viernes, 1 de noviembre de 2013

Sobre cavernas y serpientes





El lamento del chamán

La Tierra nos mostró cómo se vuela

mientras destrozábamos
un pollo
para comerlo en ritual.

Mientras lo cortábamos,
lo bendecíamos.
Mientras lo cortábamos,
pensábamos:

- ¡ Qué bello, qué simetría,
qué envolvente la piel del pollo!
¡como la piel del firmamento!

¡Qué noble la muerte cruel,
ese ángel Azrael
que lo liberó!
Esperaba la muerte en el matadero
de la putrefactio:
sé consciente. 

Y, entonces, llegamos a las alas.

- ¿A las alas les quitamos la piel?

Miramos las alas. Las alas son piel y un poco de hueso, hay poca chicha y mucho vuelo. 

Cogemos el ala cruda del pollo. Empezamos a moverla, vemos cómo está hecha, simulamos movimientos como si fuéramos sus titiriteros y luego imaginamos que somos la marioneta de un ángel, y que también volábamos -aunque bajito- y que también algo nos amputó para comernos:

Kundalini,
la serpiente,
que traza un ouroboros
mientra te pienso
con flores que florecen
en los pensamientos.

Nos estiramos en la cama. Los mandalas de nuestras almas bailan un tango. Es la fusión de amor que se imagina, que descubre mundos invisibles desde la caricia,
porque

Miramos las alas. Las alas son piel.

La gata es la guardiana que nos mira. Descubrimos nuestras alas. Ella las sostiene con el deseo de comérselas.

Nos comemos las flores de los pensamientos en una ensalada.
Jugamos a que las llaves son símbolos en el bosque de nuestra imaginación, estratega de paraísos.

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