lunes, 5 de marzo de 2007

El arte de amar


Al meu amic Bernat Prado

Cuando era muy pequeña vi este cuadro de Chagall en un libro de poemas y cuentos infantiles. Me metí dentro y me convertí en la mujer vestida de azul. Fue entonces cuando intuí lo que podía ser enamorarse de alguien que nos desmonta las leyes de la física.

- ¿Y a qué vienen estas cursiladas?- pregunta el Lector Impertinente.

- ¡Eh! -me defiende otro más amigable.- ¡Hay que ser muy duro para hablar de amor!

Aquí dentro no existen protocolos de comunicación, ni pedantones académicos que borran el "yo" subjetivo para sustituirlo por el pronombre mayestático u obligan a escribir con un impersonal, aséptico y pretendido objetivismo. ¡Cuánto daño nos hacen estos policías de la mente!

Hoy me ha escrito uno de esos grandes amigos que todo el mundo tiene. Sus palabras destilaban vitalidad por todas partes. Ahora tiene ese brillo en los ojos característico de las personas que han estado más allá de los cubículos razonables de la cotidianidad.

Vale. Está enamorado.

¿Cómo iba a ser de otra manera? Me ha enviado una canción. La música es el arte más sublime. La necesitamos. Todos los grandes recuerdos vienen acompañados de un tema especial.

Los que hemos pasado por ese trance maravilloso de horas fusionadas en un segundo, ese deambular incierto con alguien que nos ha deslumbrado mágicamente, en fin, sólo podemos reírnos para adentro y decir con cierta tópica torpeza: "¡Eh, vive esto, es lo más importante del mundo!"

Si los tópicos existen es por algo.

Sherlock Holmes decía que el amor hace mermar las facultades del intelecto, y Petrarca declaraba a este sentimiento como una enfermedad (acrietudo amoris). Pero el más increíble ante el tema, a mi parecer, es Freud. El hombre que hablaba de Eros y Tánatos como las dos pulsiones fundamentales del ser humano. El que, refiriéndose a la sexualidad insatisfecha como causa principal de la infelicidad, convirtió los libros de interpretación de sueños en lúbricas perversiones (darse la mano con alguien en sueños, por ejemplo, según él, es síntoma de onanismo reprimido), y acuñó términos terroríficos como "complejo de Castración", "complejo de Edipo" o "sublimación". ¡Ja! Despuntan en mi biblioteca las Cartas de amor que escribió a su mujer Marta y en ellas leo un sinfín de "cariñito" "niñita mía"... ¿Alguien ha psicoanalizado a Freud?¿A alguien le interesa hacerlo?¿Marta se parecía a su madre? ¿Le dijo alguna vez que sus inocentes sueños contenían una libido animal desenfrenada?

(...)

Y, mientras tanto, ea, a enamorarse.

2 comentarios:

J. dell' Ira dijo...

Hay arbustos espinosos que pueden estar corriendo sin enraizar durante años. Entran en vórtices anchos y aleatorios sin repetir recorrido y apenas aquietarse jamás; ira del aire las levanta, al cierzo de las tierras duras las roba una ventisca sin nombre, el capricho por destino de otro oraje las engrupa cavalcando, áspero el monte, a ras de bierzos y alconoques, más allá y más hacia aquí de qualquier suspiro de estrías invisibles, arañazo de una grupada salvaje de secano, descansando por contraste en un trombo de sí mismos hasta la racha, el vendaval a la carrera del abuso alado, y escapar, escapar, escapar, escapar de ese aliento.
Algun grito aragonés, canto a los ojos, los bautiza 'solitarias', las que pierden sus espinas empujadas por el viento. De lejos, estelas de polvo que diluye el mismo viento que levanta, brechas en el aire, regueros de materia en suspensión abriendo surcos por encima de la tierra, tiempo sin tiempo; más cerca, cuerpo de nada, flor de cardos para sí misma, forja de pinchos torvos, maraña con clavos adentro, mañana de abrojos.





[esto porque me he divorciado, y ahora a sangrar la fragua y a correr con el viento, solitaria]

Jesús Alonso Ruiz dijo...

No sé si los argumentos ad hominem invalidan las teorías.
Las palabras-maleta están (amor, digamos), justamente, para rellenarlas con conceptos a nuestra conveniencia.
Lo innegable es el sentimiento. Es decir, nuestra incapacidad para definirlo sin antítesis; véase el soneto de Lope, que de eso sabía...