.

Ella creyó que era testigo de una visión y que, al despertar, él desaparecería. Pero, inmóvil, le esperaba.

El forastero, invadiendo dos centímetros de una de las cuatro paredes de su guarida, rompió el silencio:


-¡Demasiado repugnante! Con creces sé que pensaste: “cada vez que contemplo el escurridizo extraño, quisiera machacarlo con un mortero”.

Ella arqueó las cejas.

- Yo no lo sé. Soy…desdichada por mi ignorancia. Ocupo mis horas pensando sobre mi alma.

-¿Quieres explicarte?

- No te molestes, no necesito que me comprendas. En cualquier instante podría fumigarte, mi piedad no afecta a los invertebrados errantes. ¡Lejos de aquí! ¡No puedo reprimir una innata violencia al constatar tu presencia! ¡Que te piso!

Pero “Pececillo de Plata” se había esfumado entre las brechas gastronómicas de la enciclopedia, renegando sobre la naturaleza de su lamentable estado y el poco éxito de sus argumentos.

“Desgraciado soy y me resiento…
¡Prueba a volar sin viento!

Ella es variable como la Luna
¿Quién puede alcanzar su fortuna?

Sólo se estremecería ante lo humano.
¿Por qué sonríe cuando yo le hablo?
 Ciertamente… ¡Loca está!”

“Lepisma saccharina”, que así se llamaba el quejumbroso animal, decidió olvidarla. Cenó las palabras  AMOR y ACONDOPLASTIA. Sin embargo, reprimiendo sus necesidades físicas, no sin cierto interés, empezó a acariciar las letras impresas  con sus sensibles antenas. Él mismo se sorprendía de que su principal fuente de alimento enriqueciera además su intelecto. Esa era una de las razones por las que se encontraba allí, merodeando por la paradisiaca biblioteca que albergaba la muchacha. El Edén eran aquellos libros infinitos y polvorientos, que habían forjado los preciados sueños de ella y el alimento de él. Ya que, pese a odiarse bestialmente, hasta el punto de que le insecto transmitía infecciones a la joven cuando enfurecía y ésta a su vez le amenazaba con aplastarle contra el suelo, ambos estaban solos en esta vida y, dentro de sus rarezas, se escuchaban y comprendían.

Tras el empalagoso manjar, el insecto todavía dudaba.
“¿Debo estudiar?- pensaba -. ¿Debo saciarme de historias y cuentos, reprimiendo mi extremada gula?”
Materialismo y devoción se debatían en un torrente de maniqueísmo. El dilema se dividía en dos extremos: ¿vicio o espiritualidad?

“Soy un horrendo bicho. Nunca conseguiré nada, no alcanzaré mis metas porque nací siendo pequeño. Ni siquiera me otorgaron alas. Mis ojos están sepultados. ¿Cómo será el ocaso? Sólo me valgo de unas largas antenas que me desvelan la simbología de las letras profundamente escritas sobre  el papel.¿Para qué iba a buscar nada? ¿Para que una niña insoportable me demande?”

Mientras discurría acerca de un posible descubrimiento, notó un suave roce con la punta de sus antenas. Éstas primero se retrajeron, espantadas por la desconocida sensación. Al tiempo comprobó que se trataba de la misteriosa voz de la muchacha.

-¿Me perdonas? No debí ahuyentarte, debí captar la fragilidad de tus sentimientos. Ruego que me disculpes…- Él dibujaba resignación. No contestó. Aguardó a que ella continuase.- No sé de donde procede, mi mente no quiere asimilar…pero, haces regresar a mí una extraña preocupación.

- Tal vez esa preocupación sea una pregunta sin respuesta - contestó él.- He viajado mucho. Ahora estoy aquí, pero no tienes ni idea de cuánto suelo he recorrido. He vagabundeado entre el asfalto buscando algo que siempre estuvo en mí. He conversado con mi propia sombra para encontrar una sola señal que alivie mi desesperación. Y ahora, vienes tú y me restriegas tu superioridad. Primero me amenazas y ahora me esclavizas. Me llamas insecto, ¿y tú que eres? Permaneces invisible mientras ves pasar a los demás. Espectadora, no te comprometes.

Ella no le dejó terminar. Extrajo el poco odio que le quedaba e intercedió apuntando con la bota de su pie izquierdo.

1 comentario:

Unknown dijo...

Hola!

Vaya... es tan curioso e interesante esta perspectiva sobre el pececillo de plata. Es profundo en cuanto a la humanización del insecto con la humana, me encantó.
Este relato es un pequeño tesoro escondido en todo el mundo de la información cibernética.