En ocasiones, una aguarda sentada en la puerta principal de la Facultad de Letras a que aparezca un iluminado que, como Alfred Jarry, se presente con vestimenta de ciclista, pistolas, la bebida como disciplina y una mítica comida, producto de su pesca diaria en el Sena. Entonces, una se pondría una camiseta con el monstruo de las galletas dibujado, daría un salto mortal y saludaría como lo hace Estragón en Esperando a Godot:
- No hay nada que hacer.
Obviamente, esto no sucede. Hoy en día, no. Y no porque no existan ganas. Quizá nos estamos volviendo conservadores, cómodos, fascistas anímicos. Se globaliza el pensamiento, se homogeneizan las tendencias. Incluso lo experimental está restringido o queda limitado a un juego insulso, exento del agonismo que antaño convertía el teatro del absurdo en un grito trágico, munchiano. Ya no estamos en entreguerras (¿seguro?). Se carece de conciencia histórica. El hombre vive sumergido en el líquido amniótico del confort y busca un ligero placer en el arte que, sin embargo, no debe llegar al estremecimiento catártico. No conviene que la ficción afecte en demasía a la realidad, ni que la denuncie, ni que la ponga en entredicho. Es mejor no sufrir demasiado y seguir viendo las malas películas hollywoodienses.
Poca rebeldía, poca motivación, el efecto hipnotizador de los mass media, el mercantilismo artístico: son síntomas de lo que Sebastià Serrano denomina "sociedad del conocimiento": la información se duplica en el mundo cada ochenta días (en los años sesenta lo hacía cada veinte años); a cambio, el hombre se convierte en un ser imbecivilizado y manipulable, los verdaderos valores se han difuminado tras un exceso de documentación que ha terminado basurizándose.
Ha resucitado Dios y es el Poderoso Caballero. La vanguardia se ha convertido en fetichismo. ¿Es usted original? Apoquine. Si busca la deleitación estética de lo absurdo y lo inesperado, entre en una de esas tiendas fashion que inundan las calles; si carece de recursos, confórmese con uno de los Bazares orientales que ejercen la misma función.
Dinero. ¿Qué se puede esperar de una sociedad que está dispuesta a gastarse seis euros en una mísera tarjeta de metro y encima recrimina a los radicales que saltan con gracia la valla para después gastarse la plata en, por ejemplo, una edición de la Divina comedia? Hay demasiada moral: calzonazos, marujos que siguen los diez mandamientos a rajatabla e impiden la liberación de los actuales anarkoaristócratas (que, por cierto, están en peligro de extinción). La inercia de nuevo es la fuerza más infalible del mundo y pocos se atreven a mojarse. Reina la vergüenza, el silencio que otorga. Por otra parte, si la vanguardia era un movimiento propio de la juventud y los jóvenes actuales prefieren la inconsciencia y la evasión del móvil y el chat (hechos que, por otra parte, limitan sobremanera su felicidad sexual) rien à faire. Asimismo, ¡cuidado! Un poco de locura lúcida nos puede conducir al manicomio.¿Acaso no lo decía el inicio del Aullido de Ginsberg?
Y entonces, me pregunto, ¿llegará algún chiflado mesiánico que, como deseaba André Breton, haya aniquilado la diferencia inevitable entre arte y vida? Alguien que se despida diciendo: "N'est-ce pas beau comme la littérature?" Quizá ronden por España algunos osados, como Calixto Bieito o Fernando Arrabal: el público los acepta con morbosidad y buen humor. Pero, ¿es suficiente? En todo caso, se inspiran en la vanguardia, pero no la adoptan en un estado puro: esta es la situación actual; lo más prudente es el sincretismo. Podríamos argüir, por otra parte, que hoy en día nadie se llamaría "vanguardista" como nadie se llamaría "neoclásico", "romántico", "realista", "naturalista" o "prerrafaelita". Para el artista en boga es mejor no remitirse a una sola etiqueta, sino buscar un collage de términos con inmediato éxito comercial.
En definitiva, los que añoramos el espíritu de las vanguardias, debemos seguir esperando a Godot, al héroe anónimo que no llega, el que no será reconocido oficialmente. Hemos de aguardar a los profesores outsider de la facultad (los que fuman en clase y reconocen su afición a la papiroflexia), a las borracheras a altas horas de la madrugada, a los arrebatos dionisíacos de unas cuantas horas charlando en el bar de la esquina con el amiguito-bicho-raro de turno. ¿Está desacreditada la vanguardia? Ummm....De hecho, ignoramos si existe actualmente algún kamikaze órfico capaz de asumir la suma responsabilidad de esta empresa, alguien dispuesto a suicidarse socialmente.
1 comentario:
Alfred Jarry, el auténtico campeón del alcohol, fue el discípulo más aventajado mi amado Marcel Schwob, con permiso de Apollinaire.
Ubú nos enseñó cuanto poder tiene la "Mierdra". Saltar el control del metro sólo tiene gracia cuando están los guardias enfrente con las porras y los perros. Acaso es mejor protestar ante el ojo ciego de una cámara de seguridad? LA VANGUARDIA sigue siendo el diario más leído en Cataluña, un mercurio para pedantes aficionados al columnismo autosuficiente. El KandinsKy de hoy es un bebedor de aguarrás frente al zurullo de la hija de Tom Cruise. Hay un Egon Schiele en cada frenopático, todo el mundo conoce a uno. Y los kropotnikianos subalternos envilecidos por horas de retina en libros que enturbian la mente se sienten a salvo con el autoengaño del "yo no soy".
La primera línea de batalla somos nosotros, nos guste o no. Los bretones sin clase.
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