martes, 5 de junio de 2007

Fuego sobre cielo



Fuego sobre cielo

A veces, de noche, los siglos se congregan
y se destruyen al charlar sobre el instante.
Rítmicamente, una serpentina de arena y esperma
lame las ingles de la juventud. Entonces,
el Tiempo pasado es el Tiempo futuro
y la nostalgia se redefine a sí misma:
"aquello incapaz de realizarse". (¡Oh caballeros
blandos! ¡huérfanos, huérfanos, huérfanos!)

Un Fausto melancólico me intuye en su desierto
decimal. Mi vuelo en suspenso dura lo que
su mirada perezosa. Digo a la Memoria víveme,
ya que ahora me aplico una predicción meteorológica
y entonces ya soy tarde y nublada para mí misma.
Le repito a la Memoria -es una mujer olvidadiza-
Víveme o lloraré por mi carne viuda de mí dentro
de un siglo, porque no seré más después de muerta.


Este paisaje siempre. Acuarela borrosa
atendida por las lluvias torrenciales de mayo.
Este paisaje, dueño de las espirales de la vida,
tan rutinario y dulce e idéntico al día anterior
que podría hervir dos huevos duros en sus colores.
Este paisaje humilde, tan cadáver a la vista
que sólo buscamos entre sus escombros ojos que brillen,
ojos para mirar otros rincones menos urbanizados.

He venido del Extremo Oriente para venderte
la mirra a cambio de barrancos súbitos, hogueras
cátaras y miradas de seiscientas promesas. Tengo
un secreto lento, que dura lo mismo que la novena
sinfonía de Beethoven y los trayectos en cercanías
de RENFE. Me dejo dormir en tus párpados
con la República de Platón y las paradojas de Sancho.
Sólo la Indiferencia podría arrancarme de esos brazos.

Visito la boca de la Fortuna por si tienes ganas
de lamer las líneas de mi mano. Inundo a la nodriza
del poeta para que silbe dudas en tu ausencia.
Y tú pareces un viento inundado de respuestas.
Y tú pareces recogido de un naufragio de dioses.
Y tú pareces mi costilla inventada, esa varita mágica
con la que un dios convirtió al hombre en mujer.
Y tú pareces un conjuro sin nombres.

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