lunes, 4 de junio de 2007

Acabemos con el género epistolar





[Mortadelo disfrazado de maruja]


Apreciado Eustaquio:

No puedo abandonar este día sin desearle buenas noches. Y, por cierto, antes de cerrar los ojos y abandonarme al sueño, no tengo más remedio que desengañarle. Usted la semana pasada me pidió en matrimonio, pensando que yo era una mujer harto distinta a las bobaliconas que suele desdeñar. Por ejemplo, con elegante estrofa, escribió:

Llevo la vida buscando
a una hembra con cabeza,
en medio del gallinero
en que todas se estropean.
.
Hágame el favor, señora,
hágame el favor, y escuche:
pocas muchachas me quedan
con un pensamiento ilustre.

Por ello, yo la codicio
como a un valor supremo;
le pido que sea mi esposa
lleno de amor verdadero.

Diga que sí y será reina;
diga que sí, y no tema;
pues yo le juro de veras:
todas menos vos son memas.


Entiendo su posición. No es demasiado fácil encontrar a una mujer capaz de declinar sustantivos latinos, jugar al ajedrez y leer versos de Horacio. Pero no quisiera defraudarlo, Eustaquio. Hoy me ha desbordado la humanidad. Sí, ahora puedo salir al balcón y gritar:

- ¡Yo también soy una maruja!

Creo que si Fausto fuera una mujer, después del pacto con Mefisto, efectivamente, se habría convertido en una de esas marías que acuden rutinariamente a la peluquería, deambulan los días libres por las calles hurgando nuevos trapitos y se emperifollan lo más posible para engatusar a los monos de sus maridos. Cómo expresarle, apuesto señor, las dosis de materialismo y superficialidad, especialmente toscas, que destilan estas costumbres. Claro que, usted es un dandy, y seguramente no está acostumbrado a tales bagatelas: ayer me decía que, cuando pasea por la Audiencia, no quiere ver más allá del brillo de los gemelos en su americana. ¡Oh, qué diferente a mí, querido amigo! ¡En qué craso error ha caído su embelesamiento! Debería saber que la presente, del linaje de Eva, hace malabarismos con el aire y genera ilusiones en su retina. Cuán equivocado andaba usted al escribir:

La noche de luna llena
en que sus labios me hablaron,
sin duda alguna, Isabel,
letrada la designaron.

A pesar de sus mofletes
y de su infantil semblante
las palabras de mi dama
no envidian al hierofante.

Minerva sois en persona,
que es Atenea la griega,
yo quisiera emparentarme
con esta nueva sirena.

Por un beso de su boca
renunciaría a mi fortuna:
no hay belleza ni sapiencia
que tan juntas se reúnan.


Ha sido un lamentable malentendido, Eustaquio. Por ello debo serle franca. La servidora hoy se ha teñido el pelo de negro azulado, se ha puesto un modelito sin más intención que endurecer los miembros varoniles de los viandantes y se ha ido a comprar baratijas a las rebajas de Agosto. Ha sacado pecho y trasero durante todo el trayecto, para comprobar que provocaba la suficiente lujuria a su alrededor. De ese modo, ha saciado su vanidad hiperbólica. ¿Por qué pensó que yo era distinta a las demás? ¿Por qué, mi pobre amigo?

¡Adoro la coquetería!¡Me encanta pasarme horas ante el tocador, repasando los mechones de mi cabello, controlando la tersura de mis pómulos, el brillo de mis labios, la espesura de mis pestañas! Controlo con rigor matemático todas las calorías de mi dieta, utilizo todas las cremas hidratantes y antiarrugas del mercado y, por supuesto, acondiciono mi melena con una mascarilla de aloe vera como mínimo una vez por semana. ¿Qué podría calificar entonces de candor, sencillez y espontaneidad en mí? Deje que me lo tome a broma. Con cariño, claro. De nuevo le volveré a citar sus propios versos:

¡Qué ingenua y virginal moza!
No conoce la maldad.
Ninguna pretensión horrible
ha ensuciado su beldad.

Con plúmbeos brazos de nácar
y modesta envergadura
conquista todos mis átomos
sin conciencia y sin usura.



¿Cómo que sin conciencia? ¡Sé perfectamente lo que hago! Esta tarde, por ejemplo, no se lo imaginaría, mi querido Eustaquio. Justo cuando estaba comprándome una prenda picarona, un corsé negro acordonado con cintas de raso, el dependiente de la boutique me ha mirado el escote y ha exclamado:

- ¡Ojazos!

Yo, obviamente, le he sonreído y he sacado más pecho todavía, para que el admirador pudiera apreciar el pronunciado valle de mis senos, mis senos que tienen un sabor parecido al de la sidra. Pero no se abrume, caballero, que no he querido en absoluto ligarme a este Tenorio. Qué divertido cotejar mis párrafos prosaicos con sus entelequias poéticas:

Musa de pureza inmensa,
sílfide de aire y nube,
madre profunda y tierna
que de caricias nos cubre.

Moral impecable y cierta,
alquimia de libro célebre,
docta extensión de librera
que Alejandría retiene.

Así sois vos, fiel señora,
ángel del hogar pacífico,
buena cónyuge y amiga
sin afanes ni caprichos.


En realidad, lo del dependiente de la boutique no ha sido nada en comparación con lo acaecido con un camarero del Borne, apuestamente vestido con una camisa negra y pantalones de camisa (más joven que usted, mi Eustaquio). Me ha embrujado con el siguiente piropo:

- Anda, chula, no sabía que las flores caminaran.

Me lo ha dicho con una fogosidad que supera la ingeniería barata de sus romances. Era un joven algo mayor que yo, de mirada lapislázuli. He pasado por enfrente de la taberna en la que trabajaba. Al parecer, hoy apenas tenía clientela y estaba fumando un cigarrillo en la puerta del local. Lo he visto tan atractivo que no he podido resistirme y, saltándome el protocolo de las féminas, me he dado la vuelta y le he prometido que esta misma noche le enseñaría el corsé que me he comprado. Le he dado la dirección del hostal en el que transitoriamente me hospedo.

Acaba de llegar.

[...]

Ahora yace junto a mí. Me está besando el cuello mientras le escribo, y pronto [...]

Hola, Eustaquio, ya he sido presentado. También soy poeta. Tengo unos versos para usted:

Eustaquio es un calzonazos,
pedante desaborío,
no me maree a esta moza,
que me la ***** ahora mismo.

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