lunes, 2 de diciembre de 2013

Narratofilia

"Una llegó a la puerta del Amigo y golpeó y una voz susurró desde dentro: 
- ¿Quién es? 
Y la amante respondió diciendo:
 - Soy yo. 
Entonces, la voz dijo:
 -No hay lugar en esta casa para un tú y un yo. 
Y no le fue abierta la puerta. 
De modo que la amante retornó al desierto, ayunó y oró. Al cabo de un año, volvió una vez más a la puerta del Amado y golpeó.
 Y de nuevo dijo la voz, desde dentro:
 - ¿Quién es?
 Esta vez, la amante había aprendido la renuncia de sí y respondió:
 -Tú. 
Y se abrió la puerta."

Versión libre de un cuento sufí anónimo 





La narratofilia es una vieja ciencia que consiste en excitar el cuerpo y el alma con palabras que se entregan de una forma bella: o bien en la cálida envoltuda del susurro al oído, o bien expresadas bajo el formato de una carta confeccionada con mimo, arte, pasión y escrúpulo. Actualmente, desde que existe la grabadora, ya no es necesario estar presente para que los amantes se deleiten sensualmente. La palabra puede franquear las limitaciones espaciotemporales. Y, así, Madame H ha elaborado un ars amandi que puede complacer a varios seres a la vez, como si se polilocara.


A continuación transcribimos un fragmento de su diario:

***


Una vez, en una vida anterior, conocí a un gallardo alquimista llamado Pao Pu Tzú. Yo era una prostituta de origen humilde. Tenía buena fama entre los maestros y los nobles, y por eso un día me llevaron en presencia de Pao, uno de los más altos sabios que haya conocido el planeta.

Su estado de iluminación constante hacía que su mera presencia me excitara.

La primera vez que me acerqué a él, fui directa a su entrepierna, le saqué la  punta de jade y la besé con miel en los labios y leche en la boca pero, tras un cuarto de hora de succión,  no logré que se empalmara.

Después le acaricié suavemente las nalgas y besé sus testículos, los cogí, lamí, estimulé con lengua, labios y dedos, suave, lento, rápido, de todas las maneras posibles, con todos los tactos imaginables.

Al ver que aquello no surtía efecto, besé su ano con dulzura y entrega, haciendo cálidos círculos, y diferentes tipos de presión. Lo penetré con suavidad, buscando respuesta.

 Al cabo de tres horas, todo había sido en vano. El maestro ni siquiera se había inmutado.

- ¿Por qué no goza, señor? - le pregunté, con humilde servitud.

Él me dio su silencio por respuesta. Me marché llorando, porque era el primer hombre que rechazaba una de mis intrépidas felatios. 

 Cuando mi llanto hubo cesado, regresé y ayuné durante diez días y diez noches en su presencia para que me respondiese.

Al décimo día, se me acercó y me dijo:

- Si eres capaz de pronunciar algo más agradable que el silencio, seré tu amante.

Y así empezó la historia de la búsqueda del amor sublime, la verdadera historia de mi profesión.

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