sábado, 28 de diciembre de 2013

El silencio siniestro

Y sucedió que un monje se encontró con un artista errante, de esos que antiguamente llamaban juglares. El juglar se puso a cantar debajo de un árbol, mientras el monje yacía inmóvil al lado en postura meditativa.

- ¿Has oído hablar del silencio siniestro?

El monje sintió que el juglar interrumpía su meditación, y observó dentro de sí una ira animal que supo aplacar con compasión. No articuló palabra alguna.

- ¿Has oído hablar del silencio siniestro? -insistió el juglar.

El monje no podía dejar a un lado su meditación, por nada del mundo. Sabía que el juglar buscaba su compañía y conversación, pero era algo que no sabía cómo brindarle. Siguió callado.

El juglar compuso una canción:

¿Has oído hablar del silencio siniestro?
Es cómplice del asesino y del ladrón con miedo.
Es la voz de la censura y del sádico encubierto.
Grita, amordaza y destruye, sin un solo movimiento,
inspira horror y paranoia, es el sello del infierno.

¿Has oído hablar del silencio siniestro?
Es el desprecio del rico, del engreído y del necio,
es el desdén desamorado, altanería de soberbio,
es la respuesta maldita al necesitado o enfermo,
es lo pasivo-agresivo,  ¡el no-hacer que huele a estiércol!

El monje sintió que el juglar estaba provocándole. Tenía ganas de insultarle, pegarle, echarle fuera de allí.¿Tantos años de meditación y de estudio se iban a ir al garete por el mundanal ruido de un marginado con sed de compañía? ¿Qué podía hacer?

- Permaneces con los ojos cerrados, en ese silencio podrido lleno de ruido, de represión y de sadismo. - le dijo el juglar, con una aterciopelada y bellísima voz.

"Ojalá pudiera hablarte de ese otro silencio colmado, de ese silencio creador y poético que canta todos los himnos a la vez, en el que podrías hallar los versos más bellos que jamás han existido." - pensó el monje, y al pensar aquello, su corazón se llenó de amor y compasión.

- Te odio.- continuó el juglar.- Te odio porque te amé nada más verte y porque he comprendido que amar a alguien como tú es como amar a un cadáver.

El monje sintió un desgarro por dentro. ¿Acaso las crueles palabras del juglar no eran más siniestras que su silencio? Esta vez estaba en shock, inmóvil, congelado, incapaz de moverse ni hacer nada.

- No sabes amar. - siguió el artista, mientras se levantaba del suelo, con ademán de irse.

El monje sintió una tristeza humana muy densa y profunda. Escuchó los pasos del juglar detenerse, dudar y  alejarse, quién sabe hacia dónde, hacia el siguiente poblado, hacia el siguiente amor.

Si ambos hubieran podido seguirse el rastro, ahora mismo sabrían lo que yo sé: que lo importante no es la palabra del juglar o el silencio del monje, que lo importante es saber componer una música que una a todo el pueblo en un baile.








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