sábado, 10 de marzo de 2007

Maldito sentido común



Y, de repente, un día soleado ya no es un día soleado. El amor se convierte en una daga cruel y destructiva. Y de la rabia ruedan las lágrimas ansiosas de otro mar más profundo, de más confusa e impredecible marea. Pasas por mi lado y yo paso por tu lado y estamos abiertos en canal. Los barrotes de la prisión son las greñas negras cayendo sobre el rostro o la puerta forjada en hierro de un ascensor vetusto. Me he convertido en una bestia humana que gime, y estos gemidos son también absurdos. Entonces, de súbito, mira: qué sombrío día soleado. Mira la calle ancha, los demás bípedos caminadores, el capricho daltónico de los semáforos. Mira las acacias bamboleándose, la risa impoluta de algún niño, la queja silenciosa del viejo encorvado. Mira qué simples e idiotas los que no llegarán a enamorarse nunca: esos encorbatados con maletín de mano, los fashions más pendientes de sus pantalones nuevos que de la tiniebla de sus miradas opacas, las marujas acostumbradas a una hostilidad que ellas mismas promueven con su histrionismo mártir. Y, ahora, mira nuestro reflejo en los escaparates de las tiendas: qué simples e idiotas mocosos románticos, aplastados por la insolente vulgaridad de una tarea doméstica o un objeto cotidiano. Qué gilipollas inadaptados, sepultados por los yunques de Liliput. No en vano los monstruos más temibles son de tamaño microscópico. Maldito sentido común.

(Cuadro: Albert Dürer, Esqueletos bailando)

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