miércoles, 23 de mayo de 2007

Odas chúrrico-telúricas a la mujer kitsch



[Nota inicial: El churro es un juguete literario, atroz y completamente amoral, prominentemente sexual, un monólogo interior de corte irreverente, inspirado en los manifiestos dadaístas de Tristán Tzara, el psicoanálisis de Freud y los libros de autoayuda. Con humor y libertad...Hace años me habrían enchironado por esto.]

Para una Betibú alucinógena, de veinte centímetros,
el souvenir perfecto de la orgía con gafas de Lolita,
medias de rejilla, guantes de Rita Hayworth, tanga de leopardo,
tacones de aguja y libros lascivos abiertos de par en par
-como ventanas- y violados por un viento borracho.
A ti, que me conociste defecando en un retrete intelectual,
bohemiando con los pantalones bajados.
A ti, del gremio de las prostitutas del arte,
devorada lésbicamente por las musas en tu más tierna edad.



acotación inicial

(Estos churros telúricos no pueden ser recitados por un rapsoda sin peluca o sombrero esperpéntico. Se requeriría el rugido permanente de un vibrador en la mano derecha -momentánea antorcha de una estatua de la libertad depravada por el arte y por el sexo-. Asimismo, es obligatorio superponer la ropa interior y hacerla visible. Bragas desafiantes sobre los pantalones con una S de "superheroína", subrayadores de los ovarios tiránicos de la mujer kitsch. Por otra parte, si el público pudiera comer churros mientras lee o escucha, Dios descendería feliz a la tierra y nos encularía a todos con sus rayos solares.)



DIOS ES TRAVESTI EN PRIMAVERA

Dios es travesti en primavera:


recubre a los árboles florales con las pelucas afro de Rocky Horror Picture Show, nadie puede resistirse e ipsofácticamente los lunáticos se introducen un lirio fragante por el culo: me recuerdan a ti, Betibú, mujer de cabellera impecable y labios rojos como el ano de Ginsberg después de ser empalado por una Venus fatal de tranca enhiesta y vello púbico untado en miel, mujer que sólo amas a los hombres que gruñen por ti en las aceras, a los músicos chalados que se pintan bigotes azules, consumen birra a cien kilómetros por hora y reconocen- sibaritas- un hedonismo de cuero negro y zapatillas de peluche, vulnerables a tu coquetería fetichista.

Dios es travesti en primavera:

defeca en nuestras bocas frases de nenaza entortolada; nos produce campanas diarreicas y ninfomanías científicamente inexplicables. De súbito, nos engulle el pseudopodio del catre, follamos compulsivamente con soñatortillas calientacoños bemoles de orgasmos pentagrámicos, y entonces estrangulamos nuestras gargantas de cisne modernista con collares de perra -con o sin tachuelas-, jadeamos como putas inseguras de todo excepto de los puntos G de la anatomía membranácea y acudimos - quizá sí, quizá no- a un Centro de Planificación Familiar donde una cuarentona coitóloga nos receta una patada hormonal, mientras evoca inconscientemente las obsesiones congénitas y congenitales de Catulo, Safo, Sade y Diane Di Prima.

Dios es travesti en primavera:

los kamikazes órficos coreamos el estribillo del follituri, cada rama de árbol es como una polla, cada madriguera de ardilla es un coño cósmico; así nos sorprenden las farolas, los dedos, toda criatura erecta; nos regocijamos acuáticamente en una hormona submarina y amniótica,recitamos versos e introducimos la caricia intravenosa, recogemos el hachís de la mirada, nos emporramos de rimas inexistentes, embadurnamos nuestros labios de letras lubricadas y jadeamos al son de un afrocubano sóngoro cosongo, enfermas de amor, bembas ante la mirada atónica de Dios (que es, por cierto, negro y toca el saxo), ansiosas por la embestida lasciva de las nubes, los ríos, las piedras y los charcos, divas de una libertad iconoclasta. Las reinas del mambo son discípulas...del churro.

Y: Dios es travesti en primavera:

la corteza de la tierra se recubre de nata y fruta dulce, podemos lamer todas las superficies pélvicas que se revelan en ángulo recto; es necesario ser cómplice de la ebriedad insomne del mar que estimula todos los sexos de sus intrépidos nadadores; cada neologismo es un tentador helado de chocolate, vainilla y tiramisú, un elegante postre de champagne y trufa, envuelto en puro -repito- chocolate blanco, adornado con perlas plateadas. Seríamos imbéciles si no supiéramos organizar a tiempo una anárquica orgía untada de colores venecianos, si no mariposeáramos lingüísticamente hasta dejar extasiada a la sintaxis, resentida por barroquismo e innovación, flexible tras todas las combinaciones posibles del Kama Sutra.