Agua sobre cielo
Pero hace tiempo que salí del blanco y el negro.
Periodística. Soy un laberinto de colores
con collar de perra, correas en las caderas,
danza del vientre por aprender, flamenco
en la garganta, una falda soberbia y sólo cinco
años para los veinticinco,- la edad de mi plenitud,
según los Estadistas-. Me entretengo mirando
la forma de las nubes; soy otra voyeur de sueños.
Bailo junto a los árboles de Vallvidrera. Ellos
me preguntan por ti. (Las hojas son bocas
que carcajean. El jabalí me olfatea las piernas.)
Travestizo mi mandíbula, casi parezco eufórica.
Ya ya ya ya recuerdo cómo me deslicé en la Duda.
Ella me mostró los ciento volando, y yo ansié
que nunca dejasen de danzar para mí en el viento.
(Qué haría con un pobre pájaro en mano.)
Ahora que vuelvo a pensarte, por culpa
de la artosis,[1] yo que me creía invulnerable,
con la distancia creadora, yo que pensaba
que me reiría de los nosotros de Antes, temo
enloquecer. Recorro las puertas lunáticas,
resbala el oleoso acueducto del ojo vecino,
pretendo saludar con la naturalidad de las puestas
de sol, pero el invierno hiela mis cejas amantes.
Mis vigías del alma, no apuestes, dijeron,
no mires a ese hombre que buscas.
Hay repulsión, desdicha, malentendido consciente.
Escapo por el sendero del hemisferio izquierdo.
Aprendo cábala, alquimia, coágulo y vida.
Borro tu teléfono y el mensaje [2]que tenía
preparado para cuando llegase a... ("Estoy
en París y camino sobre todas las nubes del mundo").
Duermes en mis párpados alucinados. Sólo
me queda de ti Manuel Rivas y una poca gasolina
que se agotará tras la última línea de este amanecer
incombustible. (Ningún resto de galaxia en el útero.
Ninguna ópera ahogada en los oídos.)
Me obligo a inventarte para no morir del todo,
porque si no te conozco, no he vivido;
Pero hace tiempo que salí del blanco y el negro.
Periodística. Soy un laberinto de colores
con collar de perra, correas en las caderas,
danza del vientre por aprender, flamenco
en la garganta, una falda soberbia y sólo cinco
años para los veinticinco,- la edad de mi plenitud,
según los Estadistas-. Me entretengo mirando
la forma de las nubes; soy otra voyeur de sueños.
Bailo junto a los árboles de Vallvidrera. Ellos
me preguntan por ti. (Las hojas son bocas
que carcajean. El jabalí me olfatea las piernas.)
Travestizo mi mandíbula, casi parezco eufórica.
Ya ya ya ya recuerdo cómo me deslicé en la Duda.
Ella me mostró los ciento volando, y yo ansié
que nunca dejasen de danzar para mí en el viento.
(Qué haría con un pobre pájaro en mano.)
Ahora que vuelvo a pensarte, por culpa
de la artosis,[1] yo que me creía invulnerable,
con la distancia creadora, yo que pensaba
que me reiría de los nosotros de Antes, temo
enloquecer. Recorro las puertas lunáticas,
resbala el oleoso acueducto del ojo vecino,
pretendo saludar con la naturalidad de las puestas
de sol, pero el invierno hiela mis cejas amantes.
Mis vigías del alma, no apuestes, dijeron,
no mires a ese hombre que buscas.
Hay repulsión, desdicha, malentendido consciente.
Escapo por el sendero del hemisferio izquierdo.
Aprendo cábala, alquimia, coágulo y vida.
Borro tu teléfono y el mensaje [2]que tenía
preparado para cuando llegase a... ("Estoy
en París y camino sobre todas las nubes del mundo").
Duermes en mis párpados alucinados. Sólo
me queda de ti Manuel Rivas y una poca gasolina
que se agotará tras la última línea de este amanecer
incombustible. (Ningún resto de galaxia en el útero.
Ninguna ópera ahogada en los oídos.)
Me obligo a inventarte para no morir del todo,
porque si no te conozco, no he vivido;
[1] Artosis es la "enfermedad del arte"; se trata de un neologismo inspirado en la literatosis de Onetti (dícese de la "enfermedad de la literatura"). Nótese su parecido con la antipática artrosis.[2] El poeta ha de ser reflejo del tiempo en el que vive. Escribo bajo el barómetro de lo auténtico. Siento apelar a esta tecnología pagana, guardiana de nuestros caprichosos secretos.[3] Cernuda me improvisa los últimos versos...
No hay comentarios:
Publicar un comentario