lunes, 5 de marzo de 2007

Kamikaze órfico



Escribamos, pues, en el reverso de la vida.
Hay un lotófago detrás del murmullo
de cada acera. Una intuición fibrada
nutre de seda la palpitación del enigma.
Y entonces el limbo se reviste de cuero rojo,
se prolonga una meca horrible de oreja a oreja:
el Deseo se esconde detrás de la máscara,
se acurruca estúpido para engendrar la Peste.
Despertad, huérfanos de padre y madre. Solitarios
sin pareja. Dejaos de rascar los respectivos sexos
y clavad una mirada ulcerante en el paisaje
que os duele. Algo os llama a la hermosa destrucción:
con una pistola grande podría reventar la humanidad
en vuestra cara. Lanzáos, Kamikazes locos,
apalead los vientos de las nubes parturientas.
Alguien llamará, seguramente, a los maderos;
vuestros amuletos tribales levantarán sospecha.
Kamikazes órficos, astronautas del infierno,
seducid a la sangre que alimenta a la vida,
morid dignamente con un verso rezumando
de la boca. Apagarán la música antes de que bailéis,
ni siquiera se darán cuenta. Y entonces, lentamente,
diluviaréis cuarenta días y cuarenta noches.

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