miércoles, 27 de junio de 2007

Suela y suelo


[Cuadro de Magritte]

La suela de mi zapato quiso abrazarse a su querido,
sí, a su querido; y por eso me tiró del aire con un hilo
de pescador. El anzuelo me arrastraba y arrastraba,
desde el cielo hasta la superficie más superficial
de la tierra; y entonces yo sentía las súbitas palabras
de la suela, que gritaba:

- ¡Oh, suelo, quiero abrazarte y estirarme
sobre tus vastos miembros!

El suelo lloraba ante la declaración de amor
y se creaban charcos y océanos sobre su lomo;
también mi suela plañía, y su llanto
descendía en forma de lluvia.

- Oh, suela –respondía el suelo–, pero ahora tendrás que nadar,
porque nuestras lágrimas me han inundado.

Yo escuchaba gemir a mi suela,
y por eso no me atrevía a decirle que lo que yo en verdad
deseaba era seguir volando, y que ya se conformaría
con el beso tenue de los vientos y el cosquilleo de las colas
de los cometas que saltan como ardillas enérgicas;
mi suela parecía impaciente y arrugaba el hocico con pena
mientras seguíamos cayendo, sin consuelo alguno,
entre los huecos de los agujeros negros,
y con el adiós desconsolado de las galaxias y los polvos de estrellas.

Por un momento deseé deshacer el nudo que nos unía, y liberar
a los cordones de su asfixia constante, pero un ligero sentimiento
de nostalgia y egoísmo me lo impedía; de modo que yo seguía
descendiendo junto a la suela de mi zapato.
De este modo, sacrifiqué mis vuelos por la pasión de mi suela.

Cuando llegamos a la Tierra, tres cuartas partes del suelo
estaban cubiertas de lágrimas. Caímos sobre un mar, y mis piernas
batían con cansancio para salvarme la vida. Mi suela miraba al suelo
a través de las decenas de metros de llanto que los separaban.

- Bébete todo el agua, - me pidió - de este modo, pronto
podremos reencontrarnos el suelo y yo.

El mandato me entristeció. Respondí.

- Yo no puedo beberme todo el agua, ¡oh suela!, de lo contrario
moriría, porque mi cuerpo es pequeño frente a la inmensidad
del agua. Por eso prefiero nadar hasta encontrar una orilla.

- Pero no puedo esperar. - contestó la suela.

De modo que a medida que mis brazos aleteaban y las manos cavaban
en el líquido, mis labios libaban la sal y sorbían con lentitud el agua.
Estuve así durante cinco años, pero no bastó. A veces la suela dormía y se estremecía
en sueños, tal vez adelantándose a su futuro reencuentro con el suelo.
Una noche tuvo una pesadilla, y se despertó sobresaltada:

- ¿Qué te ocurre? – le pregunté.
- Oh, ¡qué desastre! He soñado que llorabas mientras te tragabas
nuestras lágrimas, y entonces he comprendido por qué no se rebaja
el nivel del mar. ¡No llores más, por favor! ¡No llores más!

Y cuando ella pronunció estas palabras mis ojos se aguaron más
todavía, y la suela al verme llorar más, lloró también, desesperada.

- Entonces, si no puedes beberte el agua.- dijo, con tono cruel-
deberás bucear hasta el fondo.

- Pero no creo que me alcance la respiración- repliqué.
- No me pongas más reparos. – concluyó ella, y después se volvió a dormir,
para besarse con el suelo en algún rincón de su fantasía.

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