jueves, 8 de marzo de 2007

Secretum



¿Alguien sabía que Petrarca tenía un secreto? Escribió un librito para sí mismo, no para alcanzar la gloria entre su público lector. Acabo de leer la primera edición de su Secretum (traducción y prólogo de Xavier Riu. Barcelona: Cuaderns Crema, 2004).

"Tú, pues, librito, huye de la compañía de los hombres y confórmate con quedarte conmigo, acordándote de tu nombre. Eres mi secreto y así te llamarás; y cuando yo esté ocupado con cosas más altas, así como a escondidas has registrado tus palabras, a escondidas me las recordarás."

Ese secreto me recordó mucho a La consolación de la filosofía de Boecio y, de hecho, tiene el mismo filón de estoicismo reflexivo. Recuerda que vas a morir, medita sobre la inminencia de tu mortalidad y cuán vanas son las cosas pasajeras. Petrarca, en el diálogo imaginario con su maestro San Agustín (de quien ha leído las Confesiones y La ciudad de Dios), concibe una especie de vademecum existencial, desentraña el error de sus pasiones más profundas y, en presencia de la Verdad, intenta derribar los muros y falacias de la gloria y el amor mundano. El libro se pone a punto de caramelo cuando vemos a San Agustín dándole consejos a Petrarca para que se desenamore de Laura, que le ha hecho perder demasiado el tiempo y le ha encendido pensamientos lujuriosos. La musa no queda muy bien parada, que digamos.

De todos modos, hay un momento para cada lectura. Ayer, al terminar el libro, me dio el telele de los estoicos. Digamos que no es muy sano pensar: "¡Es verdad! ¡Todos moriremos!", porque ni siquiera hoy en día tenemos del todo el consuelo de la religión. O al menos yo, que sólo alcanzo a creer, muy paganamente, en el culto a la madre Naturaleza e intuyo vagamente algunos preceptos teosóficos y wiccanos.

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