sábado, 26 de mayo de 2007

Viento sobre cielo


Viento sobre cielo
Quizá no sepa resistir tan bien el dolor. Intuyo
que Esto es peligroso. La memoria viva de lo sentido
me está preparando para desvanecerme. Estoy
condenada a bla bla siempre. No me sirve de nada
verme hermosa, follada, acariciada, venerada
hasta la extrema unción por un Albañil metafísico,
galán pijoapartesco
[1]: Si la belleza fuera un segundo,
tú serías veinticuatro horas
. Aplaude un ángel de Alberti.

Hay gotas, lágrimas, en el espejo si no te cruzas
conmigo. Lo atravieso, no me importa perder
la propia imagen para hacerlo. Soy invulnerable
al resto del mundo. Te bla bla cobardemente.
(Alicia es feroz por débil.) Me acicalo durante
horas pensando que después te encontraré
en el Tronco de un árbol mágico. Luego
me avergüenzo de mí misma. Enloquezco, miserable.

Necesito llegar astralmente hasta ti. Me bla bla
todas las noches. No sé de donde nace este deseo
profundo. ¿Me abrirás los brazos si me presento
en tu cama? ¿Sientes mi presencia llorosa
en tu bla bla? Estoy en ascuas, atanor
[2] suicidio;
tal vez debiera bla bla de nuevo. Pero también
veo a ese Demonio larguirucho -ése que "No Existe"-
el que me frena las piernas con su mortal lascivia.


Le insulto, le escupo, le bla bla que no me ha ganado
y que no me importa. Le demuestro durante
meses que bla bla perfectamente. "Me falta el amor,
pero me sobra el talento." Eso me bla bla,
imbecivilizada, con ojeras de leer y de escribir,
con agujetas de contemplar la luna y reírme de las Parcas,
obcecada en el desierto en miniatura de un reloj de arena.
Siento que envejezco. Soy joven, y envejezco.

El Demonio prosigue, mujer, no eres buena:
encantas. Entre el cuello y las clavículas
se ha crucificado un hombre opaco. Cada vez
se bla bla con más sigilo. El sol no puede aclararse.
Está desvelado por su propia luz. La noche
no puede entubiarse. Está fusionada con su sombra.
Ulises, regresa, lo suplico. Mi telar hace muecas.
Regresa, Detonador de los Mundos de Vidrio.




[1] Agradezco infinitamente a Marsé la invención de este adjetivo en la inolvidable Últimas tardes con Teresa.[2] Atanor: Término alquímico, que en griego significa "inmortal". Se llama así en alquimia a la torre/horno que se construye para que se mantenga siempre el fuego continuo y contenga, en su momento, la Piedra Filosofal o el Elixir.

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