Mientras soñábamos, las alas se extendían airosas en la espalda:
un callejón de Chagall y luceros pastel barnizaban un mundo bucólico
bajo los pies, desnudos de grilletes. La media voz de un hombre
alimentaba sin piedad mi sonrisa desmedida. Era feliz volando
sobre un jarrón de mitos báquicos y aéreos. Un tropel de almas
se asomaba a las ventanas más pobres; los enamorados se abrazaban
sobre el asfalto; los ancianos adoraban a los niños y los niños
jugaban para los ancianos. Soñábamos y éramos dioses. Soñábamos.
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