Todos los vecinos de mi bloque cayeron en una depresión psicológica fulminante. Como nadie tenía dinero decidimos visitar al oráculo de nuestro barrio, ese parroquiano del bar Manolo, el borracho ancestral que predecía el futuro en el fondo del vaso.
La receta del cóctel milagroso, el que cura mal de amor, de salud y de dinero (siguiendo el orden de desgracias prescrito por todos los horóscopos) es la siguiente:
Para los cornudos, whisky on the rocks mezclado con peppermint, bebiéndose preferentemente en el ombligo de la prostituta de la comunidad.
Para los parados, un barato calimocho de fabricación casera, con los dos cubitos de hielo pertinentes en vaso de plástico.
Para los parados, un barato calimocho de fabricación casera, con los dos cubitos de hielo pertinentes en vaso de plástico.
Para los nihilistas intelectualoides, directamente absenta, a litros, ahí se mueran todos.
Para las marujas de vida monótona, un martini en compañía del consabido actor con gafas de sol y labios carnosos.
Para las marujas de vida monótona, un martini en compañía del consabido actor con gafas de sol y labios carnosos.
Para los mileuristas que comparten piso, lo que sea, pero con un montón de ingredientes lo más variados posible. Incluso con yemas de huevo. Pero que dejen la cerveza.
Así pasamos nuestras tardes, ahogando nuestras penas en vasos que, por lo general, suelen estar semivacíos. Lo más triste es que casi siempre utilizamos los de la Nocilla.
(Fotografía de Chema Madoz. ¡Buscad sus fotos, son increíbles!)
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