sábado, 14 de abril de 2007

El beso de Apolo


Una vez, en sueños, se me apareció Apolo. Me dio un beso en los labios y me secó la saliva. La boca se agrieta y desaparece el agua. La sequía predispone a la ablación del verbo. Pedí a Apolo beber del cáliz de su lira porque mis versos se estaban ajando y los cabellos, lentamente, se iban engriseciendo. Pero vino desnudo, sin laurel, de oro. En la oscuridad de la noche (era su descanso, Artemisa le había trocado el carro), se coló por mi ventana abierta y quiso robarme lo que le pedía.
Los días son largos y esa esfera de luz que despierta a los seres me impide escribir. Sólo cuando no me mira su ojo inmenso, puedo pensar que el calor del sol evapora los mares, y que es imposible besar a un astro sin prenderse fuego.

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