Ayer lloraba por todas partes. Se dejaba escupitajos del ojo sobre la encimera, en los charcos, entre los dedos. Visualizaba trescientos mil cuchillos que venían a rescatarle de la conjura de los necios. Con esa misma energía habría podido caminar 30 kilómetros atravesando un prado, bailar durante seis horas seguidas en el seno de una fiesta, follar compulsivamente 7 veces aprovechando la capacidad multiorgásmica exenta de periodo refractario del cuerpo femenino o leer un libro hermoso, como los Cuadernos de Malte Laurids Brigge de Rilke, o escribir algo tan intenso como esa lluvia de cuchillos rescatándola del sinsentido, ese cielo tiroteado de la noche, agujeros de luz sangrienta en las galaxias y soledad inmensa, con pajita y limón, en una terraza.
Al día siguiente, creyó que era mejor no emplear esa energía en llorar, y decidió cabrearse.
Al otro, pluriempleó el corazón en las cosas que amaba, y cobró su primera sonrisa en mucho tiempo.
- Eres una montaña rusa emocional, necesitas un psicólogo. - le dijo alguien.
- Lobotomizo nueces y les meto poemas dentro, ¿te parece poco?.- respondió. - Mi loquero tiene el blanco de los ojos hipertrofiado, no me cobra un duro y se llama papel.
Al día siguiente, creyó que era mejor no emplear esa energía en llorar, y decidió cabrearse.
Al otro, pluriempleó el corazón en las cosas que amaba, y cobró su primera sonrisa en mucho tiempo.
- Eres una montaña rusa emocional, necesitas un psicólogo. - le dijo alguien.
- Lobotomizo nueces y les meto poemas dentro, ¿te parece poco?.- respondió. - Mi loquero tiene el blanco de los ojos hipertrofiado, no me cobra un duro y se llama papel.
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