sábado, 2 de noviembre de 2013

Sólo puede gritarlo el silencio

Escuchamos la sinfonía del universo
mientras el bosque nos pasea.

(Mientras el bosque se humaniza
y nosotros nos bosquificamos.)


Brincamos sobre el frío.
Las estrellas nos brillan
tras el vaho del aliento.

Practicamos el Amor Salmón:
nos enamoramos en la oscuridad
que profetiza el invierno.

- Imagina un destello que se explica brillándose
en milímétrica piel de centella.
- Yo tampoco lo entiendo.

Invocamos a la Flor espiral,
ese clítoris del bosque.

Nuestras lenguas cincelan el fuego:
somos los Escultores Ígneos
(es una nueva profesión). 

Bebemos de nuestros cuellos,
vampiros de la belleza.

Las estrellas alquimizan nuestros besos,
fabrican un cóctel de éxtasis.

¡Oh, miramos las estrellas!
Trazan para nosotros cuerpos invisibles
- esculpidos en el fuego-
para que la llama de amor viva
en mundos más sutiles y divinos.

El viento nos vuela
con todas sus manos en la misma caricia
(esa caricia que también despierta
 el orgasmo del bosque).

Es siniestro sentir tanto:
nos hemos fabricado una utopia de bolsillo
y también una utopía ambulante y migratoria
para repartir caricias a los mendigos de amor
y escribir un Manual de Escalada:
funicular hacia el cielo
sobre el Amor Salmón,
que remonta el río de los cuerpos
y bosquifica la existencia. 

Sabemos
queremos
osamos
y sólo puede gritarlo el silencio.

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