Aquí, yo solo, entre libros de metal,
escritos dejé los secretos de la sabiduría,
secretos de oscura contemplación,
a fuerza de librar horribles combates
contra los monstruos que alimentan el pecado,
monstruos que habitan en el corazón humano (...)
WILLIAM BLAKE, El libro de UrizenQué imbécil -mayúsculo-, el que pierda el tiempo escuchándome.
Aquel que carcome su vientre en la diarrea beatífica de la nada.
Aquel autohumillado con deseos abortados en la lengua y llagas en los genitales.
Aquel que destruyó su juventud en el templo de la sabiduría académica.
Aquel que bebe su dolor en el dorado brebaje de un barman pretencioso.
Me lloran los poros y el jeroglífico del ADN:
Siento una piedad inmensa por aquel,
el septuagenario de espíritu, el jubilado tonto.
Qué imbécil - lo siento-, la que acuña la rutina con restos de maquillaje malgastado.
Aquella que recita con voz de muerta su juventud hipertrofiada.
Aquella que deambula hasta desangrar el óleo de su entraña ficticia.
Aquella que mendiga sedienta de planetas y crepúsculos blandos.
Aquellas curvas melancólicas que se cubren con la armadura de la psicodelia.
Me lloran cataratas de regaliz rosa por la boca.
Siento una piedad inmensa por aquella,
la convertida en fiebre y en fetiche, la jubilada tonta.
Qué imbécil -mayúsculo- el que pierda el tiempo escuchándome.
Me lloran incienso, oro y mirra las pupilas bulímicas de mundo absurdo.
Me llora alquimia el sexo triste. (¡Cómo hiere ser espectador de esta lepra!).
Siento una piedad inmensa por aquel, el suicida de promesas relámpago.
Siento una piedad inmensa por aquella, yonqui tras la sobredosis de sí misma.
¿Qué haces aquí? ¿Qué te llevó a la orilla de esta música que destroza los tímpanos?
Imbécil por desertizarte en vez de estar bañándote en el mar.
Imbécil por fosilizar tu plenitud e incrustar el corazón en escayola.
Tú, embaucador de sueños nublados, que ignoras qué es bailar hasta el amanecer.
escritos dejé los secretos de la sabiduría,
secretos de oscura contemplación,
a fuerza de librar horribles combates
contra los monstruos que alimentan el pecado,
monstruos que habitan en el corazón humano (...)
WILLIAM BLAKE, El libro de UrizenQué imbécil -mayúsculo-, el que pierda el tiempo escuchándome.
Aquel que carcome su vientre en la diarrea beatífica de la nada.
Aquel autohumillado con deseos abortados en la lengua y llagas en los genitales.
Aquel que destruyó su juventud en el templo de la sabiduría académica.
Aquel que bebe su dolor en el dorado brebaje de un barman pretencioso.
Me lloran los poros y el jeroglífico del ADN:
Siento una piedad inmensa por aquel,
el septuagenario de espíritu, el jubilado tonto.
Qué imbécil - lo siento-, la que acuña la rutina con restos de maquillaje malgastado.
Aquella que recita con voz de muerta su juventud hipertrofiada.
Aquella que deambula hasta desangrar el óleo de su entraña ficticia.
Aquella que mendiga sedienta de planetas y crepúsculos blandos.
Aquellas curvas melancólicas que se cubren con la armadura de la psicodelia.
Me lloran cataratas de regaliz rosa por la boca.
Siento una piedad inmensa por aquella,
la convertida en fiebre y en fetiche, la jubilada tonta.
Qué imbécil -mayúsculo- el que pierda el tiempo escuchándome.
Me lloran incienso, oro y mirra las pupilas bulímicas de mundo absurdo.
Me llora alquimia el sexo triste. (¡Cómo hiere ser espectador de esta lepra!).
Siento una piedad inmensa por aquel, el suicida de promesas relámpago.
Siento una piedad inmensa por aquella, yonqui tras la sobredosis de sí misma.
¿Qué haces aquí? ¿Qué te llevó a la orilla de esta música que destroza los tímpanos?
Imbécil por desertizarte en vez de estar bañándote en el mar.
Imbécil por fosilizar tu plenitud e incrustar el corazón en escayola.
Tú, embaucador de sueños nublados, que ignoras qué es bailar hasta el amanecer.
Tú, niñata temerosa, que has llegado hasta aquí sin un sólo beso en la mejilla.
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